Pamplona - De repente, el rostro alegre y divertido que aquella tarde dominaba entre los representantes de Navarra Suma en la asamblea de la Mancomunidad de la Comarca de Pamplona se tornó serio y malencarado. Con duras críticas al PSN, habituales desde que los socialistas decidieron asumir la presidencia del Gobierno foral, y una indignación que poco a poco empieza a impregnar su identidad como partido. Ya no hay comunicado de Navarra Suma que no lleve implícito el cabreo.

La secuencia recuerda mucho a la elección de la Mesa del Parlamento el pasado 21 de junio, cuya presidencia UPN vio escapar en el último momento por un acuerdo entre PSN y Geroa Bai que ha acabado siendo la primera piedra sobre la que se ha construido el nuevo Gobierno foral. La del jueves sin embargo fue más dolorosa. Por inesperada. Pero sobre todo por las implicaciones presentes y futuras que implica el resultado de la votación.

Un ejercicio de pragmatismo por parte de PSN, Geroa Bai y EH Bildu buscando un perfil de consenso independiente ha evitado que las derechas, y sus políticas regresivas en movilidad y medio ambiente, controlen un órgano clave en la vida diaria de los ciudadanos. Pero también ha vuelto a poner en evidencia la distancia que existe hoy entre un partido socialista cada vez más cómodo en su protagonismo gubernamental, desde donde va gestando una confianza creciente con sus socios, y un regionalismo antaño dominante pero hoy aislado en las instituciones preso de su agresividad dialéctica.

No ha acabado de digerir bien la derecha el resultado electoral del pasado mes de mayo. La euforia de la noche electoral, con las principales alcaldías al alcance de la mano y primera fuerza en el Parlamento no ha dejado de ser un espejismo que poco a poco se empieza a encontrar con la realidad. El temor del PSN a visualizar en Madrid un pacto con EH Bildu le permitió hacerse con muchas alcaldías, pero desde entonces ha visto cómo su influencia iba menguando incapaz de lograr los acuerdos necesarios en prácticamente ninguna institución.

Primero fue la Mesa del Parlamento, luego el Gobierno y ahora la Mancomunidad. Es posible que lo siguiente sea la Federación Navarra de Municipios y Concejos, para dar paso después a la gobernabilidad municipal, donde la coalición derechista no tendrá fácil lograr el apoyo socialista a sus principales proyectos, empezando por los presupuestos. Los equilibrios de Enrique Maya para evitar llevar al pleno municipal los acuerdos importantes son una muestra de la inestabilidad que le aguarda en la legislatura.

Estrategia de confrontación Un escenario que no ha hecho variar la estrategia de confrontación política por la que desde el principio ha apostado la coalición derechista. La propia suma de fuerzas ha arrastrado a UPN al enfrentamiento político con el PSOE en Madrid, y por extensión en Navarra. La coalición ha eliminado la competencia en el centro derecha, pero ha estrechado mucho el margen de maniobra de los regionalistas dejando en manos de PP y Ciudadanos la bandera de Navarra para su interesado uso político contra Pedro Sánchez. Hasta el punto de que los regionalistas parecen cómodos atrincherados en la refriega política del eslogan rápido y directo, aun a costa de dilapidar los cauces de interlocución que podían quedar.

Curiosamente, la virulencia de la oposición, la misma con la que UPN y PP se emplearon contra el Gobierno anterior en ámbitos socialmente sensibles como las víctima de ETA o la política lingüística, no ha hecho sino ahondar más en el aislamiento político de la derecha, y al mismo tiempo, simplificarle las cosas al PSN, que cada vez tiene más presente quiénes son y donde están sus apoyos en esta legislatura.

Todo, claro, puede cambiar. Con unas elecciones generales de resultado incierto en el horizonte y el trámite presupuestario pendiente, el debate político podría sufrir cambios de estrategia. No parece sin embargo lo más probable. Ni si quiera en el caso de que, como aspira UPN, el juego de mayorías en Madrid obligue a un cambio de alianzas en Navarra. El legado de estos primeros meses pesa suficiente en la memoria socialista como para recuperar tan fácil una sumisión histórica que cada vez queda más lejana. Y que el socialismo navarro ya no va a aceptar con la facilidad con la que claudicó en tiempos pasados.

Navarra ha cruzado el rubicón, y las nuevas alianzas empiezan a fijar sus cimientos para el futuro. Con sus dificultades y sus desconfianzas, pero en una dirección que las fuerzas de impronta progresista, social y políticamente mayoritarias en Navarra asumen cada vez con más naturalidad. También el PSN, que ve cómo se ahuyentan los fantasmas del pasado sin que el cielo caiga sobre su cabeza.

Todos menos UPN, obcecado en su propia frustración y atado a una coalición con PP y Ciudadanos que puede empezar a pesar como una losa si la nueva mayoría, que alcanza el 60% del arco parlamentario, se consolida en las instituciones con perspectivas de futuro. Y que los propios regionalistas no hacen sino cohesionar a golpe de reproche y exabrupto.