Tenían lo que estaba pasando en China como referencia de lo que podía pasar. Sin embargo, “no éramos conscientes de la magnitud y la voracidad de la enfermedad. A día de hoy me sigue chocando que ese escenario de la pandemia fuese real”, señala Pili Sola, enfermera que estuvo al frente de la sección de Urgencias Extrahospitalarias durante el Estado de Alarma y, actualmente, trabaja como enfermera en una ambulancia SVA. A finales de febrero de 2020 –hacia el 24– comenzaron a ver la sintomatología de los primeros afectados por el virus y, tan solo 18 días después, se decretó el confinamiento. “Lo sentí como un visto y no visto, como una distorsión temporal extraña”, reconoce.
Como la situación era extraordinaria, se requería de medidas de la misma envergadura, así que se requirió de un aumento exponencial de personal sanitario y responsables de la estrategia de detección de covid-19 –a través de PCR en Refena, cribados, etc.–, de trazabilidad de contactos –por medio del equipo de rastreo– y, posteriormente, de una estrategia de vacunación. “Teníamos que separar los equipos para que el sistema sanitario no colapsara. De otra manera, mientras hacíamos esto no podíamos atender al paciente con edema agudo. Al principio, pensábamos que sería suficiente con que nos acercáramos a las casas para realizar las pruebas pertinentes, pero no fue así”, recuerda. Cuando comprobaron que esta acción no era factible porque la rapidez con la que crecía el virus era impracticable. Por eso, y siguiendo como guía lo que se estaba desarrollando en China, probaron a establecer espacios en los que poder realizar los test, pruebas e inicios de la vacunación de forma masiva. Y así surgieron ESEM, FOREM Mutilva y Refena el 14 de marzo de 2020. “Al principio, era algo más bien rudimentario. Después, todos los sanitarios nos pusimos a remar en la misma dirección porque o lo asumíamos o no salíamos de esta. Hubo mucha colaboración, todo estaba centralizado. Y las cosas empezaron a funcionar. Por ejemplo, en primera instancia, la capacidad del laboratorio era limitada. Se podría decir que fue una forma de trabajo en masa”, cuenta. Y los resultados comenzaron a verse: frente a las 25 pruebas que realizaban durante los desplazamientos domiciliarios, llegaron a realizar 1.500 PCR en un día o, incluso, 3.000 si había cribados. Y, también, se realizaron más de 1.400.000 vacunaciones en cuestión de un año y medio. “En ese sentido, no se escatimó en recursos”.
La desescalada
A pesar de la excesiva carga de trabajo, Pili no lo sufrió de la misma manera que algunos de sus compañeros. “Me resultaba muy difícil convencerles de que íbamos a salir de esto”, confiesa. Y cuando llegó el momento de la desescalada, de que se viera la luz al final del tunel, Pili tuvo que vivir sus propios tiempos. “Durante toda la pandemia, llegaba a las 3.00 de la mañana a casa. Mi marido era el que cuidaba de los niños, de la casa... Así que, cuando la gente podía empezar a salir –y ansiaba hacerlo–, yo solo quería quedarme en mi casa para reposar la cabeza. Para mí, la socialización llegó algo más tarde que para el resto”, reconoce.
Aunque la sociedad retomara la normalidad, Pili piensa en todos aquellos contratos que desaparecieron tras la pandemia. “Mucha gente del gremio perdió su trabajo”. Sin embargo, le consuela pensar en que esta situación, tan traumática para el mundo, demostró que el ser humano es capaz de hacer cosas en conjunto “que antes no nos hubiéramos imaginado. No sé si volverá a producir una situación como esta, pero me alegra creer que, si lo conseguimos una vez, lo podríamos volver a lograr”.