Ayer mataron a nuestros compañeros David y Roberto. La noticia ocupó los primeros segundos de los informativos, que hicieron un esfuerzo por recordar dónde está Burkina Faso. Luego, dedicaron un minuto a hablar de los que habían muerto en el mar intentando llegar a Europa desde ese África a la que no miramos jamás. Cumplido el trámite, el resto del tiempo de los noticiarios se dedicó a mezquinas discusiones políticas. Pudimos escuchar a candidatos de uno y otro signo todo tipo de reproches, insultos y provocaciones.

David, nuestro compañero y amigo, dedicó su vida a todo lo contrario: a escuchar, a dar voz a quienes no la tienen, a llevar nuestra mirada a donde nadie mira. Sus entrevistas funcionaban bien no tanto por sus preguntas, sino por el auténtico interés que mostraba por la respuesta, por su capacidad de escuchar al otro, fuera quien fuera. "Quiero entender", nos decía. Quería comprender a los demás, quería entender qué pasa dentro del corazón y de la cabeza de quien tenía delante. Quería entender qué pasa en el mundo. Y luego, contarlo. Y quería contarlo para que los demás también comprendiéramos, para conseguir cambiar algo.

Para conseguirlo, usaba su imagen de manera muy consciente. "No os riais, cabrones", nos decía cuando en la sala de edición le tomábamos el pelo por lo épico de un plano en el que, a cámara lenta, saltaba de un jeep a contraluz. Sabía que tenía que hacer ese papel para que la audiencia se metiera en la historia, para hacer llegar el mensaje. David era un trabajador que, junto con nosotros, se esforzaba por hacer su parte lo mejor que podía. Y lo hacía muy bien.

La noticia nos ha pillado a todos totalmente por sorpresa. Aunque parezca extraño, David era uno de las personas más prudentes que hemos conocido. Llegamos a tomarle el pelo por sus cursillos de primeros auxilios, obligatorios para todo el equipo antes de cualquier viaje. Y era conocida su habilidad para tener buenos contactos locales en los sitios más remotos, gente con profundo conocimiento del terreno. Confesaba que era muy consciente de la responsabilidad de liderar los rodajes, llevando a su equipo a situaciones que él tenía que hacer lo más seguras posible. Junto con Roberto, hacían un tándem eficaz, flexible y muy seguro. Lo que les ha sucedido es una tragedia absolutamente imprevisible. Era totalmente imposible estar preparados para algo así.

A todos nos ha pillado por sorpresa. Teníamos grandes planes junto con David. Seguir haciendo documentales. Ayudarle a que, junto con Rosaura, consiguiera su sueño de volver a vivir en Artajona. Acompañarle en una búsqueda que él presentaba como algo anticuado, una búsqueda no de la última exclusiva, sino de la realidad olvidada que le ayudara a comprender mejor al ser humano. Estábamos preparando documentales que suceden aquí cerca. David decía que no había historias pequeñas sino ojos pequeños. Con una mirada grande y generosa, David descubría lo apasionante que hay en todo lo que nos rodea.

¿Ahora qué hacemos? A los que nos dedicamos a contar historias, el ejemplo de David nos seguirá inspirando para seguir en ello, intentando que lo que contamos sea útil y esté bien hecho. Creemos en el poder transformador de las historias reales, creemos en lo que ha llevado a David y Roberto hasta ese autobús en Pama.

David creía en algo más y, desde su perspectiva, nos estará viendo escribir esto. No perdonaría que un relato no tuviera un objetivo. Si sus documentales sirvieron -y sirven, y servirán durante muchos años- a abrirnos los ojos al mundo, su obituario debería servir también para algo mayor que él mismo. Podría servir para recordarnos que existe Burkina Faso (mirad en un atlas, averiguad qué está pasando ahí) Que existe África (intentad saber más sobre ella) Para despertar nuestras ganas de saber quiénes eran las 17 personas que murieron el mismo día que Roberto y él, en un cayuco. Un cayuco que viajaba del África donde ha muerto David a la Europa en la que vivimos nosotros.

Pero no podemos quedarnos ahí. David creía en el valor transformador de las historias que contamos. No basta con emocionar. Eso tiene que llevar al espectador de un documental a hacer algo, al lector de este obituario a hacer algo. Tenemos que intentar despertar dentro de nosotros el espíritu que animaba a David, a Roberto y a todos los que iban en el autobús con ellos. No hace falta que viajemos al fin del mundo, basta con interesarse por las personas que hay a nuestro alrededor. Podemos empezar por aprender a escuchar, por abrir nuestros ojos y nuestra mente, por aprender a ponernos en la piel del otro, por sentir empatía por todas las personas. El mundo que estamos viviendo necesita de manera urgente justo eso por lo que trabajaba David.