¡Uy, lo que ha dicho! - En lenguaje viejuno diríamos que paren las rotativas. ¡Pablo Casado ha dicho coño en el Congreso de los Diputados! Y en realidad, la noticia no es que la palabra haya salido por la boca del coleccionista de másteres de pega sino que tal tontuna provoque a diestra y siniestra una torrentera de reacciones del más pobretón de los manuales. Mal por sus próximos, que glosan la hazaña dialéctica como si el palentino fuera la reencarnación de Castelar. Peor todavía por sus enemigos del flanco progresí, pidiendo las sales porque el líder de la oposición ha ido un poco más allá del caca-culo-pedo-pis. Así, de memoria, me vienen a la cabeza Cela, Tejero y Labordeta pronunciando la interjección que alude a la vagina en las cortes franquistas, posfranquistas y requeteposfranquistas, respectivamente. Que ahora escandalice el exabrupto de todo a cien provoca entre ternura y hastío. Vaya papelón, Gabriel Rufián, el de comparar la jaculatoria de Casado con la troleada que le pegó dos días antes Mariano Rajoy en la comparecencia de la Kitchen. Ahí mostró que le dura el escozor.

Una más - El resumen y corolario de una de entre un millón de anécdotas que han sucedido, suceden y sucederán en el hemiciclo es que ayer el gaseoso líder del PP obtuvo exactamente lo que iba a buscar. Fue titular, trending topic, objeto de iracundas diatribas y encendidas ovaciones, carne de meme a favor y en contra y, desde luego, alimento para las tertulias y las piezas de opinión como esta misma. Ello, a cuenta de una intervención de aluvión, tapizada por los topicazos más toscos del argumentario y solamente distinguida por el uso del vocablo de cuatro letras que a estas alturas sigue haciendo abrir la boca con sorpresa a los eternos doceañeros que muchos no dejarán de ser jamás. Y si ya le busca la derrota machirula a la cosa, apaguemos y vayámonos. ¿Si hubiera dicho huevos la cosa habría sido distinta? No. De hecho, le habrían acusado de lo mismo.

No todos son así - Pasados un porrón de sarampiones, a mí el episodio solo me sirve para comprobar por enésima vez que el parlamentarismo va cuesta abajo en la rodada. Y no es algo que venga de anteayer, como los adanes de ocasión pretenden vendernos. Ya en la época de Lizarra, por no ir más atrás, la Carrera de San Jerónimo era un insultadero a la altura de los tugurios más infectos que se imaginen. Desde entonces solo se ha ido degenerando. Mi reconocimiento a las diputadas y diputados que ceden a la tentación de caer en la zafiedad. Los hay, se lo juro.