Todo proceso humano, acontecimiento o conducta tiene unos antecedentes y unas consecuencias. En nuestro caso, ir construyéndonos como mujeres ha tenido un largo y costoso recorrido. En él nos hemos visto humilladas y postergadas, de muchas maneras, al género masculino. Nuestra capacidad de resistencia, la convicción de lo injusto de esa relegación en todos los sentidos a la voluntad de los poderes económicos, políticos, judiciales y religiosos, ha dado lugar al reconocimiento social mayoritario de la necesaria igualdad. Las cotas de reconocimiento de la igualdad social, laboral y doméstica, equiparada a la de los hombres, como proceso emergente, necesitan afianzarse y adquirir la legitimidad plena sin ningún tipo de discusión. En ello estamos y debemos mantenernos porque nada de lo conseguido con esfuerzo queda garantizado por sí mismo. Las mujeres que ahora ya somos mayores, que nacimos alrededor de la mitad del siglo pasado, sabemos mucho de todo eso. Mujeres organizadas en el Movimiento Feminista o sin organizar, tuvimos que someternos a las dictaduras generadas por la gran dictadura política que gobernó durante demasiados años este país. Nos tocó obedecer sin rechistar, cumplir con el modelo de mujer que habían decidido para nosotras: ser buenas amas de casa, casadas a ser posible, cuidadoras del marido y con varios hijos para cumplir el mandado “crecer y multiplicaros”. La mayoría no pudo acceder a un puesto de trabajo porque no tenía ni el permiso legal para ello, ni la preparación profesional para ejercer un puesto de trabajo digno.

Decía que todo comportamiento o suceso social tiene antecedentes y consecuencias. Las mujeres jubiladas, las que nos decimos mayores por edad, en general son más pobres que los hombres porque sus pensiones de jubilación, en correspondencia con las cotizaciones a los diferentes regímenes de la Seguridad Social, fueron inferiores en tiempo y cuantía. Todo fruto de una desigualdad que condujo a muchas de ellas a elegir cuidar lo doméstico frente a unas condiciones laborales de inferioridad manifiesta respecto a la mayoría de los hombres. No quiero seguir enumerando las sucesivas dificultades por las que atravesamos las nacidas en esos años porque ni elegimos nacer en ese tiempo ni estamos lamentándonos por lo que pudo ser y no fue. La energía vital que caracteriza a los seres humanos cuando se ven deprivados de aquello que consideran necesario forma parte de la motivación para generar recursos de afrontamiento y superación. Estamos vivas y con ganas de seguir presentes en un mundo que vemos, con ilusión, variar hacia cambios significativos.

Las nuevas generaciones, aparentemente, tienen más fácil la alineación entre los géneros. Digo aparentemente, con toda intención, porque es curioso y triste, comprobar cómo un porcentaje alto de población juvenil opina que no existe discriminación por razón de género. Niegan la violencia que se ejerce sobre las mujeres por el hecho de serlo. Los resultados de algunas encuestas de opinión realizadas a jóvenes en diferentes sociedades a lo largo del mundo, dan mucho que pensar. Deseamos para ellas y ellos que entiendan el respeto como parte fundamental de la convivencia y nos preocupa que se ejerza sobre ellas un control cercano o remoto sobre sus cuerpos y sus vidas. Las luces que se vislumbran no son suficientes para iluminar un camino largo y con muchos recodos donde se apostan las tinieblas.

Con ilusión, seguimos insistiendo en la necesidad de despojarnos todos y todas, también las mujeres, de una ideología supremacista masculina inoculada a lo largo de los siglos por todos los poderes. En todos los ámbitos, desde luego también en el laboral, todavía hoy las mujeres en esta parte del mundo en que la igualdad está siendo abanderada por la gran mayoría de la población, hemos de continuar denunciando abusos de todo tipo para que nuestra dignidad como seres humanos sea respetada.

Po ello, cuando parece que el movimiento feminista ha conseguido una victoria legislativa en los diferentes ámbitos de reconocimiento de los derechos que durante siglos se nos han negado, el ideario machista sigue siendo prevalente en muchas personas, incluso en mujeres. No olvidemos que un repertorio de creencias en esa dirección conforma un obstáculo para que se normalice el ejercicio de la libertad de pensamiento y acción en las mujeres de todas las edades, color de piel y condición social.

Quienes alimentan esas ideas son los poderes que prefieren ejercer su influencia en la población para someter al género femenino a la prepotencia masculina, en todos los ámbitos. Les gustamos calladas, sometidas, sumisas, obedientes, resignadas a los roles sociales y familiares que les permiten decidir a su libre albedrío sin que ninguna mujer cuestione sus órdenes. Frente a estos poderes ocultos que tienen presencia en nuestras vidas mucho más de lo que quisiéramos, están nuestros compañeros, hombres de todas las edades, color de piel y condición social, que se hacen eco de nuestras reivindicaciones y nos acompañan, en consecuencia, en el recorrido por la deseada y esperada igualdad total.

Además de los avances legislativos, absolutamente necesarios, tengamos en cuenta que, junto a la cobertura legal, está el trabajo personal y compartido para generar confianza en nosotras mismas, sentirnos capaces de cambios importantes, personales y sociales. En definitiva, sumar en nuestros proyectos las experiencias del pasado y las ilusiones del presente. l

*La autora es psicóloga jubilada