pamplona - Algo ha cambiado. Las imágenes del sábado de los choques entre manifestantes independentistas y Mossos d’Esquadra, y la carga policial para despejar el intento de asalto del Parlament el lunes, aniversario del 1-O, acentúan la sensación de que parte de la sociedad catalana reclama con mayor vigor lo que se le prometió hace un año. El “mandato”.

“La inacción es cada vez más evidente, no hay hoja de ruta ni propuesta a corto o medio plazo, lo que genera cierta desazón que se ha reflejado en los incidentes del sábado y del lunes que hasta el momento eran desconocidos”, describe el profesor de la Universitat Autónoma de Barcelona (UAB) Aritz Galarraga. Un diagnóstico que confirma el investigador de la Universitat de Barcelona Ander Errasti: “Tras el éxito del 1-O y el fracaso del 27-O, el independentismo debe recuperar el debate sobre el qué y el cómo, pero será difícil mientras el quién siga tan débil”.

El poder del president, Quim Torra, lo es. No solo por las discrepancias internas entre JxCAT y PDeCAT, por las disensiones con ERC o por el marcaje de la CUP. La víspera de arrancar ayer su primer pleno de Política General en la Cámara -en el que dio un mes al Gobierno de Sánchez para que oferte un referéndum pactado-, Torra fue el centro de las críticas de los principales editoriales catalanes.

“La imprudencia del president Torra”, tituló La Vanguardia, mientras que El Periódico concluyó que “por mucho que se esfuerce Torra, los Comités de Defensa de la República (CDR) exigen su dimisión. La cúpula independentista practica un doble juego insostenible”. El diario Ara editorializó que “los responsables políticos aún no han hecho un relato claro y comprensible a la ciudadanía sobre lo que pasó en octubre del 2017”.

Mientras “el lado unionista mantiene una postura cómoda, de respuesta ante los límites, las contradicciones y los errores del independentismo”, explica Galarraga, en el independentismo, “en el procesismo para ser más exactos, no hay ningún liderazgo político que lo cohesione y lo conduzca por un camino correcto”.

“Sea por la lucha por la hegemonía del independentismo o por el efecto distorsionador de la respuesta del Estado, no hay un plan de gobierno claro”, explica Errasti. Galarraga da un paso más: “Se ha querido vender que había un plan trazado, se ha hablado de estructuras de Estado, de calendarios y plazos, pero el tiempo avanza, los plazos se agotan y la gente ve que los hechos no cumplen con lo prometido”.

“No hay más que ver la folclorización de este 1-O, cómo en las televisiones y en otros medios emiten las imágenes del 1-O sin parar, golpes policiales, etc., para mantener ese relato en cierta medida mitificado”, prosigue este profesor de la UAB, quien ve en estos últimos meses “una falta de voluntad para llevar adelante el deseo de los independentistas, seguramente porque hay un pecado original: los independentistas no son más de la mitad de la población catalana”.

No obstante, “las últimas semanas ha habido desde los medios públicos y oficiales catalanes una utilización excesiva de lo sucedido hace un año. En algunos momentos he tenido que apagar la tele o la radio porque los medios vinculados al procesismo han hecho una utilización desmedida, rozando el amarillismo y la victimización”, describe Galarraga el ambiente mediático de estos días. Según critica, “se ha vaciado el referéndum de contenido político, porque lo importante ya no es que dos millones de personas reivindicaran su derecho a decidir, sino el golpe y la violencia, el ellos y nosotros. Los medios favorables a la acción del Govern creo que han llevado a cabo un juego bastante perverso, una explotación casi pornográfica de esas imágenes, aunque resulte duro decirlo”.

“La conmemoración del 1-O no obvia el contrapunto amargo que supone la falta de traducción política del referéndum, por un lado porque no fue validado internacionalmente por cómo se produjo, y por otro lado, porque el mismo Govern le restó el carácter vinculante”, censuró ayer El Punt Avui en un editorial en el que observó “al Gobierno de España con la cara cambiada, también sus siglas y el tono, pero sigue haciendo lo mismo respecto al 1-O”.

Un planteamiento de contraste similar al del diagnóstico de Ara en su editorial, que valoró como “agridulce” el aniversario del 1-O: “Estamos muy lejos de la unión entre las instituciones y la ciudadanía que hizo posible el referéndum, y de la unidad estratégica que debe mantener el independentismo para afrontar un reto tan mayúsculo como el estado propio”.

El periodista de La Vanguardia Francesc-Marc Álvaro calificó en mayo a Torra como “un activista cultural de los años 30” y el president avaló el lunes esta descripción. Por la mañana agradeció a los CDR que presionaran, porque hacían “bien en apretar”. Por la tarde, los CDR pedían su cabeza. “Nos parece una inaudita y preocupante imprudencia por su parte que sea él, precisamente él, quien jalee a los que entorpecen el día a día de Catalunya”, censuró La Vanguardia la declaración de Torra sobre estos CDR “sin estructura conocida, con una operativa autónoma, exenta de controles” y cuyas acciones “podrían llegar a desbordar las previsiones del president”.

¿Qué puede pasar con los CDR? No se sabe. Habla Errasti: “No tienen una estrategia unificada y de hecho, su funcionamiento se asemeja bastante al de las asambleas de barrio que surgieron entorno al 15-M”.

Sin ruptura social Galarraga y Errasti coinciden en no dejarse llevar al calificar los episodios vividos estos días. “No debemos perder la perspectiva por estos episodios de mayor agresividad, no tanto de violencia, aunque haya habido unos pocos casos que hay que denunciarlos”, asegura Galarraga, que sigue sin ver motivos para hablar de “ruptura social. En el día a día hablamos personas de diferentes ideologías, no se rompen familias ni grupos de amigos. Una mayoría sostiene que el 1-O, con la respuesta desproporcionada del Estado y la organización colectiva de una amplia parte de la población, se redobló la legitimidad, pero asume que depende de un acuerdo con el Estado y de la legitimación de la mayoría social catalana”, avisa Errasti, que considera “clave ver si esa mayoría es capaz de compartir sus reivindicaciones -con las debidas cesiones y renuncia al cortoplacismo- mientras una minoría se mantiene firme en su aspiración inmediata e incluso tiende al recurso al alboroto, porque calificarlo de violencia, al menos en términos colectivos y de momento, parece poco riguroso”.

“El independentismo se ha basado en protestas pacíficas y, de ser, en desobediencia no violenta, y creo que así seguirá”, augura Galarraga, que a su vez ve la respuesta policial de los Mossos “en el marco de la política del Govern y su política autonomista. El Govern no está dispuesto a emprender ninguna aventura hacia la república, está más en la gestión de una autonomía que, además, está bajo mínimos, porque en cualquier momento pueden volver a aplicar el 155”.

Y un año después, ¿qué? “Torra es consciente de su papel temporal”, resume Errasti, que “de momento” ve en el president un choque entre “las responsabilidades propias del cargo y su vertiente más activista”.

Con la vista puesta en Bélgica, desde donde Carles Puigdemont hizo un llamamiento a la protesta pacífica, Errasti ve lógica una “revisión pública de la situación en la que se encuentra el proyecto independentista, de las decisiones de la anterior legislatura y los pasos a futuro”, lo que ayudaría a responder por qué “un movimiento tan transversal que durante siete largos años se ha mantenido masivamente pacífico y democrático empiece a dar muestras, por minoritarias que sean, de otras derivas”.

Fantasma electoral Hasta que llegue esa realidad, el macrojuicio por el procés y las elecciones municipales pueden ser “vías de escape” de los sectores independentistas, asegura Errasti, que con el arranque del primer Pleno de Política General del mandato de Torra nadie se atreve a decir si será el último: “Es un momento muy volátil”. Tanto que, denuncia Galarraga, “pocos partidos tendrán cintura suficiente para hacer cosas diferentes y lograr nuevos consensos con las elecciones tan cerca”.

“Hay temas que generan un gran consenso pero, vistas cómo están las cosas, no se van a intentar. Un referéndum pactado y dentro de la ley cuenta con gran respaldo social, pero no sé por qué, ese camino no se explora, se sabotea”, asegura este profesor de la UAB, que no percibe ambiente de adelanto electoral, aunque “sin grandes consensos, ya sabemos lo fragmentado que está el Parlament, por lo que será difícil articular mayorías, lo que traería el adelanto”.