La muerte de Alfredo Pérez Rubalcaba ha sacudido como pocas la actualidad política. El desenlace, intuido desde el jueves al mediodía, ha dado paso a un singular reconocimiento y a un homenaje multitudinario como prohombre de Estado pese a no haber alcanzado la presidencia. Rubalcaba, dotado de una habilidad natural para la comunicación, ha dejado huella en tiempos de sobreactuaciones impostadas. Su fallecimiento a una edad aún temprana deja un pesar digno de posterior análisis en las generaciones que crecieron o envejecieron con su estampa en los telediarios.

AÑOS ACIAGOS "Todos han fallecido", escribía Iñaki Anasagasti recordando en su cuenta de Facebook encuentros periódicos entre Rubalcaba, Arzalluz, María Antonia Iglesias y Benegas. “Se clarean las filas. Impresiona”. Sentimiento similar al de Miguel Aizpuru, compañero del Grupo Noticias, que sintetizaba en Twitter el vacío abierto en el socialismo de antes de Sánchez: “Es extraño pensar que las dos personas que compitieron por el liderazgo del PSOE en la fecha no tan lejana de febrero de 2012 estén muertas”. Y es que los últimos años han sido humanamente aciagos para el PSOE de la época dorada de Rodríguez Zapatero. En 2017 falleció Carme Chacón, pero también José Antonio Alonso y Manuel Marín, y en 2015 fueron Pedro Zerolo y el propio Benegas, hombre clave durante el felipismo. Todos de forma prematura atendiendo a la esperanza media de vida.

UN SEDUCTOR “Era el hombre que escribía «el relato» cuando aún los politólogos ni siquiera habían inventado esta palabra” ha escrito en El Mundo la periodista Lucía Méndez, que no ocultaba su disgusto por la noticia. Ciertamente Rubalcaba fue un gran relator, que supo escuchar, contar y consignar. En vez de haber regresado a la Universidad como profesor de química podría haber vuelto por habilidades como catedrático de comunicación o director de máster. Dotes tenía, y anécdotas le habrían sobrado. La inteligencia política es una cualidad reconocible a la legua por correligionarios pero también por los adversarios. Una capacidad capital para una carrera política de fuste. Requiere entendederas, información y cintura personal y sosiego. La afabilidad también la facilita. Engrasa las fricciones, genera climas de confianza y de paso sirve para conocer mejor a propios y extraños, también a los periodistas que se pasan media vida dentro del Congreso. Rubalcaba fue un seductor sin físico de galán sino de tipo corriente. Esa capacidad intelectual de seducción política hoy recibe elogios de gente muy dispar. Basten algunos ejemplos: “Uno de los políticos con más talento de una de las generaciones más talentosas de la historia de la política española”, según Gabriel Rufián. “Un adversario admirable, que nos obligó a dar lo mejor de nosotros mismos en cada momento”, en opinión de Mariano Rajoy. “Admiración hacia el parlamentarismo más hábil” que ha destacado Uxue Barkos. Y sin elogios concretos, pero expresando su pésame se ha pronunciado Carles Puigdemont, en un gesto que no debe quedar inadvertido. Como tampoco pueden quedar en mera anécdota estas líneas que Rajoy ha dedicado a su antiguo adversario socialista: “ni vivía obsesionado por la imagen, ni se perdía por un regate cortoplacista (?) contaba con un discurso sólido que merecía ser escuchado porque destacaba por encima de consignas publicitarias y eslóganes ramplones; un discurso que se basaba en la racionalidad y en los argumentos, no en la búsqueda de un enemigo artificial contra el que legitimarse”. Las palabras del ex presidente no tienen destinatario concreto, pero sí mucha miga. Es difícil no tomarlas como un mensaje a su sucesor.

HOMBRE DE ESTADO Uno de los elogios más repetidos sobre Pérez Rubalcaba es su condición de hombre de Estado. Lo cual es un halago en la medida que nos da una idea de transversalidad y luces largas frente a un partidismo exacerbado limitado y agotador. Pero también abre un debate sobre los límites o excesos a los que suele llevar la condición de hombre o mujer de Estado, y más en momentos de crisis. Las inercias conservadoras de los mecanismos de Estado pesan, y el Estado español no es precisamente una excepción. Este conservadurismo suele acabar lastrando por simbiosis a los hombres y mujeres que adquieren categoría de estadistas. “Cuando conoces la razón de Estado, terminas siendo, de una manera u otra, preso de la razón de Estado”, ha escrito en Público Juan Carlos Monedero. Y es que el poder recubre pero también aísla, y acaba distorsionando la agudeza visual de los mandatarios mejor informados. Rubalcaba fue como un candado plateado para algunos cerrojos oxidados. Marca PSOE en lo bueno y en lo malo dentro de la trayectoria moderna de un partido centenario. Un hombre cuya vida pública concatenó el último tramo del siglo XX con el primero del XXI y cuyo papel se estudiará mucho después de su muerte.

DEJARÁ HUELLA Rubalcaba supo retirarse cuando vio que su desgaste hipotecaba al PSOE, pero no supo o no quiso hacerlo del todo. Igual eso es normal o igual no es lo más aconsejable. Igual esa media distancia otorga perspectiva o aumenta las dioptrías. El caso es que ha fallecido conociendo el éxito más notable de Pedro Sánchez, haber ganado con claridad las recientes elecciones Generales. Un Sánchez en plena lanzadera que va dominando cada vez con aplomo la escena. Cuando en la ronda de contactos de esta semana con los líderes de PP, Cs y UP, el presidente en funciones se entendió cordialmente con Casado, emergió algo del estilo de Rubalcaba de cuidar el equilibrio de pesos dentro del sistema. El caso es que Sánchez dio tregua al primer partido de la oposición, y lejos de hacer leña reinició relaciones por lo que pueda pasar. Fue una brizna de aire para Casado que ahora a marchas forzadas pretende echar mano de patrones más centrados, aunque quizás demasiado tarde. El 26 de mayo, si no salva los muebles, el futuro del palentino quedará definido.