Volver (cuando por fin consigues los ansiados papeles)
Diario de Noticias viaja hasta Tánger para vivir el reencuentro, después de tres años y medio, de un joven marroquí vecino de Pamplona con su familia tras lograr un permiso de residencia
“Sujétame que no sé si voy a poder sostenerme en pie”, fue lo que le dijo Ibrahim a su hermano cuando se abrazaron tras más de tres años y medio sin verse. Ibrahim decidió dar una sorpresa a su familia, pero los nervios casi le juegan una mala pasada cuando llegó a su casa en Hamoumi, una pequeña aldea rodeada de montañas a pocos kilómetros de Tánger. A su madre “la sorpresa” le pilló rezando. Se fundieron en un abrazo y lloraron emocionados. Durante estos años ella le ha preguntado una y otra vez por qué no iba a visitarla. Se ha enfadado con él numerosas veces y es que el amor de una madre no entiende de papeles.
Ibrahim llegó a Pamplona con 22 años tras pasar unos meses muy duros en Barcelona. Es uno de los tantos chavales que buscó ayuda en la organización Apoyo Mutuo. Tampoco fueron fáciles sus comienzos en la capital navarra, pero con el tiempo ha aprendido el castellano, vive en una habitación con su colega Youssef, su amigo de toda la vida con quien consiguió llegar a España y actualmente estudia un grado medio en el CIP Virgen del Camino de la Txantrea. Y, por fin, el pasado mes de diciembre le llegó la noticia más esperada. Había conseguido el permiso de residencia para un año.
Ibrahim viajó a Tánger el pasado 26 de diciembre. Pocos días después se acerca al aeropuerto para recibir a Diario de Noticias. Saluda sonriente y asegura creer que esta viviendo un sueño. Le acompaña su amigo Tawefiq, su cómplice para sorprender a la familia y al resto de amigos. Tawefiq coge una maleta. “Si sois amigos de Ibrahim, ahora también sois mis amigos”, dice sonriente mientras se da pequeños golpes en el pecho.
Ponemos rumbo al hogar familiar pero antes pasamos por el pueblo de Tawefiq. Su madre ha preparado un tajín para que llevemos a casa de Ibrahim. Nuestra llegada supone una auténtica revolución en este pequeño pueblo rural. Los niños y niñas dejan sus juegos para correr hacia el coche y saludar a Ibrahim entre gritos y risas. Mientras, varias mujeres se asoman por la puerta de la casa para observar a los recién llegados. Nos vamos con prisa pitando a las ovejas y a las vacas del padre de Tawefiq para que se aparten de la carretera.
Pronto llegamos a Hamoumi y nos acercamos a la casa de Khadouj, la abuela de Ibrahim, donde familiares y amigos esperan sentados en una pequeña sala adornada con cojines, alfombras y cortinas con estampados llamativos a la que se accede por un patio trasero donde la puerta siempre está abierta. En una segunda sala contigua a la primera, se encuentran los hombres de la casa junto a la centenaria abuela, tumbada entre cojines mientras recibe el cariño constante de la familia. Ibrahim se arrodilla junto a ella para presentar sus respetos mientras le da besos y habla con ella.
Cerca está su madre, que también se llama Khadouj y que quedó al cargo de sus siete hijos cuando su marido murió de un tumor cerebral. Ibrahim tenía entonces 10 años. Lo primero que hizo al llegar a Tánger después del obligado paréntesis de tres años y medio fue visitar su tumba.
Khadouj nos recibe con un sentido abrazo. Nos pide que cuidemos de su hijo cuando volvamos a Pamplona. Reconoce que lleva todos estos años llorando su ausencia. Aún no puede creer que esté ahí y estos días le toca constantemente para corroborar que no es un sueño. Dice que le ha cambiado la cara, que está más fuerte, en definitiva, que ha cambiado mucho en este tiempo.
Otro hermano en la patera
Nos van saludando los hermanos del protagonista. Entre ellos su ojito derecho, Ousama, con quien tiene una relación muy especial, pero con quien además cree tener una deuda pendiente. Una de las noches que Ibrahim intentó llegar a España, al montarse en la patera, reconoció entre la oscuridad de la noche a su hermano. Ninguno de los dos sabía que el otro iba a intentar esa noche cruzar el Estrecho. De forma precipitada hablaron y conscientes de lo que se jugaban, decidieron que sería demasiado para su madre la posible pérdida de dos hijos de golpe y Ousama bajó de la embarcación a pesar de su infinito deseo de encontrar un futuro mejor.
Vestido con una chilaba gris típica del norte de Marruecos nos saluda sonriente Ouchman, uno de los mejores amigos de Ibrahim. Enseguida comienza a chapurrear castellano con alegría. Quiere aprender el idioma porque le gusta cómo suena. Ouchman tiene leucemia. Hace pocos meses pasó por una situación muy crítica y ahora se encuentra algo mejor, aunque observando las fotografías de la cuadrilla de hace pocos años, la enfermedad le ha golpeado fuerte. Su mayor deseo es ir a España para ser tratado. Está convencido de que allí su curación está asegurada.
Entre las presentes se encuentran la madre, dos hermanas y un hermano de Youssef, el compañero de habitación de Ibrahim en Pamplona. A pesar de que llegaron juntos a España, él ha tenido problemas con los papeles por lo que ha tenido que quedarse en Navarra. Su familia pregunta con ansiedad cómo se encuentra. Hablan a diario con él, pero quieren saber de primera mano la realidad. Aprovechan para realizar una videollamada tras la comida y en la pantalla aparece un risueño Youseff que no puede creer que estemos allí. Entre risas nos pide que abracemos a su madre y que le demos besos, lo que desata las risas del resto. Por la noche nos confesará (vía guasap) lo duro que es vernos allí y que la falta de un maldito papel le impida haber viajado a ver a los suyos.
Al día siguiente, Ibrahim nos enseña su ciudad. Dice que ha cambiado muchísimo. Se ríe contando anécdotas, “sin querer digo ‘gracias’ en vez de ‘shukran’ y el otro día fui a pedir cita para cortarme el pelo y se quedaron mirándome raro. Aquí no existen las citas. Cruzando la carretera sigo buscando los semáforos, pero aquí la costumbre es pasar por cualquier sitio. Mis amigos se ríen al verme y dicen que estoy cambiando desde que vivo fuera”.
La conocida como la Puerta de África es una ciudad situada en el Estrecho de Gibraltar que alcanza el millón de habitantes y que se caracteriza por el contraste entre la antigua Medina y una parte con aire marbellí llena de coches caros, conocidas tiendas, hoteles y casinos.
Ibrahim nos lleva hasta el faro del Cabo Espartel, al noroeste de la ciudad, un lugar lleno de turistas que visitan la zona para disfrutar de las increíbles vistas de la costa marroquí. Desde la parte superior de la torre nos señala una caseta que hay en una de las laderas del monte, una zona llena de árboles frondosos que termina de forma abrupta en las rocas, junto al agua. “Desde esa caseta bajábamos los kayaks para intentar cruzar los 14 kilómetros de distancia con España. Trabajaba como socorrista para poder comprar el kayak y el material, pero me pilló la policía y no me dejó salir. En esa zona también operan las mafias del hachís y en otro de los intentos se enfadaron ante mi presencia y tuve que salir corriendo monte arriba. Estuve un día entero escondido en el bosque hasta que salí a la carretera y conseguí contactar con mis amigos. Tienes que tener el corazón muy, muy duro para subir arriba” asegura, refiriéndose al proceso de la migración.
Cuatro intentos
Era 2017 cuando Ibrahim trató de llegar a España de forma irregular por primera vez. Lo intentaría otras cuatro más. Asegura que nunca se hubiera marchado de Marruecos si no fuera por la necesidad de su familia. Y viajar de forma “legal” es imposible. Una de las formas de control de las migraciones es imponer visados imposibles de conseguir. Así, para que una persona de Marruecos consiga este documento tiene que demostrar que tiene trabajo, un billete de ida y vuelta cerrado, un alojamiento o una cuenta corriente con saldo “suficiente” y movimientos. Otros países como Turquía sí que les ofrecen visados mucho más sencillos de cumplir y hay quienes deciden viajar hasta allí y realizar la durísima ruta balcánica.
Bajamos del faro y partimos hacia un restaurante a las afueras de Tánger. Allí trabaja de chef Said, un buen amigo suyo. El restaurante es muy grande, con una amplia terraza con vistas al monte y una decoración marroquí moderna y cuidada. Por el tipo de local, lo lleno que está y por la vestimenta de los clientes todo apunta a un local de renombre. Said nos saluda a través de una ventana desde donde se puede observar cómo cocina. Nos sonríe y nos da la bienvenida ataviado con su traje blanco y su gorro de chef. Se golpea el pecho en señal de respeto. Él también quiere venir a España a pesar de lo que le sucedió y que no puede olvidar. Ocurrió otra de las noches que Ibrahim intentó llegar a España. Ambos viajaban en una patera a través de la oscuridad cuando la precaria embarcación comenzó a zozobrar. Entonces Said cayó al agua y comenzó a ahogarse. No sabía nadar. Ibrahim se abalanzó a cogerlo sin pensar en el riesgo de poder caer ambos teniendo en cuenta la fragilidad de la embarcación. Finalmente, el cocinero se salvó, pero la barca volvió a costas marroquíes. Said estuvo un mes en coma. Y a pesar de todo quiere volver, porque libra un solo día a la semana, trabaja 12 horas al día y su sueldo oscila entre los 400 y 500 euros.
Anochece en Tánger y volvemos a Hamoumi. En las calles no hay luz y a pesar de la oscuridad, Ibrahim y su amigo Tawefiq se mueven con rapidez por las escaleras que llevan al patio trasero de la casa. Entramos en la pequeña cocina de gas donde la madre de Ibrahim cocina un pan especial para que llevemos en el viaje. El espacio enseguida se llena de familiares, insisten en que durmamos esa noche allí. Tawefiq nos invita a su boda este próximo verano. Se suceden los besos, los abrazos y las múltiples invitaciones. Nos vamos. A Ibrahim aún le queda poco más de un día para volver a la vieja Iruña. Comienzan ya las clases. Le da mucha pereza volver. Pero respira con alivio. Durante un año, gracias al permiso de residencia por estudios, dejará de ser “un inmigrante irregular”. Ya cuenta los días para volver a ver a su familia este verano.
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