Es algo grotesco que les ha pasado a muchos hombres a lo largo de la historia, y a muchos les pasará: el peligro de sobrepasar la barrera de los 45 y creerse aún adolescentes. Retornar a una ficticia edad púber cuando peinas canas con gomina y te perfumas con Varón Dandy. Ya le ocurrió en los 90 al inolvidable Papuchi, hace un par de veranos a Risto Mejide, y en la actualidad al diestro Enrique Ponce. Las imágenes de él y su nuevo amor, Ana Soria, sobre un cocodrilo hinchable en las playas de Almería, muestran los más terribles efectos secundarios de dicha dolencia viril.

Vaya por delante, faltaría más, el respeto de quien cada semana escribe estas líneas por el amor libre, reloco y tórrido. Y a aquellos que, siempre con respeto, cariño y consentimiento, juguetean cada verano al waka-wakawaka (o mejor dicho, pueden). Avanzadilla moralista esta para los defensores del humor blanco y más pureta bienquedismo. ¡No lean más! Porque una cosa es percibir en vena el sofoco veraniego del querer, y otra muy distinta lanzarte a bares y chiringuitos cual púber adolescente cuando ya luces canas para pedir un sol y sombra.

Es lo que le ocurre este surrealista mes de agosto al hombre del verano, al diestro de hasta hace bien poco vida glam, madura y ordenada que ha decidido retornar a sus años más mozos. Primero confirmando en público su nuevo amor con la joven Ana Soria; después, anunciando su sonada ruptura con la gran Paloma Cuevas (quien seguro disfruta muy mucho desde casa del actual circo mediático); y en tercer lugar, volcando en redes sociales un completo álbum fotográfico que ni el más petardo de los influencers.

Porque, señoras y señores, Enrique ya no es el Ponce que conocíamos. ¡Para nada! Atrás quedó para siempre aquel repeinado señor de aspecto elegante y rancio, americanas con pañuelos, fragancias Varón Dandy y actitud discreta. El torero actual se asemeja mucho más al moderno Gonzalo Caballero (guaperas ex de Victoria Federica) que a Manuel Benítez Pérez, El Cordobés. Para lo bueno y lo malo. Basta con chequear el Instagram de su joven amada para cerciorarse de que, en su verano más imberbe, solo les falta visitar Port Aventura y sacarse una fotito mientras se besan en el Dragon Khan. Todo lo demás lo están cumpliendo a rajatabla. ¡Y con gran éxito! El manual del buen querer: paseos idílicos cogidos de la mano, salidas nocturnas con amigos, amigas, refrescos y copas con bengalas, largas mañanas (y tardes) de playa, e instantáneas de miradas intensas y sonrisas Profiden.

Esas que también mostró el pasado sábado en Osuna, donde Ponce sorprendió a propios y extraños escribiendo la letra A (inicial de su nueva pareja) en el albero en lugar de la tradicional cruz que realizan todos los toreros antes de comenzar faena. Un poético gesto que durante su matrimonio de veinticuatro años con Paloma Cuevas nunca ejecutó, todo sea dicho.

Pero adentrándonos en el turrón, cabe señalar que mientras el mundo entero miraba con lupa a la localidad sevillana, a la que no acudió Soria, el verdadero salseo se hallaba en Instagram. Concretamente en las idílicas playas de Almería. La pareja publicó en su creciente red social la que será una de las imágenes del verano del coronavirus. Esa en la que Enrique y Ana, sugerente dueto, se salpican chipli-chapla sobre un cocodrilo hinchable, chapoteando cual quinceañeros en agua salada. Derroche máximo de carantoñas y pasteles no visto en televisión desde la emisión de High School Musical. Con la mínima diferencia de que en la peli yanki todos los protagonistas cursaban secundaria, y Enrique Ponce debe tragar saliva cada vez que sale de bares con la troupe de su chica. En ese preciso momento en el que deciden retratar la noche y en la mesa se dibujan cuatro gin tonics y un vaso de Campari.