- La palabra más repetida durante la madrugada del pasado martes fue "histórico". Después de 89 horas de negociación, los líderes europeos sellaban entonces un acuerdo inédito en suelo comunitario por la magnitud, las formas y el tiempo en establecerlo.

Fue la primera cumbre presencial de los Veintisiete tras la irrupción del covid-19, pero no lo fue para los periodistas, que sustituyeron los corrillos del Consejo Europeo por alertas de Twitter.

Ha transcurrido ya una semana del arranque de una cumbre europea extraña que no ha sido ajena de la nueva rara normalidad de nuestros tiempos, pero que sí ha sido histórica, al igual que el pacto que nació de ella. Se celebró con líderes, pero sin periodistas y ha sido la segunda cumbre más larga de la historia comunitaria de un paso de altura para la integración europea. ¿Por qué?

Nunca antes la Unión Europea había aprobado tal cantidad de dinero: 750.000 del Fondo de Recuperación más 1,074 billones de los presupuestos para los próximos siete años. En esta ocasión lo ha hecho, además, en un tiempo récord distanciándose de la acción del bloque con la anterior crisis financiera. Las medidas de austeridad impuestas por la troika han sido sustituidas por una cascada de ayudas que deben llevar ligadas reformas en la transición ecológica y digital.

También por primera vez los Estados miembro se endeudarán a gran escala en los mercados para financiar estos fondos. Algo impensable hace tan solo unos meses. La Unión Europea emite bonos europeos durante 30 años que comenzará a pagar a partir del próximo Marco Financiero Plurianual, es decir en el año 2027.

¿Hay ganadores y perdedores? Los ciudadanos y el proyecto europeo ganan el acuerdo. Pero como en toda negociación sí hubo damnificados: en este caso las partidas del clima e innovación que sufrieron importantes tijeretazos. El mecanismo para vincular los fondos al respeto del Estado de Derecho salió con un lenguaje y mandato muy vago y poco concreto.

Las discrepancias de los líderes en torno a la gobernanza de las ayudas, el Estado de Derecho y la cuantía de los subsidios desataron importantes tensiones y cruce de acusaciones a lo largo de los cuatro días de Consejo Europeo. El holandés Mark Rutte fue el villano del encuentro por pedir reformas y mecanismos de control a los destinatarios de las ayudas. Fue, por ello, acusado por el húngaro Víktor Orbán de ser el "responsable único de este lío". "No sé por qué el tipo holandés me odia", apuntó.

En el otro lado, en el de la cooperación, destacó la sintonía del eje franco-alemán. "Cuando Francia y Alemania están unidas no lo pueden conseguir todo, pero cuando no lo están no pueden conseguir nada", apuntó el presidente galo Emmanuel Macron tras sellar el pacto histórico.

Así concluyó la cumbre más atípica y la segunda más larga de la Unión Europea. Escapadas de los líderes para tomar frites en Maison Antonie, la boda de la primera ministra danesa cambiada de fecha por coincidir con la cumbre y los cumpleaños de la canciller alemana Angela Merkel y del primer ministro de Portugal, Antonio Costa, fueron la antesala de un encuentro donde los abrazos y apretones de mano fueron sustituidos por las mascarillas y los codazos. Y los corrillos de periodistas y meriendas en grupo por alertas de Twitter y mucho café en solitario.