El número de personas con trastorno mental y la actividad de la Red de Salud Mental han crecido en los últimos años. ¿La salud mental de la población es peor que hace una década? 

–No creo que podamos afirmar tal cosa. Lo que sí podemos decir es que están cambiando los tipos de demandas que la sociedad presenta y por tanto las solicitudes que recibimos en Salud Mental. Estamos observando un aumento de problemáticas relacionadas con dificultades de regulación emocional (manejo de las emociones negativas) importantes, de aparición más precoz o de dificultades familiares, como el manejo de menores con alteraciones de conducta, por ejemplo. Vemos que ahora se consulta por cuestiones que antes no eran problemas o se manejaban en un entorno no sanitario ni profesional, sino en el ámbito familiar, social o comunitario.

Las cifras de suicidio también están en máximos, con 61 casos el año pasado...

–Yo no hablaría de cifras máximas, los datos en Navarra son estables. De hecho, desde 1998 la tasa de mortalidad por suicidio presenta un descenso significativo, aunque es verdad que en 2021, 2022 y 2023 ha habido un ligero repunte y son los varones por debajo de 40 años quienes han tenido un mayor incremento.

Un tercio de las personas que se suicidaron estaban en tratamiento de salud mental, es decir, “controlados” si se puede decir así... ¿qué falla?

–Más que “controlados” estaban en el sistema sanitario de Salud Mental y, aun así, han muerto por suicidio. Los que no están en el sistema puede deberse a que no hemos sido capaces de detectarlos o bien no sufren un trastorno mental. Tenemos que entender que el suicidio no necesariamente conlleva tener un trastorno mental, la persona que toma esa decisión lo puede hacer por muchas causas y no exclusivamente tiene que ser una causa mental. No obstante, en esas circunstancias extremas, recibir apoyo sanitario y del entorno social debería ser un derecho para cualquier persona.

¿Qué impacto ha tenido la pandemia en la salud mental? 

–La pandemia de covid-19 supuso un desafío para los sistemas sanitarios, incluida la atención a la salud mental, y produjo un impacto en la salud y en el bienestar emocional de las personas por factores como el aislamiento social, la pérdida de rol, la incertidumbre y el miedo. Los grupos vulnerables, en particular los que pertenecen a una minoría racial y aquellos con ingresos bajos, fueron más susceptibles y se vieron más afectados por la covid-19, incluyendo un mayor riesgo de mortalidad. A su vez, las desigualdades de género y la violencia contra las mujeres se vieron más exacerbadas, conduciendo a una disminución del bienestar particularmente entre las mujeres. Pero el coronavirus también acrecentó el impacto de los determinantes sociales de la salud, como la pérdida de empleo y de ingresos, la falta de acceso a la atención sanitaria, la inestabilidad de la vivienda, etc.

Llama la atención que en adultos la mayoría de pacientes son mujeres y en infanto-juvenil, varones, ¿a qué cree que se debe esta diferencia por género? 

–Yo no distinguiría tanto la diferencia del género por la edad sino por la patología concreta. Hay trastornos de ansiedad, por ejemplo, que es el problema de salud mental más frecuentemente registrado, que aparece en el 88,4% de las mujeres y en el 45,2% de los hombres, y es un problema que se presenta con relativa frecuencia en la edad adulta. Ocurre lo mismo con la depresión, es un trastorno casi tres veces más frecuente en la mujer (58,5%) que en el hombre (23,3%). Por el contrario, patologías como la esquizofrenia son más frecuentes en los hombres y se añade que el debut suele ser en edades más tempranas. Los trastornos hipercinéticos son tres veces más frecuentes en los niños y adolescentes que en las mujeres. Y ocurre lo mismo con el trastorno por uso de sustancias que es más prevalente en varones en la adolescencia. También destacaría aspectos psicosociales que hacen que la mujer, en cierto modo, sea más vulnerable a que su salud mental resulte afectada y suelen buscar más ayuda especializada que los hombres.  

Parece que para las nuevas generaciones la salud mental está dejando de ser un tabú, ¿puede ser un motivo por el que acuden más a consulta?

–Así parece por lo que estamos observando en Salud Mental. Cuando analizamos este dato, creo que podemos verlo desde una doble perspectiva; positiva y negativa. Por un lado, implica que la población está tomando conciencia de la importancia de cuidar su salud mental y prevenir posibles problemas posteriores que puedan aparecer. Habla igualmente de la asunción de un papel más activo en el propio autocuidado. Es decir, al acudir a profesionales de salud mental, las personas pretenden conocer qué cosas pueden hacer para su bienestar. Estamos en una época en que la gente dedica muchos recursos personales al autocuidado, como pueden ser psicoterapias, sesiones de meditación, yoga u otras. Pero, por otro lado, este interés encierra un riesgo y una amenaza: que las personas jóvenes reduzcan demasiado su nivel de tolerancia al malestar y a las dificultades cotidianas de la vida, que, siendo relevantes, están presentes en las vicisitudes de vivir y hay que aprender a convivir con ellas. El riesgo está en que depositen en el otro (en este caso, en un profesional) la solución a sus problemas, delegando cuestiones que dependen de ellos y ellas mismas. Eso conllevaría a una sociedad menos preparada para la gestión del malestar, que no conviene.  

¿Cómo se ha reforzado la Red de Salud Mental en los últimos años?

–La Red de Salud Mental ha crecido en recursos y en profesionales, tanto de adultos como de población infanto-juvenil. Desde 2013 a la actualidad se ha reforzado la plantilla de Psiquiatría de 59 a 64 profesionales y, sobre todo, de Psicología Clínica, pasando de 40 a 66 profesionales. Destacar también la incorporación de la figura de la enfermera especialista en Salud Mental. Además se ha creado y dotado de profesionales el programa de primeros episodios psicóticos, se ha abierto una planta de hospitalización de media y larga estancia con 56 plazas y se ha creado el Programa Intensivo Ambulatorio de trastorno límite de personalidad, se trabaja en el desarrollo del programa de trastornos de la conducta alimentaria y se ha puesto en marcha un equipo para atender a población que padece trastorno mental grave en situación de extremada vulnerabilidad, entre otras cuestiones.

¿Cuál es la prioridad ahora mismo?

–Nuestra prioridad es atender a las personas que padecen trastornos mentales graves, incluidos los adictivos, de personalidad y de conducta alimentaria, con una atención de calidad, facilitando la accesibilidad y la continuidad de cuidados, con enfoque de recuperación y en la medida de lo posible, en la comunidad. La situación actual de déficit de profesionales e incapacidad de poder sustituir bajas nos condiciona a que gran parte del trabajo que realizamos sea en la línea de establecer planes de contingencia para poder paliar estas carencias.

¿Cómo valora el proyecto de colaboración entre Atención Primaria y Salud Mental para atender casos leves en los centros de salud? ¿Se está llegando a pacientes a los que antes no se llegaba?

–Como parte activa de este proceso de colaboración con Primaria, considero que se añade un plus en la atención a personas con problemas derivados del malestar emocional. Hasta ahora, los médicos de Familia asumen en gran medida muchos casos y, como consecuencia, muchas personas con trastornos leves son también derivadas a los centros de Salud Mental, lo que lleva al colapso y a que la atención se invierta, quedando poco espacio para poder atender a personas que padecen trastornos graves. La atención que se les está ofreciendo desde el ámbito de la Primaria está siendo muy satisfactoria y por supuesto, se está llegando a más población. También se trata de evitar la patologización del malestar de la vida.