Estamos demasiado acostumbrados a concebir a Alemania como la locomotora del proyecto europeo y para más dependencia, en la última década, la autoridad de la canciller Angela Merkel ha marcado el paso de las grandes decisiones de la UE sin titubeos. Sin embargo, este 2019 los síntomas de agotamiento de la economía alemana y de su líder política empiezan a vislumbrar un cambio de panorama preocupante, pues, si el tren se para no hay recambio dado su peso en el conjunto de la Unión. Una crisis económica, unida a la creciente fragmentación política con el crecimiento continuo de los ultras de Alternativa por Alemania, podría transformar al Estado germano del principal valedor del proyecto europeo, a su problema más crítico. Un escenario que puede verse agravado si finalmente nos tenemos que enfrentar a un brexit sin acuerdo.

Una Unión Europea a la medida de Alemania

El origen del problema se remonta al periodo posterior a la unificación alemana. Es evidente que sin una Alemania unida pensar en la UE de la que hoy gozamos era inviable. Como también es lógico que el resto de los Estados apoyáramos sin duda alguna el coste de su reconstrucción. Era bueno para todos porque fortalecía Europa, porque cerraba las heridas de la II Guerra Mundial y constituía el eje francoalemán como la piedra angular sobre la que sustentar la construcción europea. A partir de entonces, como no podría ser de otra manera, Alemania aprovechó las bondades del Mercado Interior Único con su fuerza productora industrial y pisó el acelerador para aprobar sucesivas ampliaciones de miembros de la UE hacia el Este y los Balcanes. Poco a poco, Europa se fue germanizando en su diseño institucional y el peso germano fue superando claramente el de su contrapeso galo. Luego vino la crisis económica y durante los últimos diez años, Alemania ha impuesto su modelo de rigor presupuestario y de control de déficits de las economías del resto de los socios, con el consiguiente sacrificio de los ciudadanos de los Estados del Sur.

Al borde de la recesión

Dos son los factores que están contribuyendo a la ralentización de la economía alemana: la guerra comercial de Estados Unidos y China y la difícil adaptación a la revolución digital de sus grandes sectores industriales. El incremento de aranceles emprendido por Trump para frenar a los chinos es una auténtica patada en el trasero de Europa y de Alemania como su principal potencia exportadora. Pero no es menos cierto que el mundo está cambiando a enorme velocidad en ciencia, tecnología y hábitos de consumo y la otrora todopoderosa industria alemana -automoción, siderurgia, electrodomésticos?- pesa demasiado y es poco ágil para adaptarse al frenético día a día mundial. Así las cosas el Estado alemán ha lanzado a su división acorazada bancaria a prestar dinero a sus empresas para que puedan llevar a cabo las inversiones que la nueva era les impone. Se han endeudado los privados y el propio Estado se plantea contra su voluntad histórica desde las terribles épocas de hiperinflación, inyectar dinero público al estilo keynesiano para que la economía alemana no se pare.

De gran coalición en gran coalición para frenar a los ultras

El panorama económico crecientemente desalentador en Alemania está influyendo cada día más en su mapa político, tanto en los länder como en el Bundestag. La propia Merkel ha tenido que acudir a la fórmula de la gran coalición con sus opositores los socialdemócratas, para poder conformar un gobierno que no dependiera de la extrema derecha de Alternativa por Alemania, formación que crece en cada comicio, aunque hoy por hoy no ha alcanzado ninguna cuota de gobierno. El descontento proviene principalmente del Este, pero también de una clase media empobrecida. En una reciente visita a Alemania tuve la oportunidad de charlar con el nieto del Konrad Adenauer, primer Canciller de la República Federal de Alemania y uno de los padres fundadores de la UE. “Alemania es un Estado rico, lleno de alemanes pobres”, me aseveró. Quería decir que el alemán medio no posee propiedades, pues, su vivienda muy mayoritariamente es de alquiler y que vive de su salario y de su ahorro. Si ambas cosas faltan o flaquean, cunde el pánico. Lecciones de la historia nos sobran para saber los riesgos que para toda Europa puede tener la entrada en recesión de Alemania, de ahí que resulte imprescindible sumar fuerzas en la Unión para evitarlo y también urgir a un modelo institucional que equilibre pesos y no sitúe toda la responsabilidad del futuro europeo en Alemania.