Bilbao siempre mantuvo una relación especial con Inglaterra durante la revolución industrial. La minería y el hierro les unió. Ese vínculo perdura aunque la ciudad sea de titanio. Hasta una canción recuerda aquellos años. Un inglés vino a Bilbao… y se vistió de amarillo.

Adam Yates bautizó el Tour de Euskadi con un triunfo en los aledaños de la Basílica de Begoña. Se ganó la eternidad. Campanas de boda por Adam. Réquiem por Simon. Su hermano. Los gemelos se disputaron el triunfo en la capital vizcaina como si se tratara de una pasaje bíblico.

Dominó Adam, el hombre que arengó a Tadej Pogacar en Pike Bidea. Se subió a la gloria Adam cuando los mejores dudaron. El esloveno fue tercero. Encabezó el grupo de favoritos. Fue el más rápido. Pogacar tiene prisa. Une lo urgente y lo importante. Hambriento. Caníbal.

Festejó la victoria de Adam y la mordida de cuatro segundos sobre Jonas Vingegaard. No es el tiempo ganado. Es la moral. El mensaje. Su muñeca izquierda, visible la muñequera y el tapping que aún la cuidan, no está del todo bien, pero sus piernas de oro funcionan de maravilla. Su mentalidad y ambición continúan intactas. Lo comprobó Vingegaard.

Al danés le faltó un pizca de explosividad en un final en el que los nobles, con Landa entre ellos, se dieron la mano. “Era importante no perder tiempo”, dijo el escalador de Murgia. "Estoy contento". Del encuadre se desprendió Enric Mas, fuera de carrera por una caída en el descenso de el Vivero. Richard Carapaz también impactó contra suelo. Acabó cojeando.

El ecuatoriano pudo recomponerse, pero perdió un mundo. Fractura de rótula. El Tour no hace prisioneros. Tampoco amigos. No existe la amistad. Es capaz de separar a los gemelos. Adam y Simon pelearon por lo mismo: un pedazo de historia. El primero se lo llevó con todo. Etapa y liderato. Inolvidable. Directo a la historia. A Simon le consoló que el triunfo abrazó a los Yates. Día grande en la familia.

Amaneció el día con el friso gris del cielo, la temperatura tenue, templada, en una ciudad calurosa y vibrante, repleta de cariño festejando el Tour en una fecha histórica. Un incunable. Abrazada Bilbao a la Grande Boucle como un niño pequeño agarra a su peluche preferido.

La etapa de la capital vizcaina comenzó hace un siglo, cuando Vicente Blanco, el Cojo, recorrió mil kilómetros hasta París para alistarse a la Grande Boucle. Le concedieron el dorsal 155 y la organización le prestó una bicicleta. El Cojo, lisiado por un accidente de trabajo, no finalizó la etapa. Aquella aventura, sin embargo, fue el amanecer. La primera puntada.

La hebra del hilo amarillo que fue cosiendo la historia del ciclismo vasco a través del tuétano del Tour y que bordó la Grand Départ de Donostia en 1992, cuando el reino de Nafarroa, el de Miguel Indurain, el mito de los cinco Tours.

Reposó el Tour y las décadas de misivas, a modo de plegarias se encarnaron en una jornada antológica con cima en Oiz. La Vuelta como preludio del Tour. A partir de ese ensayo general se gestó el desafío de la Grand Départ de Bilbao.

Con el descorche, se volcó el pueblo, reunido en las cunetas. En manifestación. Se agitó la carrera para una travesía con oleaje, con la brisa de la sal, la que saludaba desde la mar. Esperaba al Tour, un océano de aficionados salpicando a los ciclistas, recordándoles que el ciclismo siempre perteneció al pueblo.

El legado vasco

Una afición que veneró a Loroño, Ezquerra, Lejarreta, Gorospe, Miguel Mari Lasa, Otaño, Nazabal, Etxebarria, Olano, Etxabe, Beloki, Laiseka, Mayo o Indurain y que vibra ahora con Mikel Landa, Pello Bilbao, Ion Izagirre, Alex Aranburu, Jonathan Castroviejo, Gorka Izagirre y Omar Fraile. Ellos recogen el legado. El testigo. La herencia de la dinastía vasca en el Tour.

La fuga desde el inicio

De inmediato se desataron Calmejane, Guglielmi, Eenkhoorn, Gregaard y Ferron, dispuestos a abrir la cremallera de Bizkaia, festiva y alegre, acariciando el Tour con ikurriñas, ánimos, gritos, aplausos y algarabía. Día de fiesta. La carretera amarilla sublimada por un paisaje hipnótico, verde la montaña, azul la mar. Pasión en cada recoveco.

Después de doblar Laukiz asomó San Juan de Gaztelugatxe, una catedral del mar. Un capricho de la naturaleza. Juego de Tronos entre los fugados en Rocadragón. En el retrovisor mandaba el sosiego, pero no la falta de atención. Hora de comer.

El fuego esperaba más adelante. Laporte dirigía el escuadrón de Vingegaard, el campeón en curso, que pensaba en anticiparse en un inicio exigente. El danés y Pogacar, con una muñequera que le sujetaba la muñeca izquierda, fracturada en la Lieja, a finales de abril, cruzaron sus sonrisas en la salida. La calma que precede a la tempestad.

Se citaron para el duelo futuro con la mirada afilada tapada por las gafas de sol, las pantallas del alma. Deseos ocultos. En Gernika, el pueblo de la paz, enraizaba la sensación de una extraña quietud, a modo de un presagio. La fuga se mecía a un golpe de acelerón en Urdaibai, un relieve que lijaba las piernas como un ejército de termitas.

El patio de recreo de Pello Bilbao, con ojos de loco enamorado, saludando a sus vecinos. El gernikarra anhelaba conquistar Bilbao, con el amarillo en juego. No fue su día. Perdió medio minuto. Los que piensan en París, tomaron posiciones. Cada uno con sus costaleros. Más decibelios. El diablo apareció en escena.

Nervios y estrés

Se respiraban aires de clásica en Ereño, el pueblo del mármol rojo. Se enfiló el pelotón. Tras el bucle por el tomavistas de Urdaibai, En el alto de Morga pereció la fuga. Sonó el despertador. El sol se desperezó. Se acaloró el ritmo. Los peones de Vingegaard y Pogacar se situaron al frente. Velocidad, tensión. Nervios. Estrés. El Tour desplegándose. Los velocistas se quedaron secos. Tiesos. Estatuas de sal. Euskadi no es territorio para guepardos.

El Vivero, el alto al que peregrinó un ejército de entusiasmo, provocó el efecto llamada para los mejores. Codos y jerarquía a debate. Los alfiles de Vingegaard y Pogacar dispuestos a darle chispa a una subida fogosa. El danés, rostro serio, concentrado, en el bolsillo de Van Aert. El esloveno, de cháchara, sonriente. Personalidades opuestas.

Van der Poel, otro de los grandes personajes, estaba solo. Sin compañía. Aislado se quedó Fraile, deshilachado en la cota, festoneada por la ikurriña, la enseña que envolvía la fiebre amarilla por el Tour. Alta temperatura.

Abandono de Enric Mas

En el descenso, limpio, se estrellaron Enric Mas y Richard Carapaz. Escalofrío. Nunca se sabe dónde espera la desventura. El mallorquín se quedó fuera de carrera con el hombro derecho dolorido y la mirada perdida. Fundido a negro. Negando. Otro Tour por el sumidero. Lesionado, Mas tuvo que abandonar el primer día. El ciclismo no entiende de jerarquías. Cruel.

El ecuatoriano, acumulada una enorme pérdida de tiempo, continuó con las rodillas golpeadas. La sangre marcándole el paso. El dolor impreso en el rostro. Los dientes apretados. Resoplando miseria. Amador le acompañó en el calvario. Letanía. Nadie espera a los caídos.

A por todas en Pike Bidea

Menos aún en Pike Bidea, una ascensión repleta de minas. La espoleta la activó Adam Yates, lanzador de Pogacar. El inglés se agitó y Vingegaard se prensó al esloveno. No le concedió ni una sólo palmo. El Tour se gana en cada pulgada. Landa y Gaudu padecieron, pero lograron sostenerse. También Hindley, Skjelmose y Carlos Rodíguez.

En las rampas más pendencieras y provocadoras, al esloveno y al danés le unen el cordón umbilical de la rivalidad. Nada de concesiones. Pogacar, Vingegaard y Lafay coronaron el muro, donde se resquebrajó Pello Bilbao. No quedó rastró de Van der Poel ni Alaphilippe. Adam y Simon, los hermanos Yates, pizpireto el pedaleo, trastearon. Se subieron a la ola. Dos en uno. Gemelos.

Surfearon con valentía el descenso hasta llegar a las entrañas de la ciudad. Por detrás, Pogacar observaba con cariño la travesura de su compañero. Jugada maestra. Vingegaard sólo tenía ojos para el esloveno. Ese vis a vis permitió la lucha fratricida en las curvas que escalaban hacia Begoña.

En el scalextric, la fatiga absorbió a Simon Yates, que implosionó frente a su hermano. Por detrás, esprintó Pogacar, que celebró con el puño al aire el triunfo de Adam. Tuvo tiempo para mirar atrás el esloveno. Reconoció a Vingegaard, al que le cobró cuatro segundos. Así comenzó el Tour en Bilbao. Adam corta el cordón umbilical con Simon.