arece que Francisco Franco, dictador español entre 1936 y 1975, y Ernest Hemingway, escritor norteamericano y Premio Nobel de Literatura en 1954, nunca tuvieron un encuentro personal. No hubieran tenido mucho que decirse, ya que eran enemigos declarados. Pero hubo un día en que casi se tropiezan.

Hemingway, que era un enamorado de España y la había visitado muchas veces entre 1923 y 1933, acudió en 1937 y 1938 como corresponsal durante la Guerra Civil, y no solo actuó como periodista sino que se implicó activamente a favor de la causa de la República. Colaboró con el director holandés Joris Ivens, incluso aportando dinero de su propio bolsillo, para rodar la película documental The Spanish Earth (1937), de marcado carácter antifascista, en cuyo guion también trabajaron Lillian Hellman, Archibald Macleish, John Dos Passos y Prudencio de Pereda. Luego promovió su exhibición en Estados Unidos, incluida la Casa Blanca donde alentó al presidente Franklin Roosevelt y a su esposa Eleanor a enviar ayuda a la República. Recaudó fondos y pronunció discursos; al finalizar la contienda escribió su novela Por quién doblan las campanas (1940) ambientada en España, donde plasmaba su simpatía por la causa republicana. Juró no volver a España mientras gobernara Franco, del que no tenía muy buena opinión. En una carta a su amigo Maxwell Perkins, en diciembre de 1936, lo califica de “a son of bitch of the first magnitude”. En su novela Al otro lado del río y entre los árboles, de 1950, menciona al “General Fat Ass Franco”, que por influencia de la censura franquista a menudo se ha seguido traduciendo en España como “General Asno Gordo”, sin mencionar al dictador.

No me consta que Franco mencionara nunca a Hemingway, pero es de suponer que la antipatía sería mutua. Como tienen bien documentado Douglas LaPrade (Hemingway prohibido en España, Censura y recepción de Hemingway en España) y Lisa Ann Twomey (Hemingway en la crítica y en la ficción de la España de postguerra), en los primeros años del franquismo las obras del escritor estuvieron prohibidas en España, se trataba de un enemigo del régimen. Luego se fue abriendo la mano y se permitió la importación y la edición de algunas de ellas, pero convenientemente depuradas por la censura. Por quién doblan las campanas no se publicó en España hasta 1968. La película basada en ella, de 1943, movilizó a los servicios diplomáticos españoles en Estados Unidos, que no pudieron impedir el rodaje pero lograron que la productora introdujera algunos cambios en el guion (como llamar “nacionalistas” a quienes Hemingway había llamado “fascistas”). Aun así, no se pudo estrenar en España hasta 1978.

Pese a su promesa de no pisar España bajo el régimen de Franco, en 1953 Hemingway, enfermo de nostalgia, decide volver. Aprovecha el ambiente creado por las nuevas y cordiales relaciones hispano-norteamericanas, tras consultar a medios españoles de Cuba donde le garantizan que puede viajar sin problemas si se abstiene de hablar de política y de hacer declaraciones a la prensa. Acude de nuevo a los sanfermines, en Pamplona, y regresa también a Madrid y otros lugares que había conocido años atrás y que desea enseñar a Mary, su cuarta esposa. Volverá en 1954, camino de Cuba tras su accidentado safari en África, en el cual se estrelló dos veces en avioneta, regresa de nuevo en el otoño de 1956 y durante toda la temporada taurina de 1959, que le da pie a escribir El verano peligroso. Dado que se ha portado bien y no ha hablado de política, los medios de comunicación franquistas, sobre todo a partir del Premio Nobel de Literatura de 1954, cada vez se ocupan más de él y lo tratan con creciente simpatía como un amigo de España, aprovechan su figura para la campaña de mejora de la imagen exterior del régimen franquista y de promoción del turismo. Hemingway se deja hacer, ha pasado página, no le preocupa la política, e incluso hace amistad con gente del régimen, como el escritor pamplonés Rafael García Serrano, destacado falangista.

Su última visita se produce en agosto de 1960. Con su salud muy deteriorada, incluyendo su salud mental, se empeña en volver para, dice, ver corridas de toros y tomar notas para El verano peligroso, pese a que el reportaje ya está en poder de la revista Life, que lo publicará en septiembre, mientras Hemingway está todavía en España. Sus amigos advierten sus problemas, se muestra deprimido, insomne, obsesivo, maniático. Su esposa, que ha preferido quedarse en Estados Unidos, preocupada por las cartas que recibe, envía primero a su secretaria, Valerie Danby-Smith, y luego a su amigo Aaron Hotchner, a comprobar su estado. Le obligan a regresar a principios de octubre, y los meses siguientes los pasará en buena parte ingresado en la Clínica Mayo, hasta desembocar en su suicidio de julio de 1961.

En las semanas que pasa en España sigue de plaza en plaza, como en la temporada anterior, a su buen amigo el torero Antonio Ordóñez. Y en esa gira es donde se produjo el casi encuentro con Franco, que ha pasado desapercibido ya que los biógrafos de Hemingway apenas se han ocupado de otra cosa que de su deterioro y de sus problemas de salud durante esa última visita.

A mediados de agosto el escritor, acompañado de su amigo y anfitrión Bill Davis, acude a la Semana Grande de San Sebastián. El día 20 de agosto torea Ordóñez junto con Curro Romero y Diego Puerta, en la antigua plaza del Chofre, con toros de Atanasio Fernández. Y a la misma corrida acude Franco con su esposa y con su hija, habituales de la plaza ya que acostumbraban a veranear en el palacio de Aiete de San Sebastián. En la portada del periódico donostiarra La Voz de España del domingo 21 de agosto de 1960 podemos leer el titular: “El Caudillo, en los toros”. Debajo, dos fotografías, en una Franco y su mujer en el palco saludando al público, y en la otra posando con los tres matadores una vez terminado el festejo. En la página 9 del mismo ejemplar aparece una entrevista con Antonio Ordóñez a la que acompaña una fotografía de Hemingway en su asiento de barrera, con un pie de foto indicando que es admirador de Ordóñez y que acudió a la corrida de toros a presenciar su actuación.

El Diario Vasco de la misma fecha también lleva a su portada la presencia de Franco en los toros, y en la última página retrata a Hemingway en la plaza de toros. Añade una breve e improvisada entrevista que le hace el periodista José Acosta en la clínica en la que ha sido ingresado Ordóñez tras sufrir un percance leve durante la lidia. Hemingway califica de “broma de mal gusto” la noticia que se había difundido por un periodista sueco, unos días antes, sobre su supuesta muerte en Málaga. Dice que su libro sobre la pasada temporada taurina, en la que siguió a Ordóñez, todavía tardará algún tiempo, tiene que trabajarlo más. También es preguntado por el concurso de periodismo taurino que patrocina, donando un premio de 500 dólares, y que acaba de presentar en Madrid (el premio, convocado por el periódico Pueblo, tuvo una única edición que ganó Alfonso Martínez Berganza, redactor de Radio Nacional).

¿Se cruzarían Hemingway y Franco por los pasillos? Supongo que no. Y también supongo que el escritor no se sumaría a la cariñosa ovación que, según afirma el periódico, el público tributó al jefe del Estado.El autor es escritor, autor de ‘Hemingway en los sanfermines’ (Ediciones Eunate, 2019)