Entre finales de junio y agosto, más de 2.500 niños y niñas de toda Navarra se dan cita en un rincón mágico de Gipuzkoa: las Colonias de Hondarribia, un proyecto educativo y social con casi 90 años de historia, promovido por la Fundación Caja Navarra. Lo que comenzó en 1935 como una experiencia pionera de ocio y salud para la infancia, es hoy un referente en educación en valores, inclusión, convivencia y contacto con la naturaleza.
Las colonias se desarrollan en un edificio singular, obra del arquitecto navarro Víctor Eusa, que forma parte del patrimonio histórico de Navarra. Allí se combinan modernidad e historia, con espacios totalmente accesibles y adaptados para atender a niños y niñas de 7 a 15 años, residentes en la Comunidad Foral y con cualquier necesidad que puedan tener.
“Es un proyecto educativo con alma, centrado en cada persona. Durante esos días, los chicos y chicas viven un proceso transformador que despierta su compromiso, fortalece sus valores y deja recuerdos inolvidables que les acompañan toda la vida”, resume Maite Roncal, coordinadora general con más de 15 años de experiencia en este proyecto. A lo largo del verano se organizan diez tandas semanales que acogen a 250 participantes cada una, con lista de espera incluida: más de 3.100 personas se han quedado fuera este año.
Un campus con identidad navarra
La riqueza de estas colonias no está solo en su ubicación privilegiada o su tradición histórica. Se trata de una experiencia integral donde se aprende jugando, se convive en igualdad y se promueven valores como el respeto, la diversidad, el cuidado del medioambiente, la salud mental o el buen trato.
Las colonias se dividen en distintos campus: Alevín, Infantil y Eolo, según edades. A lo largo del año, también se organizan otros programas específicos como el Campus Neptuno (para centros escolares), el Campus de Verano (para chicas y chicos de 7 a 15 años), las Colonias Inclusivas (destinadas a centros de Educación Especial) y las Escuelas Rurales, en las que se fomenta la integración entre grupos diversos, se amplía la participación territorial y se promueve el arraigo local. La filosofía es clara: todos los niños y niñas tienen derecho a vivir una experiencia única, independientemente de sus circunstancias. Todo ello desde una propuesta pedagógica que combina la educación no formal con una mirada social transformadora.
Diversión y crecimiento personal
La propuesta diaria en las colonias es rica, variada y profundamente educativa. Actividades náuticas, excursiones, juegos cooperativos, talleres creativos o dinámicas grupales se desarrollan siempre al aire libre, en estrecho contacto con el entorno natural de Hondarribia. Cada actividad es una oportunidad para aprender a convivir, tomar decisiones, respetar la naturaleza o trabajar en equipo.
Además, el campus, alineado con los valores de Fundación Caja Navarra, refleja los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), abordándolos de forma transversal: desde el respeto a la biodiversidad hasta la promoción de una vida saludable y la reducción de desigualdades.
La convivencia es otro de los pilares fundamentales. Se trabaja desde la construcción colectiva de normas, el fomento de la empatía y la resolución pacífica de conflictos. La participación activa de los menores en las decisiones del día a día también refuerza su autoestima y sentido de pertenencia.
Un legado histórico
Lejos de ser un recuerdo del pasado, las Colonias de Hondarribia siguen siendo un punto de encuentro emocional para muchas generaciones de navarros y navarras. La Fundación Caja Navarra ha comenzado un proceso de recuperación de la memoria histórica del campamento, reconociendo su impacto social y educativo a lo largo del tiempo.
Con el objetivo de mejorar el bienestar emocional de quienes participan, el campamento promueve la desconexión digital, lo que facilita una conexión más profunda con las emociones y con el entorno natural y rural que lo rodea. Como asegura Jesús Adrián Mata Ferreira, de 12 años, participante este año: “Este campamento me aporta mucho a nivel personal. Desconectamos del móvil y eso se nota en la salud y en cómo nos relacionamos. Convivimos todo el tiempo y eso hace que sea muy fácil hacer amigos”.
Una experiencia que marca y que deja huella, como también expresa Eider Isaba Torrecillas, de 14 años: “A los padres que estén dudando si apuntar a sus hijos, les diría que no lo piensen más. Es una experiencia increíble y no dura para siempre: llega un momento en el que ya no puedes venir, y da pena perdérselo. Está todo muy bien organizado, los monitores están siempre pendientes de ti y las actividades son una pasada”.
Hoy, casi nueve décadas después de su nacimiento, las Colonias de Hondarribia siguen vivas, creciendo con cada generación. No es solo un campamento de verano, sino un espacio de desarrollo personal, relaciones auténticas y compromiso con el entorno y con los demás. Un legado que continúa formando personas y fortaleciendo comunidades.