A Puy García Larrión le cuesta conciliar el sueño. No duerme más de tres horas diarias, cuatro a lo sumo, porque hay un fantasma que no le deja pegar ojo. Y no es uno que se le aparezca en pesadillas, sino un dolor fantasma, ese que, por increíble que parezca, sufre en la pierna que ya no tiene y que le hace ver las estrellas cada noche. Es algo –le dijeron– habitual en personas que han sufrido la amputación de un miembro: sentir dolor, un dolor muy real, en partes del cuerpo que ya no tienen. “Me duele horrores el pie, es que hasta sé que es en el dedo gordo y se parece mucho al de muelas, un dolor de nervios”, explica Puy, a la que desde siempre le han llamado Maite.
Pero que casi no duerma por las noches, no quiere decir que Maite no tenga pesadillas. Las tiene despierta y sobre todo desde hace más de año y medio, porque lleva 627 días esperando una valoración para la discapacidad con una pierna amputada, cuidando de su hermano (también con discapacidad) y recibiendo únicamente una ayuda de 300 euros al mes. “Yo no tengo ningún trauma por tener solo una pierna, el trauma me lo está creando la Administración. Lo único que pido es que me reconozcan una discapacidad para poder tener una vida digna”, exclamacon un nudo en la garganta y los ojos vidriosos de rabia e impotencia.
Maite, que esta a punto de cumplir los 65, empezó con problemas vasculares hace tres años y acabó sufriendo un trombo en su pierna derecha, lo que le fue incapacitando cada vez más hasta que finalmente en marzo del año pasado los médicos tomaron la decisión de amputarle la pierna. Para entonces, Maite ya había solicitado la dependencia, la cual le negaron, y, posteriormente, el 31 de mayo de 2023 pidió una valoración de la discapacidad para la que todavía hoy, un año y ocho meses después, sigue a la espera. “A la desespera, mejor dicho”, matiza.
Reside en Dicastillo con su hermano, que tiene reconocido un 73% de discapacidad intelectual, y viven –o sobreviven– con los mil y pocos euros que él gana trabajando en la papelera de Allo y con los 300 que Maite recibe por una ayuda de orfandad, que le fue concedida por haber estado cuidando de su padre, ya fallecido, y ser económicamente dependiente de él. “Pagamos 500 euros de alquiler y también tengo que costear un servicio de limpieza, porque es algo que yo no puedo hacer. Y con lo que ganamos no nos da”, denuncia. En caso de que le reconozcan un grado de discapacidad, Maite podría acceder a una pensión no contributiva por invalidez, que aunque no vaya a solucionarle la vida “al menos será más que los 300 euros que cobro ahora”.
Separación y desahucio
Tampoco su vida fue fácil antes de la amputación, con una separación y el desahucio de casa de sus padres, a quienes cuidó hasta el fallecimiento de su padre y hasta que su estado de salud le impidió hacerse cargo de su madre, que actualmente vive en la residencia de Funes. Nació enEstella y con 16 años se trasladó a Girona, donde se casó y tuvo una hija, pero tras su separación regresó a Navarra.
“Hace 13 años volví a casa de mis padres, que vivían en Murieta con mis dos hermanos, hasta que un día nos desahuciaron y nos vinimos a vivir a Dicastillo. Uno de mis hermanos y mi padre fallecieron, mi madre está en una residencia y mi hija está viviendo en Madrid. Así que nos hemos quedado mi hermano y yo solos y tengo que cuidar de él”, relata.
Se siente sola y abandonada y le repatea por dentro cada vez que alguien le dice: “¿Pero como no te han concedido todavía ni la dependencia ni la discapacidad?”. “Lo debe de ver todo el mundo menos la Administración. Si fuese algo psicológico o un dolor que es difícil de medir... pero, coño, ¡qué me falta una pierna!”, espeta Maite, que relata su historia entre taco y taco. Ahora, lleva unas semanas intentando adaptarse a la prótesis, pero no está siendo tarea fácil.
Tras la operación, el cierre de su muñón no ha quedado todo lo bien que cabía esperar y cada vez que se coloca la ortopedia y se pone en pie ve las estrellas. “Al principio fue horroroso, me moría de dolor. Ahora voy algo mejor y me doy algún paseo por casa con la ayuda de la muleta, pero no puedo andar mucho”, relata.
Tiene la suerte de tener una scooter que antes usaba su madre y, aunque no es el medio más cómodo para moverse por un pueblo, gracias ella puede salir de casa. Si no llueve, claro. Y aunque pueda desplazarse sigue estando muy limitada.
“No puedo hacer la compra y si quiero salir de Dicastillo dependo de un taxi o de que alguien me venga a recoger, porque mi hermano tampoco puede conducir”, sostiene a la par que reconoce la ayuda que le prestan algunos vecinos: “La compra la hago por teléfono, le llamo a la de la tiendica que hay aquí en el pueblo y le digo lo que quiero y me lo trae a casa. Es triste, pero a veces no le puedo pagar porque no me queda dinero y se lo dejo a deber. La del pan también me lo trae a casa por la mañana. Al final vivo gracias a los favores que me hacen, porque dependo totalmente de los demás”.
En casa, prosigue Maite, tampoco puede hacer gran cosa, por lo que tiene contratado un servicio de limpieza “que me barre y me friega el suelo y me hace los baños, pero nada más”. Ella, asegura, intenta tener la casa lo más limpia posible, pero no se apaña bien y cocina para ella y para su hermano como buenamente puede. Cada día se las ve y se las desea para subir y bajar las escaleras que separan las dos alturas del adosado en el que vive.
Acerca la silla de ruedas al primer escalón, echa el freno y se incorpora ayudada de una muleta. Con la otra mano agarra la barandilla y da un salto mientras trata de mantener el equilibrio para no caerse. “Estoy muy delgada, he perdido muchos kilos y tengo poca musculatura en la pierna”, explica mientras afronta el siguiente escalón. Coge fuerzas y salta. Así 16 veces, hasta llegar arriba, donde le espera un andador con el que se desplaza por la parte superior de la casa.
Ha tenido más de un susto, el más gordo hace unos meses cuando al abrir la nevera perdió el equilibrio y se cayó al suelo. “La silla no freno bien y me caí hacia adelante, me pegué una leche... Claro, yo no tenía el móvil a mano y no era capaz de levantarme por mí misma. Mi hermano estaba en la parte de arriba, le grité pero no escucha bien. Al final me tuve que dar la vuelta como pude y arrastrarme hasta que conseguí ponerme en pie. Si un día me muero aquí no se entera ni dios...”, relata Maite emocionada.
“Acabo los días hecha polvo”
Se siente vulnerable, pero se niega a hundirse y mientras sigue a la larga espera de una valoración de la discapacidad que le mejore un poco la vida acude casi a diario al gimnasio, cuida de sus dos gatas y hace la comida. “A las 10 de la mañana tengo que estar preparada, porque tengo gimnasio a las 11.30 y viene a buscarme una ambulancia a casa. Luego atiendo a las gatas y hago lo que puedo en casa y como duermo muy poco acabo los días hecha polvo”, asegura.
Ahora ya no, pero ha intentado trabajar incluso tras la amputación, pero le ha sido prácticamente imposible. Se apuntó al paro, pero no consiguió curro en ningún sitio y acabó trabajando en Dicastillo en el espárrago y en las bodegas. “He intentado buscarme la vida, yo me he apuntado a todo lo que ha sacado el Ayuntamiento. También estuve tres meses en las piscinas, pero todo eran trabajos de unos meses. Yo ya le digo a todo el mundo, que a mí no me importa trabajar, me pones en un sitio a coger entradas, un teléfono, lo que sea... Claro, el problema es que me tienen que llevar y traer”, sostiene.
De más joven trabajó en el negocio familiar, “éramos artesanos, fabricábamos figuras de cartón, como cabezudos y gigantes, pero como la artesanía no nos daba para comer abrimos un bar; y allí trabajábamos”, rememora Maite, que ahora, a punto de cumplir los 65, espera que la jubilen pronto. “Como era autónoma me dijeron que todavía me faltaban dos años de cotización. A ver si consigo que por lo menos me jubilen por edad”, señala. Mientras tanto, seguirá “malviviendo” con el sueldo de su hermano y su ayuda por orfandad de 300 euros al mes, con la esperanza de que las medidas aplicadas por el Gobierno para agilizar las valoraciones de la discapacidad den sus frutos y reciba esa esperada visita que lleva aguardando 627 días.