Emilio Garrido nació con una patología renal que se desarrolló a tientas, bajo el silencio de la infancia de un niño. Al principio, comenzaron los vómitos sin sentido aparente; después, llegó la falta de vitalidad y la tardía sospecha de una posible enfermedad que, para cuando se detectó, ya tenía varios órganos calcificados y una esperanza de vida de tan solo dos años. Sin embargo, la resiliencia de Emilio Garrido (padre) y Carmen Sáez impidieron el trágico final de su hijo. Lo llevaron a un nefrólogo en Cataluña –en aquel entonces no había diálisis– que les dijo que el desencadenante de lo que le estaba ocurriendo a Emilio era la sal. “Mi padre se tenía que ir hasta Francia para comprar leche, pero así consiguió que mejorara hasta los 18 años, cuando mis riñones se habían calcificado por completo”, recuerda. Mientras todo esto ocurría, nacieron sus hermanas Silvia, que se salvó de la enfermedad, y Ana, a quien le tocó padecer lo mismo que a su hermano, aunque con un camino más “limpio, porque ya conocía el proceso. Con los primeros síntomas, ya sabíamos qué me estaba pasando”, reconoce Ana Garrido.
Eso no impidió que entre ambos sumen seis riñones trasplantados –en el caso de Emilio, cuatro; en el de Ana, dos–, pero los primeros años de la historia de la pequeña fueron más tiernos, lejos de la soledad del hospital o el desconocimiento al que se tuvo que enfrentar su hermano. “Cuando podía, me acercaba a la habitación del hospital en la que estaba Ana y me quedaba con ella hasta que se dormía. Me parecía muy bonito cuidarle a mi manera, a través de mi experiencia”, comenta. Para ella, Emilio era su “guardián. Cuando la familia se iba, él y yo nos quedábamos mano a mano. Y eso provocó una unión especial, que es muy difícil de describir. Emilio siempre está para mí, cuando estoy nerviosa porque tengo cita con el médico, cuando estoy en diálisis, cuando me van a hacer el trasplante. Él lo sabe todo, y a mí me hace no tener miedo”, asegura.
En 1986, a pesar de haber adoptado un estilo de vida saludable, Emilio tuvo que entrar en diálisis y, mientras tanto, realizar su grado en Biología “como una persona normal, a pesar del cansancio y de las muchas horas que pasas en el médico”. Dos años después, recibió su primer transplante de un cadáver que, al principio, no lograba arrancar, así que la CUN tuvo que arriesgarse y recurrir a anticuerpos monoclonales. Ese riñón le aguantó tres años, el tiempo suficiente para finalizar su carrera, y volvió a entrar en diálisis. En 1993, recibió un segundo trasplante de riñón que deshizo en apenas quince días, debido a un rechazo hiperagudo: “Cuando ya has tenido un riñón, te vacunas contra los riñones de las mismas características. Y parece que mi cuerpo empezaba a reaccionar contra estos órganos procedentes de cadáveres”, explica. Y, de nuevo, vuelta a la diálisis pasando por los mismos dolores que antes de la operación. Esos dos primeros trasplantes supusieron los momentos más difíciles de la odisea renal de Emilio porque “vuelves al quirófano para que te quiten el riñón mientras eres consciente de que vas a tener que volver a la diálisis”.
Entre el segundo y el tercer trasplante transcurrieron cuatro años y la inseguridad de que pudiera volver a aceptar otro riñón. En 1997, le aconsejaron que fuera a la Fundación Puigvert de Barcelona, clínica especializada en pacientes que presentan inmunidad renal. Y, con algo más de suerte, este riñón le duró hasta 2007, cuando lo deshizo por completo y perdió la esperanza de poder llevar una vida normal. Sin embargo, su padre no quiso rendirse, fueron juntos a hacerse un análisis y vieron que tenían bastante compatibilidad inmunológica. Así que el cuarto riñón llegó de la mano de su padre. Y, por fin, Emilio dejó de pasar por quirófano, aunque desde hace 18 años tiene que soportar la bromita de su padre de que “este hijo me ha costado un riñón”.
La “avanzadilla” de su hermano
Entretanto, Ana observaba los pasos de Emilio con una mezcla de miedo y confianza –porque no quería pasar por lo mismo y porque sabía qué podría pasar después–. Tal y como le ocurrió a su hermano, su enfermedad empeoró en cuanto cumplió los 18 años y comenzó el grado de Trabajo Social. “Los lunes, miércoles y viernes iba al hospital, y por la tarde, si no había tenido una mala diálisis, podía bajar a la universidad”, cuenta. Y el 22 de junio – la fecha de su segundo nacimiento– le dijeron que tenían un riñón para ella; es decir, una alternativa a vivir mejor. “Ese órgano me funcionó durante 23 años y me permitió reconfigurar mi historia. Me gradué, me casé, pude viajar y moverme, ejercí de trabajadora social y tuve a mis hijos”, enumera. Ante el deterioro del riñón, su madre –tal y como después hizo su padre con Emilio– se ofreció a ser su donante, pero Ana prefirió continuar en diálisis durante cuatro años porque su función renal todavía era buena.
Pasado este tiempo, las condiciones de su madre empeoraron y no fue posible realizar esa operación. Así que su marido se ofreció, pero ella no podía aceptarlo. “De mi madre lo entendía porque qué no va a hacer una madre por su hija, pero me daba miedo qué pudiera pensar su familia, la gente... Y él me tranquilizaba y me decía que tenía que abrirme a recibir. Me costó un proceso de terapia, pero terminé aceptándolo como donante”, expresa. Sin embargo, la cosa se complicó cuando vieron que no eran compatibles y pensaron en volver a Barcelona, la ciudad-hospital en la que Emilio y Ana se habían criado, para realizar un trasplante cruzado. Por suerte, una semana antes le avisaron de que había un posible trasplante de cadáver que venía desde Canarias. “Parece que el riñón iba en la guagua porque le costó arrancar”, bromea. Con todo, le ha quedado un riñón “muy digno”, con un 65% de filtrado. Desde entonces, han pasado seis años y Ana se ha prometido cuidarse porque tener un órgano que, en realidad, no te pertenece, conlleva una gran responsabilidad. “Después de las operaciones, pienso en que mientras yo estoy celebrando la vida, hay otros que están lamentando la muerte de la persona por la que tengo un nuevo riñón. Por eso, además de agradecer la generosidad de esa gente, estoy en deuda y tengo el compromiso de cuidarme para que el órgano aguante todo el tiempo posible. Y en esas estoy”, se emociona. De igual manera, también reconoció el incansable trabajo de los sanitarios que, durante todos estos años, “han luchado y trabajado para que tanto yo como mi hermano, y otros muchos pacientes, podamos tener una vida normal; más sencilla”.
El legado de sus padres
Emilio Garrido y Carmen Sáez no dejaron de luchar cuando en Tudela no había un centro de diálisis. Es más, fueron quienes lograron que se instaurara. Esa perseverancia fue una de las primeras cosas que Emilio y Ana aprendieron de sus padres. “Si ellos no se rindieron, ¿por qué lo tenía que hacer yo después de los dos trasplantes fallidos? Si a mí me vino bien para librarme de la mili”, comenta Emilio entre risas. En lo que respecta a Ana, ella destaca que sus padres siempre les dejaron ser libres, a pesar de la adversidad, y les trataron como si no tuvieran ninguna enfermedad. “Yo no sé si tendría el valor para no sobreproteger a mis hijos, pero nuestros padres lo hicieron y, con ello, nos regalaron la vida”. En el recuerdo quedan los días eternos en el hospital de una ciudad desconocida, los primeros síntomas de una enfermedad silenciosa, el miedo y las desesperanza. Mientras tanto, en el presente persevera el agradecimiento por esos seis riñones de los Garrido Sáez. A sus padres, a los donantes y a los sanitarios.
Concurso para sensibilizar
Alcer, Atehcna, la Asociación Navarra contra la Fibrosis Quística y la federación COCEMFE han lanzado el I Concurso de vídeos Donar es vida, destinado al alumnado navarro y sus familiares para sensibilizar a los jóvenes acerca de la importancia de la donación de órganos. “La gente ve esto como un tabú y muchas veces miran mal la donación, pero es un gesto muy solidario porque le estás regalando vida a una persona que la está perdiendo”, reflexiona Ana. El estudiantado tiene de plazo hasta el 18 de mayo para grabar un vídeo breve en el que expresar qué es para ellos la donación. Después, el 5 de junio, día del donante, se realizará una gala de premios donde los galardonados recibirán un móvil, una tablet y una bicicleta.
ecibirán un móvil, una tablet y una bicicleta.