No es exagerado decir que las elecciones europeas que comenzaron ayer son las más importantes de las últimas décadas, y no lo es porque Europa se halla realmente ante una encrucijada vital.

La elección popular de los 751 diputados al Parlamento Europeo (PE) supone, en primer lugar, el pistoletazo de salida para una serie de cambios en el liderazgo de las instituciones clave de la Unión Europea (UE).

Pero, por encima de los relevos en la maquinaria institucional, estas elecciones, que se celebran entre hoy y el domingo en los 28 Estados de la Unión, son trascendentales porque permitirán comprobar, en un momento crítico, el estado de salud del proyecto europeo y el grado de apoyo que suscita entre los ciudadanos cuando la aventura de la Europa unida ha cumplido ya sesenta años.

PUGNA ENTRE EUROPEÍSTAS Y EURÓFOBOS La “policrisis” europea, como la bautizó el presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, en referencia a la década de graves trastornos que han vivido los europeos desde 2008 -primero la crisis del euro, después la de los refugiados y finalmente el brexit- ha dejado heridas que todavía no han cicatrizado.

La consecuencia es que nunca antes había sido tan pronunciada la división entre los partidarios de seguir adelante con la “construcción” europea y quienes piensan que ha llegado la hora de ponerle freno o incluso de dar marcha atrás.

El nacionalismo excluyente y el rechazo a una mayor integración están en la base de la traumática decisión del Reino Unido de abandonar la Unión Europea, pero también de la actitud hostil hacia Bruselas que muestran los gobiernos de otros Estados miembros.

El primer ministro húngaro, Viktor Orbán, ha dejado muy claro cuál es su modelo: “Creemos en un orden mundial en el que los estados persiguen sus propios intereses”, dijo en una reciente entrevista de radio.

Pero por “proyecto europeo” hay que entender no una mera cooperación voluntaria entre estados soberanos, sino un proceso de transferencia paulatina de soberanía hacia las instituciones supranacionales con el objetivo de responder de manera más eficaz a los grandes desafíos.

Después de eliminar las fronteras interiores (1993) y de crear la moneda única (1999), Europa se plantea ahora otro gran salto en su integración: el desarrollo de una verdadera defensa común.

De ello tendrán que ocuparse el Parlamento Europeo y el resto de instituciones comunitarias en la próxima legislatura, junto a otras decisiones fundamentales, como la aprobación del nuevo marco presupuestario para el período 2021-2027, la reforma del régimen de asilo, la creación de un Fondo Monetario Europeo o la gestión del brexit.

¿FIN DEL BIPARTIDISMO A LA EUROPEA? Las elecciones marcan, además, el final de un ciclo en la cúpula de la UE. Entre julio y diciembre tendrán que ser nombrados los nuevos presidentes -o presidentas- del Parlamento Europeo, de la Comisión Europea y del Consejo Europeo.

En la segunda mitad de la legislatura que está a punto de acabar los responsables de esa tríada institucional han sido el italiano Antonio Tajani, el luxemburgués Jean-Claude Juncker y el polaco Donald Tusk, respectivamente: los tres varones y los tres pertenecientes al Partido Popular Europeo, coincidencias que no se repetirán.

La composición de la Eurocámara influirá decisivamente en la orientación de estos nombramientos.

La última media de sondeos publicada por el propio PE el 18 de abril mantiene como primer grupo en el hemiciclo al Partido Popular Europeo (PPE), seguido por los socialdemócratas (S&D), pero la suma de ambos ya no reúne una mayoría simple, necesaria para la adopción de numerosos acuerdos.

Si este fin del “bipartidismo a la europea” se confirma, los liberales de ALDE, a los que se incorpora el partido del presidente francés, Emmanuel Macron, se convertirían en la bisagra decisiva.

No sería sorprendente que, al final, los liberales obtuvieran la presidencia del Parlamento, los socialistas la de la Comisión y los populares la del Consejo Europeo, según apuntan fuentes parlamentarias.

Los eurodiputados españoles -populares, socialistas y liberales- podrían quedar muy bien situados dentro de sus respectivos grupos para acceder a puestos clave.

LA INCÓGNITA DE LA ABSTENCIÓN Pero tan importante como saber cuál será el reparto de cargos es la cuestión de si la Unión en su conjunto quedará en condiciones de seguir o no progresando hacia la ambiciosa meta que fijan los tratados de “una unión cada vez más estrecha” entre sus pueblos.

Si los partidos eurófobos consiguen un tercio o más de los escaños y logran ponerse de acuerdo para actuar unidos en Estrasburgo, la Unión correrá un serio riesgo de parálisis, máxime si el ascenso de esas fuerzas se produce en un contexto este domingo de baja participación electoral.

En cuanto a la participación, el reto es remontar el umbral mínimo del 43% en que se sitúa actualmente la media continental.

Respecto al peso de las fuerzas soberanistas y de extrema derecha, los focos estarán puestos en los resultados que obtengan la Liga de Matteo Salvini en Italia, la Agrupación Nacional de Marine Le Pen en Francia, el Partido por la Libertad (PVV) de Geert Wilders en Holanda, AfD en Alemania o Vox en España.

Lo grave del momento viene dado, además, por el hecho de que a este peligro interior se le han sumado dos poderosos enemigos exteriores: Donald Trump, quien parece haber llegado a la inédita conclusión de que a EEUU le interesa una Europa débil, y Vladímir Putin, quien apenas disimula ya su apoyo a partidos y movimientos que puedan contribuir desde dentro a desmoronar la Unión, el adversario que no aceptó su anexión de Crimea en 2014.

Venga de fuera o de dentro, el enemigo del proyecto europeo solo tiene un nombre: nacionalismo.

En un memorable discurso, pronunciado ante el Parlamento Europeo en enero de 1995, el entonces presidente de Francia, François Mitterrand, al final de su segundo mandato y de su vida, urgió a todos los eurodiputados a que superaran sus prejuicios nacionales.

“Lo que pido aquí es casi imposible”, les dijo, “porque se debe superar nuestra historia, y, sin embargo, si no se supera, uno debe saber que una norma prevalecerá: ¡el nacionalismo es la guerra!”, y “la guerra no es solo el pasado, puede ser también nuestro futuro”.