a de por sí, la palabra "gobernanza" es cursilona y generalmente se emplea de forma fraudulenta. No significa el hecho mismo de gobernar, sino la manera en la que se gobierna. Es un neologismo reciente, inventado para quitar severidad al hecho de ejercer el mando en una organización, sea empresa o gobierno, y en cambio revestirlo de actitudes positivas, respetuosas con el entorno. Pero como ocurre tantas veces, ha pasado a formar parte de la semántica más progre, la que acoge términos que a la postre nadie sabe qué significan exactamente, pero suenan bien. Herramientas lingüísticas idóneas para todos aquellos que prefieren construir relatos que describir realidades. La gobernanza es guay, la gobernanza identifica a los mejores, describe una suerte de adanismo. Pero siempre se puede añadir absurdo al absurdo. Hace pocos meses a algún listo de Moncloa se le ocurrió poner en juego la idea de la "cogobernanza", que se supone significaba la manera de aportar soluciones conjuntas entre el Gobierno español y el de las Comunidades Autónomas para combatir óptimamente la pandemia. La voz impostada -y por tanto falsaria- de Sánchez ha pronunciado la palabra cientos de veces en sus últimas comparecencias. La reiteración escondía una pretensión de lavarse sus manos, de trasladar a las comunidades el peso del combate. Ya se había empleado una medida drástica, 99 días confinados en casa por decisión del Gobierno, y lo que tocaba a partir de ese punto era buscar los brotes y sofocarlos, para lo que estaban los correspondientes servicios autonómicos de salud y sus equipos de rastreadores. Cogobernanza era el palabro que aparentaba un marco de confianza y cooperación entre unos y otros. La expresión se diseñó para seguir tomando como idiotas a los ciudadanos, toda vez que los títulos legales ya establecen de qué se tiene que ocupar cada administración.

En estas estábamos cuando el viernes el Consejo de Ministros decretó un nuevo Estado de Alarma circunscrito a algunas poblaciones de Madrid. Hasta el momento, las Comunidades Autónomas podían emplear sin demasiados problemas la ley orgánica 3/1986 de 14 de abril, de medidas urgentes en materia de salud pública, un instrumento que permite limitar derechos individuales cuando haya una causa sanitaria justificada y una supervisión jurisdiccional. Cuando fui consejero la tuve que emplear en alguna ocasión concreta, por ejemplo si un paciente con tuberculosis activa pedía el alta voluntaria en el hospital. Para evitar que se marchara a desperdigar bacilos, se solicitaba al juez que le obligara a quedarse ingresado hasta que remitiera la fase activa. Y como hay muchos jueces justos y razonables -también algún trastornado- lo normal es que se autorizara esa limitación de la libertad individual en favor de un interés general. En una justificable vis extensiva, es la misma norma que están empleando hoy día los gobiernos autonómicos para confinar poblaciones según criterios de evolución epidémica. En puridad técnica, siempre es mejor cerrar unidades poblacionales pequeñas que grandes, porque se supone que así se contienen mejor los focos. Este era el diseño que había hecho la Comunidad de Madrid, aunque con el talón de Aquiles de no disponer de un sistema de rastreo dimensionado acorde al problema, y con el miedo que produce contemplar la generalmente congestionada situación de los grandes hospitales de la capital.

Pero Madrid es, ante todo, política. El Gobierno de la Comunidad, legislatura tras legislatura, se empeña en ser un remedo del que mora en Moncloa. Megalómanos que fueron, tales que Gallardón y Aguirre, lo convirtieron en una suerte de contrapoder, y para ello se revistió con unos ropajes actitudinales y estéticos que rayan habitualmente el ridículo. Ayuso es heredera del modelo, como se advierte en la patética fotografía de las 24 banderas, propias de una cumbre entre Xi Jinping y Shinz? Abe, con las que adornó el escenario de su reunión con Sánchez. Todo fatuo, todo inútil. Pedro Narciso se enfadó cuando un tribunal anuló la chapuza con la que había intentado imponer a la Comunidad lo que tenía que hacer, se puso muy nervioso, y decidió mostrar al Orbe quién era el que mandaba. Así es cómo tenemos el nuevo Estado de Alarma. Error de Sánchez y de su todopoderoso mercenario del peluquín, Iván Redondo: a partir de ahora, está claro que la responsabilidad de todo lo que ocurra será de ellos, porque ellos tienen el instrumento definitivo. Lo de la cogobernanza era un cuento. Otro más.

A partir de ahora la responsabilidad de todo lo que ocurra en Madrid será de Sánchez, porque tiene el instrumento definitivo

Pretender que Sánchez esté maquinando para desmantelar la Constitución

es un despropósito

Sánchez es el principal valedor de la corona aun en este momento de máxima degradación