Alcohólicos Anónimos | La primera copa que cambió sus vidas
Dos miembros de alcohólicos anónimos desde hace años tratan de reconstruir sus mundos a través del programa
Con un vaso de agua con gas donde antes había una copa de vino, Javier y Agustín brindan por su nueva vida. Llevan 11 y 34 (29 limpios) años, respectivamente, formando parte de Alcohólicos Anónimos con la intención de recuperar todo lo que han perdido durante todo este tiempo: personas, planes a futuro y, en última instancia, la posibilidad de haber disfrutado de una vida mejor. Desde que eran jóvenes, ya apreciaban que su reacción ante el consumo de alcohol no era la habitual, sino que empleaban la bebida como un elemento para hacer relaciones: “No sabía cómo adaptarme a mis entornos, así que bebía y me fijé en que así me sentía más cómodo. Y así fueron pasando los años hasta que cumplí los 56”, relata Agustín, sobre el momento en el que tocó fondo.
Javier se empezó a relacionar con el alcohol poco antes de comenzar su carrera de Periodismo, pero nunca pudo ejercer como tal, como consecuencia de haberse olvidado de todo aquello que conformaba su vida. “La ocupación de beber acarrea mucho tiempo, de tal forma que cuando quise dejarlo tuve miedo porque no sabía en qué podía invertir toda esa nueva inactividad”, confiesa. En este preciso momento es cuando uno comienza a preguntarse por qué su única forma de ocio era echar horas muertas en un bar en lugar de hacer otro tipo de planes: “No iba al cine si no bebía; si iba al fútbol, antes o después iba a beber; si iba al teatro, antes o después iba a beber”, añade Agustín para mostrar su comprensión.
Ambos señalan que es muy complicado escapar del alcohol por su carácter inherente en la sociedad, ya que hay muchos planes sociales que se concentran en torno a una mesa y una botella. “Y con esa primera copa nos emborrachamos, no con la última. La primera es la que nos hace empezar y la que nos impide parar”, cuenta Agustín. A eso se le suma muchas veces el tabaco: “Para mi desgracia, fui un gran bebedor y un gran fumador. No sé por qué me ha tocado a mí y no a otro tener esta propensión. Es algo que, a pesar del tiempo, todavía no he comprendido el motivo original”, reconoce Javier.
Tampoco entendió por qué hace 34 años, y no antes, se dio cuenta de que debía parar esa situación. “Me entró un pánico horrible. Y el miedo y la conciencia me empujaron a pedir ayuda y llamar a Alcohólicos Anónimos”, explica. En el caso de Agustín, tenía la esperanza de que llegaría el momento en el que cesaran todos sus problemas. No pudo. Sin embargo, el 3 de junio de 2013, después de una borrachera con la que asegura que casi no llega a su casa, su mujer le dijo unas palabras que durante un tiempo solo recordaba su subconsciente: “Agustín, no podemos seguir así”.
De vez en cuando, a pesar de encontrarse en su mejor momento, les vuelve el dolor por todo aquello que no pudieron hacer durante gran parte de su vida: Javier nunca pudo casarse y perdió a mucha gente cercana y Agustín se lamenta por no haber hecho más cosas con su hijo, que ahora tiene 39 años. “Lo sufrió toda mi familia, pero pienso que, sobre todo, lo padeció el crío porque no pude darle momentos de calidad”, se culpa. Con todo, la vida le quiso devolver el tiempo perdido. El día en que su hijo se iba a casar, un año después de reconocer su enfermedad y tratar de detenerla, recibió una carta en la que le decía que estaba muy orgulloso de la persona en la que se estaba empezando a convertir. “Nunca lo voy a olvidar. Es algo que me hace seguir adelante”.
Uno de los grandes problemas de las personas alcohólicas es que no reconocen su problema, ya que “se encuentra tan integrado en nuestra sociedad que da la impresión de que no es una droga. A todo el mundo le parece normal e, incluso, hay quienes tachan como raros a aquellos que no consumen”, dice Javier.
El lenguaje del corazón
Actualmente, es muy pequeño el porcentaje de gente que reconoce tener problemas con el alcohol y, por ello, el objetivo de Javier, Agustín y muchos de los que participan en Alcohólicos Anónimos es crear una conciencia social mayor del problema. “Queremos compartir fortaleza y esperanza. Por suerte, cada vez hay más sitios a los que se puede acudir y la sociedad está dando muchas oportunidades para que nos recuperemos. Además, ayudando a otros nos ayudamos también a nosotros mismos. Es una manera de que todos ganemos”, señala Javier.
Para ambos, las reuniones son “primordiales” porque a partir de ellas surge el contacto y la resistencia. “Te llegas a entender con una persona que, en apariencia, es totalmente contraria a ti. Y muchas veces te entienden mejor que tus conocidos de toda la vida. Estar juntos y ayudarnos los unos a los otros es la esencia de la recuperación en Alcohólicos Anónimos; el lenguaje del corazón”, apunta Javier. De hecho, los dos consideran que es muy curioso cuando uno llega a estas sesiones porque, ante todo, predomina el respeto; uno habla, cuenta todo cuanto quiera y el resto solo escucha. “No se le interrumpe nunca. Vamos, como en el bar”, bromea Agustín.
A través del programa de Alcohólicos Anónimos, se plantea la problemática de que la única manera de solucionar este problema es la no ingesta de estas bebidas. “Nunca nos ponemos objetivos a largo plazo, sino pequeñas metas; por ejemplo, pasar 24 horas limpio”, asegura. En el caso de Agustín no ha sido una tarea fácil porque no conoce la vida sin alcohol. “Me emborraché por primera vez cuando tenía diez años porque un tabernero me dio tres copas de vino”, relata. Cuando le dijeron desde la asociación que era una actividad que debía dejar, tuvo mucho vértigo e, incluso, pensó que era algo que nunca lograría. “Ahora no concibo mi vida con alcohol. Tengo la fortuna de poder comparar mis dos escenarios vitales y escojo libremente no beber porque es lo mejor para mí”.
Después del agua con gas, Agustín y Javier hablan sobre planes venideros. Tras la mirada cómplice y mu-chas risas, los dos marchan a sus casas sabiendo que, un día más, su compañero y amigo ha tenido la fortaleza de no volver a beber. Porque “el alcoholismo es una enfermedad muy mala, pero se puede detener”, concluye Javier.
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