Alvar León de Lara, cardenal de la curia, vuelve a petición de su antiguo mentor a la abadía que fue su hogar, que abandonó veinte años atrás con el alma rota por un amor imposible. Su maestro desea revelarle algo que cambiará el curso de la cristiandad. Sin embargo, la llegada de Alvar desencadenará la tragedia: enigmas tras puertas ocultas, crímenes inexplicables, símbolos que conducen a pistas y pistas que conducen a trampas. Un descenso vertiginoso que le enfrentará a la mujer que desgarró su corazón, a la intransigencia de los cobardes, a la lucha por mantenerse entre los vivos y, finalmente, a Los diez escalones. Así se puede resumir la historia que Fernando J. Múñez cuenta en su segunda novela. La primera, La cocinera de Castamar, fue todo un éxito en lectores y también lo está siendo en la adaptación que de ella ha hecho Atresmedia, que se ha visto recientemente en los canales del grupo y que ahora está a disposición de los televidentes en Netflix.

¿A dónde nos llevan Los diez escalones de su historia?

-No puedo decir mucho de hacia dónde nos dirigen, pero el libro tiene una gran parte de thriller y cualquier dato puede servir para, como lo diría yo...

¿Hacer un espóiler?

-Más o menos. No puedo decir que hay más allá de eso diez escalones, pero sí puedo contar cómo se inicia este viaje. El protagonista recibe un mensaje de su maestro y le dice que regrese lo antes posible a Castilla porque ha descubierto Los diez escalones y quiere hablar con él del tema. Él no quiere volver, es reticente, porque allí dejó años atrás a la mujer a la que amaba con toda su alma, y regresar puede abrir todas las cicatrices del pasado.

Pero vuelve.

-Sí, porque de lo contrario no habría historia. Y a raíz de su llegada se desencadena la tragedia. En esa tragedia van a estar involucrados de forma vertebral Los diez escalones, y en la trama van a estar metidos Isabel, su amor del pasado, Sancho, el marido y verdugo de ella, y también la abadía donde él había vivido.

¿No resulta difícil hacer un thriller medieval? Los elementos con los que se juega son de otro tiempo.

-Cuando escribo no suelo fijarme si es un thriller, un western o una novela costumbrista. Lo de las etiquetas se lo dejo a la editorial, que tiene que colocarlas por colecciones de una manera rápida para que la gente sepa lo que está comprando.

Aunque usted ha reconocido en la primera pregunta que tenía una parte de thriller.

-Es que es verdad, tiene una parte de misterio, una parte de intriga que mueve todas las tramas, al igual que en La cocinera de Castamar, donde teníamos el drama histórico y también había mucho de una novela de aventuras, de las novelas palaciegas de intriga... Tenía muchos sesgos que no se adecuaban a un solo género. En Los diez escalones pasa lo mismo: tenemos una parte de thriller, tenemos esa abadía misteriosa, tenemos el invierno, el frío, la niebla... Tenemos mucho suspense, pero también hay una historia de amor muy desgarradora que lo cruza todo, además de venganzas, aventuras... Así que no creo que se pueda calificar solo como un thriller, sino que es algo más.

¿Y cómo solventa las dificultades que plantea una historia tan compleja?

-Yo escribo a brújula. Dejo que sean los personajes los que me vayan llevando, cedo ante los deseos de ellos y les llevo hacia donde me piden o me sugieren de una forma u otra.

¿Prefiere los relatos del pasado a los del presente?

-Me gusta utilizar el pasado para reflejar temas que nos hagan reflexionar sobre nuestro momento presente. En Castamar se habla del esclavismo, de la xenofobia, hay una estructura telúrica que va por debajo de la trama general. Lo mismo ocurre en Los diez escalones, las tramas son una disculpa para hablar de otros temas, y aunque esos temas estén en el pasado tienen mucho que ver con nuestro presente. Por poner un ejemplo, con la intolerancia. Aunque parezca algo muy alejado, en nuestros tiempos nos toca muy de cerca.

Si el libro de La cocinera de Castamar fue un éxito, no lo ha sido menos la adaptación que se ha hecho para la televisión...

-Y estoy encantado. Cuando uno escribe está feliz con que lo que hace se divulgue en libro o en serie. Este éxito no deja de ser sorprendente, porque aunque uno lo desee profundamente, cuando sucede no deja de sorprender.

¿Se ajusta a lo que pensaba que iba a ser la historia vista desde el punto de vista audiovisual? Porque el lenguaje es muy diferente...

-Tienes toda la razón. El lenguaje es muy diferente y por eso el producto también es muy diferente. Fíjate, solo la traducción de un libro ya es diferente. Soy productor ejecutivo de la serie y lo que hice fue marcar muy bien las pautas que quería, lo que a mí me interesaba. Me apetecía mucho que los decorados contaran la historia, que las texturas hablaran. Después de que planteé lo que quería para la serie ya dejé hacer a los profesionales su trabajo y di un paso atrás.

¿Y ha quedado satisfecho?

-Sí, y no tengo mucho que decir sobre los resultados obtenidos. Los profesionales tienen que coger todo el material del libro y transmutarlo en imágenes, y yo he tenido que dejar que lo hicieran.

Aunque si el director hubiera sido usted...

-Ja, ja, ja... Afortunadamente, eso no ha ocurrido. En serio, muchas cosas no hubieran sido igual y otras sí que hubieran sido como la serie ha mostrado. Todo escritor tiene que ser consciente de que su libro no es igual a una serie y que para llegar a buen puerto es necesario renunciar a tramas, ver modificadas algunas o incluso que haya otras que tú ni siquiera has escrito.

¿Se había imaginado a los personajes parecidos a los actores que han trabajado en La cocinera de Castamar?

-En algunos casos sí y en otros me he sorprendido mucho. En un casting intervienen muchas personas, hay numerosas sugerencias y debes estar muy abierto. Podía tener mis ideas, pero había muchas voces. Ha sido una producción muy importante, y en algunos casos he visto a los personajes muy bien retratados, perfectos para lo que había imaginado.

¿Y en otros no?

-No he querido decir eso, pero en su día ya señalé que me imaginé al duque, al protagonista, como Rodolfo Sancho.

Aunque sus deseos no se cumplieron.

-También digo que el trabajo que ha hecho Roberto Enríquez ha sido magnífico, extraordinario. Cuando le eligieron a él porque Rodolfo no pudo ser, reconozco que respiré tranquilo y así se lo dije a él. Me ha parecido un elenco impresionante y algunos actores me han sorprendido, y gratamente, no lo contrario.

Este no ha sido su primer contacto con el mundo audiovisual...

-Desde que era pequeño, por cuestiones familiares he estado en platós de cine. También he hecho rodajes de publicidad como creativo, en 2012 rodé una película y he hecho muchos cortos. En el mundo de la televisión no tengo tanta experiencia. Es una de las cosas por las cuales tenía que ceder el testigo y dejar a los que saben más que yo hacer su trabajo. Y tengo que decir que ha sido increíble. Ceder es muy bueno en ocasiones. Además, mi especialización está más en el cine que en la televisión.

¿Cree que Los diez escalones puede ser otra serie?

-Siempre pienso en los libros para ser leídos; esta es mi primera idea más allá de que luego se puedan adaptar o no. A priori me parece más de cine que de pequeña pantalla, aunque también podría ser otra serie. De momento estoy disfrutando de él como libro y de los lectores.

Va usted como una bala. En 2019 se publicó La cocinera de Castamar, rápidamente saltó la noticia de que se convertiría en serie, y ahora presenta otro libro.

-Ja, ja, ja... No tan rápido. La cocinera de Castamar se publico como dices en 2019, pero estaba terminado año y pico antes. Durante ese año y pico que tardó en publicarse, yo ya estaba escribiendo Los diez escalones. Ha dado la casualidad de que se estaba estrenando la serie y a la par se presentaba este libro.

¿Cómo es su forma de escribir, rápida o lenta?

-No sé decir muy bien si soy una cosa u otra. A mí me gusta escribir de tirón, porque eso me hace fluir en el texto, pero creo que no soy especialmente rápido. En una novela lo normal es tardar un año o un año y pico, y yo he tardado más de dos.

Escribe desde niño, ¿qué le llevó a hacer relatos y cuentos?

-Es cierto que escribo desde muy joven, desde que era un niño. Lógicamente, aprendí antes a leer, pero el hábito de la lectura me llegó más tarde que el de la escritura. Ahora soy muy lector, y lo fui también de joven, pero antes me llegaron las ansias de contar historias. De niño les escribía cuentos a mi madre, a mis hermanas, a mis amigos del cole. Con 14 años, comencé a escribir mi primera novela. Nunca se la enseñaré a nadie, esa me la guardo para mí. Nadie la leerá, lo prometo.