"De Francisco a León XIV: dos estilos, una misma primavera en la Iglesia"
Habló el pasado 10 de diciembre en el Instituto Plaza de la Cruz, invitado por el Foro Gogoa, sobre la figura del papa Francisco y su sucesor, el papa León XIV
José Manuel Vidal nos presenta al papa Francisco como el iniciador de una primavera en la Iglesia, abriendo caminos que León XIV tendrá que consolidar.
José Manuel, la imagen “voces distintas de una melodía compartida” ¿qué significa exactamente aplicada a los papas Francisco y León XIV?
La imagen resume muy bien lo que estamos viviendo. Francisco y León XIV no son iguales, ni en carácter, ni en estilo, ni en forma de comunicar, pero ambos forman parte de un mismo proceso histórico y espiritual. Francisco fue una voz potente, rupturista, a veces incluso estridente, que abrió caminos con gestos, palabras y decisiones valientes. León XIV es una voz más serena, más contenida, pero que camina por esos mismos senderos.
No se trata de una ruptura entre un papa y otro, sino de una continuidad en clave distinta. Francisco fue el que abrió las ventanas de golpe, dejando entrar el aire fresco del Espíritu; León puede ser quien mantenga esas ventanas abiertas para que no se vuelvan a cerrar. Son dos tiempos de una misma primavera eclesial.
Usted ha definido a Francisco como un “gigante”. ¿Qué lo hace una figura tan decisiva en la historia reciente de la Iglesia?
Francisco ha sido, sin exagerar, uno de los papas más importantes de los últimos siglos. Su grandeza no reside solo en lo que dijo o escribió, sino en lo que encarnó. Era un hombre con un carisma natural impresionante, que llenaba los espacios sin pretenderlo, que conectaba con la gente de manera directa y auténtica.
Su figura se agranda con el paso del tiempo porque fue capaz de romper inercias muy profundas: la sacralización excesiva del papado, la distancia con el pueblo, el clericalismo, el miedo a tocar temas incómodos. Francisco devolvió humanidad al papado. Mostró que el papa es un creyente más, con autoridad, sí, pero una autoridad al servicio, no de dominio.
¿En qué sentido Francisco supuso un cambio de ciclo respecto a los pontificados anteriores?
La Iglesia funciona por ciclos largos. Tras el Concilio Vaticano II, convocado por Juan XXIII y desarrollado por Pablo VI, hubo una etapa de apertura, diálogo y renovación. Pero después vino un largo invierno eclesial, con Juan Pablo II y Benedicto XVI, marcado por la rigidez doctrinal, el control teológico y una visión defensiva de la fe.
Francisco rompe ese ciclo. Llega tras la renuncia de Benedicto XVI y desde el primer minuto deja claro que no va a seguir el mismo camino. Cambia los gestos, el lenguaje, las prioridades. Pide la bendición al pueblo, rechaza los ornamentos tradicionales, habla de una Iglesia “en salida”. Solía decir: “O caminamos o nos convertimos en estatuas de sal”. Todo eso no es superficial: es profundamente teológico y pastoral.
Uno de los rasgos más destacados de Francisco fue su estilo cercano y gestual. ¿Por qué fue tan importante ese lenguaje simbólico?
Porque durante décadas la Iglesia había hablado mucho, pero había tocado poco la vida real de la gente. Francisco entendió que los gestos evangelizan tanto o más que los documentos. Abrazar a los pobres, besar a los enfermos, acercarse sin miedo a cualquiera, romper la distancia física y simbólica del poder.
Eso desconcertó a muchos, pero conectó profundamente con millones de personas. De pronto veíamos a un papa que abrazaba como abrazamos nosotros, que se enfadaba, que improvisaba, que no estaba blindado por el protocolo. Eso devolvió credibilidad a la Iglesia y mostró que el Evangelio se juega en la carne, no solo en las ideas.
Usted ha sido muy crítico con la Curia romana. ¿Qué papel jugó Francisco frente a ese aparato de poder?
La Curia romana es uno de los grandes problemas históricos de la Iglesia. Es una estructura muy resistente al cambio, marcada por el carrerismo, el clericalismo y, en algunos casos, por dinámicas claramente corruptas. Los papas pasan, pero la Curia permanece.
Francisco fue muy consciente de eso y la combatió como nadie. Denunció el clericalismo año tras año, cara a cara, delante de los máximos responsables. Les recordó que la Iglesia no es una empresa ni una pirámide de poder, sino una comunidad de hermanos y hermanas. Intentó reformarla, reorganizó los dicasterios y desplazó el eje desde la doctrina hacia la evangelización y la justicia social. No lo consiguió todo, pero inició un proceso irreversible.
Otro punto clave de su pontificado fue el tratamiento de los abusos. ¿Qué cambió realmente con Francisco?
Cambió el paradigma. Antes de Francisco, la dinámica era el encubrimiento, el silencio y el traslado de culpables. Las víctimas no existían. Con Francisco se pasa a la tolerancia cero, al reconocimiento del daño y a la creación de mecanismos específicos para abordar estos crímenes.
Es verdad que la reparación sigue siendo insuficiente y muchas veces humillante para las víctimas, pero estamos en otra época. Ya no se puede negar el problema ni esconderlo. Francisco rompió esa cultura del silencio y obligó a la Iglesia a mirarse al espejo, aunque el reflejo fuera doloroso.
Francisco también impulsó con fuerza el proceso sinodal. ¿Por qué es tan importante para el futuro de la Iglesia?
Porque es la clave de todo. La sinodalidad no es una moda, es una forma distinta de ser Iglesia. Supone pasar de una estructura vertical, jerárquica y autoritaria a una comunidad donde todas las personas creyentes caminan juntas, escuchándose y discerniendo.
La autoridad, tal como se ha entendido durante siglos, ya no tiene sentido ni evangélico ni cultural. El proceso sinodal abre la puerta a una Iglesia más democrática, más participativa y fiel al Evangelio. Si ese proceso se frena, la Iglesia perderá a las nuevas generaciones. Si continúa, puede ser una auténtica resurrección.
Tras la muerte de Francisco, llega León XIV. ¿Qué destacaría del nuevo papa?
León XIV es un hombre muy distinto a Francisco. Es más reservado, más pragmático, más silencioso. No tiene el carisma explosivo de Francisco, pero tiene algo fundamental: capacidad de escucha, equilibrio y sentido de gobierno.
¿Cree que Francisco lo preparó como sucesor?
Francisco vio en él a alguien capaz de concretar lo que él había iniciado. Conoció a Prevost, superior de los Agustinos, y lo nombró obispo de una pequeña diócesis en Perú, a los dos años lo trae a Roma y lo nombra prefecto del Dicasterio de los Obispos y finalmente cardenal obispo, el rango más alto. Fue una forma clara de señalarlo como posible continuador del proceso. León XIV no viene a desandar el camino, sino a consolidarlo. Viene a ser el nuevo Pablo VI.
¿Qué desafíos principales tiene León XIV, especialmente en relación con los medios y la cultura actual?
Vivimos en una sociedad mediática que premia el carisma, la frase brillante, el impacto inmediato. En eso Francisco era imbatible. León XIV lo tendrá más difícil, porque su estilo es más sobrio. Pero no todo pasa por los titulares.
Su reto es demostrar que la profundidad también comunica, que el silencio puede ser elocuente y que gobernar bien no siempre genera aplausos. Tiene que tomar decisiones claras en temas clave: la mujer en la Iglesia, la continuidad del proceso sinodal, la justicia social y la acogida de los migrantes. Ahí se jugará su credibilidad.
Para terminar, ¿es optimista sobre el futuro de la Iglesia o teme una marcha atrás como ocurrió tras el Vaticano II?
Soy prudentemente esperanzado. Es verdad que después del Vaticano II hubo una involución muy fuerte, y eso puede volver a pasar. Nada está garantizado. Pero hoy es más difícil dar marcha atrás, porque la conciencia del pueblo creyente ha cambiado.
La primavera iniciada por Francisco sigue viva. León XIV tiene la oportunidad de consolidarla. El Espíritu sigue soplando, aunque a veces no lo veamos. Y como decía Francisco –y repite León XIV con otras palabras–, el Espíritu Santo no se jubila. Nadie puede parar la primavera cuando llega impulsada por el Espíritu.
Se puede ver la conferencia completa en este enlace.
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