Se suele decir que la esperanza es lo último que se pierde. Que se va con nosotros cuando dejamos este mundo. Pero cuando perdemos hermanos, hijos, hijas, maridos y nietos, nos parece más complicado que la idea de que el agua vuelva a su cauce ocurra algún día. Tres años después de la invasión rusa sobre Ucrania, las familias que viven en Pamplona recuerdan a los familiares y amigos que han dejado por el camino. 

Ayer, en la Plaza del Castillo, la Diáspora Ucraniana en Navarra organizó una concentración en memoria de todos ellos y para sostener el grito contra la violencia hacia la población civil, los más damnificados en los conflictos. En un contexto en el que Rusia y Estados Unidos negocian la paz sin tener mucho en cuenta a Ucrania, los ucranianos día a día claman por el final de una tragedia que nunca debió producirse. 

Dmitriy Mazur tiene 22 años y llegó hace 6 meses a la capital navarra. Vino con su madre buscando un nuevo futuro para ambos, pero han dejado a toda su familia allí y están preocupados. “Nuestra ciudad está al oeste de Ucrania, por lo que los ataques rusos no son abundantes. Aún así, mis amigos y familiares reciben cada día alertas de bombardeos y se refugian en sitios preparados para ello”, asegura el joven. “Vivir con el miedo de que tu ciudad pueda ser destruida es un martirio al que ninguna persona debería estar sometido”, lamenta. El joven ucraniano es optimista. “Vemos el final de la guerra cerca, son tres años y creo que vamos a poder ganarla con ayuda de Europa y Estados Unidos”, vaticina. 

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Colectivos piden en Pamplona el fin de la guerra en Ucrania Javier Bergasa / Iban Aguinaga

Situación parecida describen Ivan Holovatiuk y Vava Luzhetskyi, de 20 años, y que cumplen 3 años en Pamplona. “Nos fuimos cuando estalló la guerra”, recuerdan. Son de una ciudad llamada Vinnytsia, al sur de Kiev , y cada día hablan con sus familiares y amigos por teléfono para estar al día de todo. “Intentamos hablar con ellos todos los días, hay veces que no nos cogen el teléfono porque están pendientes de los ataques que puedan ocurrir cerca, y nos ponemos muy nerviosos”, afirman. “Estamos contentos en Pamplona, pero Ucrania es nuestra casa y echamos mucho de menos vivir en nuestra casa”, lamenta el adolescente.

Nadia Konoplyanka se trasladó a Iruña hace ya 23 años. En un perfecto castellano, siente el dolor de sus compatriotas como si estuviera en la primera línea del frente. “Sentimos dolor y mucha pena, pero tenemos mucha esperanza en que pronto se acabe todo este terror que estamos sufriendo”, señala. A sus 54 años, recuerda a las personas que ya no están con lágrimas entre los ojos. “He perdido a mi madre y a mi hermano en Jerson, mi ciudad natal, durante la guerra, ellos no están aquí pero los llevo conmigo siempre. Son muertes que no deberían haber ocurrido”, denuncia entre sollozos.

Su amiga Natalia lleva 6 años en Pamplona. Ha perdido a su marido en el frente de batalla y a su hijo y a su hermano en estos tres años de bombardeos. Con dolor y rabia, alza la bandera de su país durante el minuto de silencio. “Ganaremos y nuestros héroes serán recordados como auténticos defensores de nuestro pueblo”, afirma. La natural de Jerson ve reflejada su ciudad en Pamplona, y por eso vino aquí hace ya más de media década. “Nuestra ciudad es como Iruña, bonita y verde, y ahora es sólo escombros. Cuando ocurrió el ataque a la presa, casi me da algo”, reconoce apretando los dientes. 

“Estamos con vosotros, sigamos luchando por nuestra tierra”, reza uno de los carteles en la concentración. Por todos aquellos que defendieron sus países. Hijos, hermanos, maridos y padres. Esperanza.