solo Carles Puigdemont se ríe sarcásticamente ante la deriva imprevisible de la política española que supone el fiasco de los Presupuestos devueltos. En Waterloo no les preocupa que el soberanismo catalán haya cercenado gravemente su posibilismo en un par de días funestos, con ese voto al lado de la derecha y el inicio del temible juicio al procés. Ni siquiera les conmueve que cada hora que pasa y cada encuesta que aparece suenan con más fuerza los ecos de la reconquista con el 155 y el látigo en sus alforjas. El presidente exiliado solo quiere armarse de razones endogámicas para invocar, siempre desde lejos, a la resistencia de su pueblo contra el enemigo invasor. Y así que pasen los días hasta la exasperación final. Por ello es comprensible la indignación contenida de miles de combativos independentistas cuando escuchaban atónitos la invocación de Puigdemont a la fortaleza de los compañeros procesados minutos antes de sentarse a cenar distendidamente en el jolgorio de la cinematográfica Berlinale.

Malos tiempos para ERC y PDeCAT. Se saben en un atolladero político y judicial. Su apuesta de máximos por el derecho de autodeterminación como obligado testimonio de solidaridad con los doce encausados ha dinamitado la partida del diálogo que tenían muy avanzada con el Gobierno. Sin duda, la coincidencia en el calendario de los Presupuestos y el juicio del 12-F ha resultado letal para el futuro inmediato de los dos lados de la mesa. Ahora bien, no debería descartarse que Pedro Sánchez acabe rentabilizando este desplante de los independentistas. Un camaleónico como él siempre podrá rodearse de un rápido argumentario que le presente ante los descreídos como ese imperturbable defensor del marco constitucional.

Los republicanos catalanistas lo tienen más enrevesado. Esa fotografía que les retrata compartiendo el mismo voto negativo con la derecha intransigente que fuera del Congreso se hace acompañar de Vox tiene que escocer porque es harto incómoda para un partido de izquierdas. Joan Tardà convive con esa pesadilla lamentando una y otra vez el corsé que le atenaza y, sobre todo, que Carmen Calvo explicara con tanta torpeza verbal la figura del relator. Acostumbrado a otear el horizonte con luces largas, este curtido portavoz augura demasiadas tinieblas. En medio de tanta confusión, incluso interesada, no encuentra un asidero de optimismo. Apenas le quedará durante las próximas semanas el consuelo del aguijón que supone para España la negativa repercusión internacional de la vista abierta en el Supremo. Pero jamás tendrá la fuerza suficiente para que le tiemble la mano al juez Marchena. Consciente de esta debilidad, Borrell se apresuró antes de ir al pleno a reclamar de empresarios y diplomáticos una causa común para vender sin complejos por el mundo la imagen de un país democrático empeñado en la defensa de su unidad.

Mientras, el Gobierno muy debilitado se protege del vendaval esperando que Sánchez e Iván Redondo les disipen su duda existencial. Que nadie descarte, por si acaso, que se descuelguen apostando enrabietados por el fuego del frentismo, por aquí la izquierda social y ahí la derecha cavernícola, por la exhumación de Franco y por otros cuatro decretos y así llegar al verano.

Tampoco será fácil para Casado y Rivera desprenderse del rescoldo que deja ese voto compartido con lo enemigos de la unidad de la patria. Los socialistas tienen munición para rato. Les ocurrirá lo mismo cuando expriman el factor Vox, que salpica como tinta de calamar a los dos líderes unionistas a cada paso que dan. Supone, desde luego, su mayor debilidad, principalmente para la ambición de Ciudadanos de pescar en más de un caladero diferente.

Para todos ellos tuvo una receta propia Aitor Esteban, que descolló en medio de tanta gresca y lugares comunes. Asistido de un discurso que le mereció el elogio de la incansable ministra de Hacienda aunque pidió diálogo al Gobierno, el portavoz jeltzale tenía ganas de decir lo que dijo. Provocó jocosidad cuando ninguneó la excusa de la derecha casadoriverista sobre el relator -“les hubiera dado igual poner un botijo con agua fresca”-. Puso contra la pared a Ciudadanos por el desconocimiento intencionado sobre el Cupo vasco que alienta posiciones frentistas. Afeó con retazos de historia a Casado por el uso de felón como improperio contra Sánchez. Pero no se olvidó del desgarro catalán cuando les advirtió contra la tentación de enrocarse y de pensar “cuanto peor, mejor”. Solo le escucharon quienes no vociferaban.