Poco que añadir a lo dicho en el Debate sobre el Estado de la Comunidad. El hecho de que prácticamente todos sus protagonistas vayan a ser los candidatos de sus partidos en las elecciones de dentro de siete meses hizo de la cita una suerte de tanteo, cada cual marcó las balizas de su pista de despegue hacia los comicios. Lo que ha quedado bastante claro es que el mayor acierto de Barkos ha sido alumbrar un gobierno sin traslación de cuotas de socios, con entidad propia, minimizando el riesgo de reproducir en su seno los inevitables desmarques referenciales que la competitividad política impone. Que haya establecido esta fórmula -nada más ser elegida presidenta le costó aguantar el pulso, pero lo logró- es lo que ha permitido el desarrollo de un trabajo institucional dentro de lo aceptable, y ha librado a Navarra de nuevos espectáculos circenses. Solucionó en su momento la crisis en Educación, y es así como esta semana ha podido acudir al Parlamento a hablar exclusivamente de lo que ha hecho y de lo que cree que se puede seguir haciendo. Para qué recordar que en la pasada legislatura todo parecía más fácil, sólo dos partidos llamados a entenderse y toda una clá de intereses creados -sí, el régimen- anhelando ser cobijados bajo tal poder político, y todo estalló por los aires al cabo de pocos meses. El contraste de estabilidad institucional es incontestable a pesar de lo complicado que parecía al comienzo. Sólo ha sido ese partido que vive del trampantojo, Podemos, el que ha animado algo los titulares con sus sandeces. Ni así el cuatripartito ha dejado de conformar una opción diversa en lo parlamentario y confluente en lo ejecutivo. Gustará más o menos lo hecho, pero no cabe duda de que se ha salvaguardado una organización institucional que es la que debe ser y la única que puede ofrecer resultados de gobierno. Por cierto, todo lo contrario de lo que representa el reciente pacto entre Sánchez e Iglesias, condensado en un documento en el que los membretes son los del Gobierno de España, por una parte, y el de Podemos, por otra. Cuesta creer que sea un error de principiantes, algo que sería inaceptable en un ayuntamiento de pedanía. Crece la impresión de que más bien se corresponde con la enfermiza actitud de un Iglesias adicto al protagonismo más adanista.
Saliendo de las paredes del Parlamento, leo que un grupo de personas afectadas por la tributación de las ayudas a la maternidad proyectan una manifestación para exigir que en Navarra se les devuelva lo mismo que se va a devolver en el régimen común, una retención indebida a los ojos del Tribunal Supremo. Loable que cualquiera defienda lo que cree que le corresponde, pero surge la pregunta de si esas mismas personas tomaron por inocua la modificación legal que en 2012 estableció la norma tributaria. Evidentemente con aquello pasó lo mismo que ocurre con todos los impuestos, que se establecen por el gobernante contando con la pasividad del gobernado. Ahora estos perjudicados han hecho cuentas y visualizan lo que podrían recuperar en cuenta corriente si protestan eficazmente. No hay por estos lares una conciencia fiscal de carácter civil que no sólo suponga aceptar el compromiso moral de que hay que pagar impuestos, sino la actitud reversa de que estos deben ser justos y proporcionados. En otros países son muy frecuentes las llamadas ligas del contribuyente, activismo dedicado a presionar para que el gobernante se sienta controlado en relación con dónde pone los límites de la tributación y qué hace con el dinero que exacciona. Aquí parece que somos mucho más pastueños, y ni siquiera tenemos algo parecido a un estatuto del contribuyente -estoy dando una idea para programa electoral- que establezca límites para la actuación de las agencias tributarias, lo que ha de figurar en el otro platillo de la balanza de la corresponsabilidad fiscal obligada para todos. Hay un conocido economista que defiende que el saldo total de los impuestos debería pagarse de una sola vez, y así seríamos más conscientes de lo que realmente aportamos. Triste es que haya que tirar de calculadora para comprobar el pico que te pueden devolver por la casualidad de una sentencia judicial, y entonces se monte la manifestación. Muchos más motivos hay para poner el grito en el cielo, pero el que se queja de estos asuntos inmediatamente es tildado de infamante neoliberal.