Soledad, incomprensión y miedo. Estos son los sentimientos que inundan cada día las cabezas y también los corazones de las miles de víctimas que la violencia de género atormenta sin descanso. Fue durante los meses de confinamiento decretado para frenar los contagios de covid-19 cuando la sensación de vulnerabilidad de estas mujeres llegó a su punto más caliente al verse muchas de estas obligadas a permanecer encerradas con sus agresores bajo el mismo techo sin escapatoria aparente.

Pese a poder pensar que durante las semanas de encierro se habrían disparado las conductas violentas hacia las mujeres debido al contacto ininterrumpido y el plus de los desgastes añadidos que eso acarrea, las denuncias presentadas en los juzgados navarros cayeron entre marzo y mayo ante la imposibilidad de estas víctimas de poder escapar, literalmente, de esa situación imposible. Eso sí, una vez comenzara la desescalada y se abrieron las puertas de las casas, las denuncias de mujeres que sufren violencia machista llegaron como las flores en primavera: imparables y necesarias.

Sin embargo, aunque las consecuencias derivadas de la pandemia aumentaran los comportamientos violentos de los maltratadores, la violencia machista es una lacra que trasciende a cualquier crisis, y, por ello, es algo que estaba antes de la covid, que ha estado durante y que, desgraciadamente, lo estará después.

Concretamente, en Navarra afecta a al menos 1.335 mujeres que denunciaron estar inmersas en una situación de violencia de género en 2019, de las cuales el 47,4% fueron atendidas por la Policía Foral que actualmente realiza el seguimiento de 350 mujeres datos a 20 de noviembre. De ellas, una se encuentra en un nivel de riesgo extremo, dos en riesgo alto, 45 en riesgo medio, 131 en bajo y otras 171 en riesgo no apreciado. Unos niveles que son determinados una vez se recoge la denuncia, se hace el atestado, y se procede a valorar el riesgo de la víctima "con unos indicativos a partir de los cuales se determina un riesgo u otro para ofrecerles un tipo de protección y una frecuencia en la valoración personalizada", según explicaron dos gentes de la unidad de planificación y seguridad ciudadana.

Cuando se determina un nivel de riesgo bajo o medio, la periodicidad de las valoraciones es mensual, si es alto es semanal y, si es extremo, se valora cada 72 horas. Además, los niveles influyen también en las medidas de seguridad, que van desde una serie de llamadas por parte de las policías locales cuando el riesgo es bajo; el seguimiento aleatorio en tres turnos al día si es medio y alto por agentes de la Policía Foral; y el acompañamiento total por parte de escoltas de este último cuerpo cada vez que la víctima sale de casa cuando el riesgo apreciado es extremo. Indiferentemente haya una orden de alejamiento o no, a todas las mujeres se les asigna un nivel de riesgo y reciben seguimiento.

En este sentido, una mujer puede saltar de un nivel de riesgo a otro acorde a las valoraciones de los agentes. El ejemplo más claro, según indicaron, se da cuando hay un quebrantamiento de una orden de alejamiento, pero también se pueden dar en circunstancias en las que concurren amenazas, la salida del maltratador de la cárcel o el retorno de este al país en el que reside la víctima, entre otras. Sin embargo, a pesar de que a las mujeres con riesgo no apreciado y bajo no les correspondan medidas de protección aunque sí de seguimiento constante, las agentes puntualizaron que "en el caso de que una mujer se sienta vulnerable en alguna situación concreta, como a la hora de entregar sus hijos a su padre, por ejemplo, independientemente de su nivel de riesgo, si ella lo requiere dos agentes le acompañarán para que esta se sienta más segura y es que, al fin y al cabo, lo que queremos es reducir su miedo y ansiedad", afirmaron.

Sentirse protegidas

Un espacio de escucha y comprensión

Con el objetivo de detectar los momentos de mayor vulnerabilidad en el día a día de las víctimas, agentes de la unidad de seguridad ciudadana conciertan una entrevista con las mujeres con riesgo medio "en un lugar en el que ellas se sientan cómodas con nosotras vestidas de paisano para no atraer las miradas. Normalmente suele ser en una cafetería o incluso mientras pasean al perro". En este encuentro se establecen cuáles son sus rutinas y en qué momento del día se sienten más indefensas, como puede ser al dejar a los hijos en el colegio o al volver tarde de trabajar.

En definitiva, esta entrevista y la relación con las agentes que les hacen el seguimiento son parte de un entorno "de confianza en el que las víctimas puedan sentirse escuchadas, comprendidas y protegidas". Un clima de cercanía que estas mujeres "agradecen infinitamente porque saben que hay alguien que vela por ellas. Es muy reconfortante ver como, después de haber pasado un infierno, se abren a nosotras y rompen el silencio que han mantenido durante tanto tiempo. Ven que somos mujeres de carne y hueso como ellas y sienten que las entendemos, algo que les hace depositar su confianza en nosotras. Al final, deriva en algo similar a una amistad porque pueden llamarnos o escribirnos por WhatsApp en cualquier momento del día si tienen alguna duda. Aunque, si se trata de una emergencia, saben que tienen que contactar con el 112", aseguraron.

La cifra oculta

La violencia no denunciada

Aunque se trate de no hacerlo, cuando vemos casos de asesinatos de mujeres a manos de sus parejas o exparejas, en ocasiones es inevitable preguntarse por qué no pidió ayuda y, en definitiva, por qué no denunció. Interrogantes fáciles para una persona que no sufre la violencia machista en sus propias carnes o en su círculo cercano, pero muy complejos si a quien se le pregunta es a una mujer maltratada, aterrorizada y cuya autoestima ha desaparecido. La respuesta siempre tiene que ver con el miedo. Dentro del denominador común del temor, el por qué las víctimas no denuncian es variado. No es sólo miedo al agresor, es miedo incluso a los demás, al estigma social, al "qué dirán", al "todos pensarán que es un buen hombre".

Y es que todos los agresores tienen dos factores en común, apuntaron desde la Policía Foral: la necesidad de controlar, de sentirse en poder, y la doble cara, el dar una imagen de puertas para afuera que no se corresponde con la realidad. Otro de los motivos es el propio hecho de denunciar y no ser creídas, especialmente en el caso de no haber violencia física de por medio. Porque, a pesar de que está demostrado que el porcentaje de denuncias falsas es anecdótico, las tergiversaciones de los sectores machistas parecen haber calado en parte de la sociedad. Por ello, desde Policía Foral aseveraron que "la violencia de género no es algo puntual, no es el primer bofetón, sino que es algo extendido en el tiempo y con muchas manifestaciones, la mayoría psicológicas". Es un proceso largo en el que el estado mental de ella se deteriora tanto que, en muchos casos, "las lleva a normalizar las situaciones de maltrato y dejan de buscar salidas porque no ven la luz al final del túnel".

Frente a la creencia o la sensación de soledad de las víctimas, las agentes del cuerpo policial aseguraron que hay recursos para salir de la violencia de género y que, sobre todo, "aunque les pueda parecer que están solas ante el abismo, hay muchísima gente ahí para cogerlas, apoyarlas y darles el impulso que necesitan para salir adelante. Hay más vida después de la violencia machista, y es una vida infinitamente mejor". En este sentido, admitieron que el proceso para salir de estas situaciones es largo, complicado y doloroso, "pero más duro es seguir viviendo en una cárcel de violencia. Aunque denunciar de vértigo, siempre es para mejor y es la única salida", ratificaron.