A Mikel no le gustaban los obituarios. No por nada, diría él, sino por todo. Y es que suelen ser espacio reservado para respetuosas alabanzas, textos aplacerados, alejados de la tempestad permanente que es la vida real en la que sobrevivimos con nuestras virtudes y nuestras miserias, con placer y con dolor, de jarana y con resaca. Mikel era uno de esos personajes que habitan nuestras calles con la firme determinación de combatir la amargura a toda costa. Pasional, sentido, de los que pasan por la vida con pena y con gloria. Amigo vividor y bandido. Mikel ha muerto y se ha llevado con él un fragmento del Casco Viejo y el penúltimo estertor de una manera de vivir con fecha de caducidad. Se ha ido para siempre y con él se van su voz aguardientosa y su sonrisa afilada. Mikel es ya a estas horas patrimonio inmaterial de los callejeros y memoria colectiva de los amnésicos del día después, esos que no tienen miedo a morir y que hoy volverán a excederse como póstumo y hedonista homenaje a quien tantas veces les acompañó con un último empujón, con un último brindis. Entretanto, el hijo mayor de Mikel escucharà anécdotas sobre su padre que él ya no podrá contarle jamás y su hijo pequeño, demasiado pequeño, no entenderá nada y sólo echará de menos a su padre. Mikel vivió a su manera, rápido, como pudo y supo. Sus amigos nos quedaremos por aquí un rato más, recordando historias. Hoy yo recuerdo sus abrazos (siempre me abrazaba cuando estaba con él) y lloro porque lo último que le dije fue que estaba demasiado liado para bajar a tomar una cerveza. Lamento mucho no haber bajado, una última vez, a brindar con él.

MIKEL MOLINERO TURRILLAS ha fallecido el 1 de octubre a los 51 años