"He querido escribir este libro primero para poner en orden el tiempo que he sido director, reflexionar sobre ello, y explicarme, aunque no puedes contarlo todo". Màrius Carol (Barcelona, 1953) ha publicado 'El camarote del capitán', publicado por Destino. Dice que una de las cosas que ha aprendido en sus años de dirección es que "nunca llueve a gusto de todos. "Había gente que me paraba por la calle. Unos para no decirme precisamente bonito, y otros para darme ánimos". Puede que se anime a unas futuras memorias donde cuente "unas cuantas cosas más", con "la distancia del tiempo", sobre su carrera periodística, cercana ya al medio siglo, si conserva las ganas y la salud. Hoy sigue escribiendo una columna diaria en el diario que dirigió, y es consejero editorial del Grupo Godó.

Repasa su trayectoria como director de La Vanguardia, en unos años informativamente tremendos.

-Ha sido un privilegio poder dirigir un diario como La Vanguardia durante seis años y medio. Pero es verdad que ha habido momentos mucho más agradables para ser director de periódico, sobre todo en Catalunya. No me quejo, sí que es cierto que han coincidido unos años de una intensidad informativa tremenda, con una situación en general complicada de los medios de comunicación. Todos los medios estamos mirando la manera de reinventarnos y adaptarnos al mundo digital, y eso hace que en general tengamos que ser muy rigurosos con nuestros gastos. Ha coincidido un momento delicado de la vida de los periódicos con un momento delicado de la vida de España y especialmente de Catalunya.

Echa mano de una metáfora marinera para titular su libro.

-El camarote del capitán es una expresión de cuando a Juan Luis Cebrián, siendo muy joven, le ofrecieron ser jefe de Informativos de Televisión Española. Su director en Informaciones, Jesús de la Serna le dijo: 'Ahora aprenderás lo qué es la soledad, porque el capitán siempre come solo en su camarote'. Es decir, que hay cosas que las tienes que decidir tú, y nadie más que tú, con esa sensación de solo ante el peligro. Me parece una frase periodísticamente atractiva, pero...

No se ha sentido así.

-Hay momentos que tienes que decidir según que cosas, pero me he sentido acompañado por una redacción que la he percibido a mi lado. Y le digo una cosa: la redacción del diario se parecía mucho a la sociedad catalana, había gente independentista y gente que no lo era, pero creo que si algún mérito he tenido como director es hacer que la redacción tuviera una responsabilidad compartida, en el sentido de que nos estábamos jugando mucho. Aparte de los caminos por donde nos llevara la política, nosotros lo que teníamos que hacer era defender el diario, y creo que una de las cosas que quedará de lo que hemos hecho entre todos en este tiempo en la redacción es que hoy La Vanguardia es uno de los pocos espacios de encuentro que nos quedan. Es un diario muy plural, con firmas de derecha y de izquierda, independentistas y que no lo son.

Escribe que en este gremio "abundan los personajes anárquicos, los yonquis de la información y los egos insufribles y románticos". Vaya repaso.

-Esta es una profesión que aun no estando en el mejor momento, aun siendo los sueldos seguramente más bajos de lo que la responsabilidad del periodismo requeriría, el periodista tiene esta pequeña vanidad de la firma. El periodismo incorpora un punto de narcisismo, pero creo que eso es bueno, porque al final con tu firma estás avalando la información. ¿Por qué a mí las redes sociales muchas veces me molestan? Porque no sé quién hay detrás de un rostro, de un dibujito o de un nombre. Yo creo que en la democracia la gente no puede ir con pasamontañas, tenemos que vernos los ojos y saber quién hay al otro lado. A mí no me importa que me discutan, que me critiquen, pero quiero saber quién es esta persona. El periodismo tiene una ventaja, te dan golpecitos en la espalda u otras veces patadas en la espinilla, pero tú te responsabilizas de lo que escribes. Y las cosas tienen un valor en función de si las has hecho bien. El buen periodismo es más imprescindible que nunca. Es la campaña de The New York Times.

"Mentiría si dijera que sentado a la mesa del director, no tiene uno la sensación de poder", confiesa en el libro. Usted tenía llamadas e interlocución directa con nombres propios muy importantes en la política española y catalana.

-Hay días que el sillón del director se parece a la silla eléctrica, y otros que se parece a un trono. Hay momentos de sensación de poder, porque te llama el presidente del Gobierno, un ministro o el presidente de la Generalitat, y otros que, bueno, tampoco hay que ser un ingenuo, que llama gente que protesta, que llama el presidente de una empresa del Ibex porque no le ha gustado una información y tú tienes que defender tu posición; no siempre las cosas las decimos para que a los demás les guste. Una de las misiones del periodismo es ser crítico con al realidad, y en este sentido hay días duros, muy duros.

Cuenta una llamada de Rajoy cuando usted llegó al cargo: "Nunca te precipites a la hora de tomar una decisión. Espera. Es muy probable que, si no haces nada, las cosas se resuelvan solas".

-Sí es verdad que hay veces que no sabes qué decisión tomar, y esperas un poco, y en un porcentaje alto de las ocasiones hay cosas que se acaban resolviendo solas. El problema es qué ocurre con este 10%, 15%, 20% de cosas que no se resuelven si no abordas los temas. Creo que Rajoy pensó que el tema catalán se iba a resolver solo, no supo abordarlo en su momento, y al final fue un desastre. Pienso que el independentismo más que declarar la independencia lo que intentaba era presionar con la independencia para conseguir una mejor situación.

Se detiene en las dudas de Puigdemont entre adelantar elecciones y declarar la independencia. En esas horas de alta tensión, se perciben papeles intercambiados con respecto a la evolución posterior de las dos formaciones de aquel Govern.

-Tanto es así que de esta situación, a pesar de que el independentismo ha encadenado los pies a la gente de Esquerra y a la de Junts, la realidad hace que sea muy difícil que se entiendan. Entre el independentismo hay una distancia enorme. Es decir, van a acabar gobernando juntos Catalunya, pero muchos de sus líderes no se soportan entre sí. Cuando te dicen que la sociedad catalana está dividida entre los independentistas y los que no lo son, a mí no me gusta utilizar la palabra unionista, hay una segunda división muy profunda, entre el propio independentismo. Y sobre todo, procede de esta carrera. En un momento dado quien tenía que frenar no frenó, y empujó al otro al vacío. En ningún momento Puigdemont pensó que él declararía un día la independencia, él quería ir a las elecciones, pero al final, la presión, la dinámica de los hechos, Esquerra Republicana, que le montó una manifestación en las puertas del Palau de la Generalitat, el tuit de las 30 monedas que le venía a llamar Judas por parte de Gabriel Rufián... Todo eso hizo que al final, él que es un hombre profundamente independentista, no soportara la presión. Yo no estoy de acuerdo en cómo está gestionando las cosas, y me parece que Puigdemont muchas veces lo que está haciendo es intentar que las cosas no vayan lo bien que deberían ir, porque es una manera de salvarse. Pero como personaje me parece muy shakespeariano. Es un poco un Hamlet.

Es llamativo que el nuevo president, Pere Aragonès, que se había mostrado como un modulador de las prisas, se marque el objetivo de "culminar la independencia".

-Creo que a la gente que ha estado saliendo a la calle para reivindicar la independencia, que con la mayor buena fe y con las emociones a flor de piel, pensaba que era posible, el independentismo no se atreve a decir que eso, en fin... No habrá nunca un Gobierno en España, no me sé imaginar un Gobierno de España que aceptara un referéndum de autodeterminación. Pero todavía entendería menos que a algún estado de la Unión Europea eso le pareciera una buena idea. En el fondo la ilusión del independentismo acabó en el precipicio, y con alto coste personal y seguramente económico también para Catalunya, porque se fueron más de cuatro mil empresas, los dos grandes bancos cambiaron su sede, salieron capitales importantes e incluso muchos profesionales prefirieron ir a trabajar a Madrid. En estos momentos mi única esperanza es que en el fondo Esquerra intenta jugar la carta del pragmatismo, y aunque tiene que utilizar ese lenguaje rimbombante de culminar no dice cuándo. Este pragmatismo lleva a pensar que después del desastre que ha sido la pandemia, desde el punto de vista de salud, económico y social, lo que hay que hacer los próximos años es reconstruir España y reconstruir Catalunya. Catalunya está muy débil, muy frágil, la que había sido la comunidad tractora del resto del Estado hoy ni somos los primeros en aportación del PIB y además en muchas cosas hay otras comunidades españolas que están manifestando una capacidad de afrontar los retos superior a la catalana. Yo he hablado alguna vez con Aragonès, y en fin, nació independentista y será independentista toda su vida, pero creo que este hombre no nos va a dar ningún susto, y estoy absolutamente convencido que va a poner como prioridad la reconstrucción de Catalunya, que falta nos hace.

Desarrollo económico aparte, hay un asunto de estructuración territorial sin encarrilar. Escribe que Sánchez "tenía muy claro que no se podía gobernar España sin encauzar la cuestión catalana", y que "es un hombre al que le gusta correr riesgos". ¿Le ve con la determinación de afrontar esto?

-Yo creo que Pedro Sánchez sabe que este es un tema que no puede marginar, y que en el fondo ayudó de una forma decisiva a la moción de censura a Mariano Rajoy, y entiende que hay que dar una salida a eso, pero darle una salida a Catalunya ¿qué quiere decir exactamente? Si la salida es una consulta de independencia sí o no, creo que eso no tiene margen.

Lo primero son los indultos.

-Fíjese que aquí lo que piden no es indulto, sino amnistía, entre otras cosas porque el indulto resuelve los casos de las personas que están en la cárcel, no de las personas que están expatriadas, como es el caso por ejemplo de Puigdemont. Pero yo creo que los indultos se van a sacar adelante en los próximos meses, no tardaremos mucho en que lleguen al Consejo de Ministros. Eso va a servir para bajar presión, y creo que lo que sería sensato es buscar un poco lo que ha hecho el PNV. Hablando un día con el lehendakari me decía que no están para aventuras, como mínimo en estos momentos, y que el objetivo es acabar las transferencias del Estatuto. ¿Por qué? Porque en el fondo en un mundo como el que nos toca vivir, ¿la independencia qué quiere decir? Al final, el País Vasco tiene una situación privilegiada, porque es prácticamente un estado asociado. Tiene recursos, y la capacidad de gestionarlos. Tiene prácticamente las competencias en casi todo. ¿Qué le queda para ser un estado? Seguramente el ejército y las relaciones exteriores, pero estos son dos ámbitos que cada vez más van a jugarse en Bruselas. Hay gente de la vieja Convergència, algunos sin lazos ya con la política, que me dicen: 'Qué envidia el País Vasco'. Yo digo 'hombre sí, pero viene de cuarenta años muy duros'. Aunque sí que es verdad que la estrategia de los últimos años del PNV es posibilista, pragmática e inteligente. Lo que le gustaría al presidente del Gobierno es que pudiera llevarse el problema catalán en esta dirección. De poder encontrar espacios de acuerdo, completar el Estatuto, mejorar la financiación, proteger la lengua y la cultura catalana... Eso es posible, más allá creo que hoy ni España ni Europa se lo pueden permitir.

Cuenta en un pasaje que un día le llamó Margallo desanimado porque había hecho unas declaraciones sobre cambios en la Constitución que no habían gustado ni en la Moncloa ni en la Zarzuela. ¿Tan alargada es la sombra de la monarquía para dar un toque a un ministro por unas afirmaciones?

-No, yo no creo que le diera un toque, sino que él hizo unas manifestaciones que supongo que se comentarían en alguna cena oficial, o lo que sea, y eso no fue más allá del comentario, pero parece ser que en aquel momento alguien le vino a decir, el jefe del Gobierno, no digo que fuera el del Estado, pero podían ser personas cercanas, que entonces cambiar la Constitución a lo mejor no tocaba. Hay gente que dentro del propio PP buscó una vía factible.

"La fecha de caducidad del director está en el envase", es el título del último capítulo. La vida sigue, escribe también.

-Hay un punto cuando dejas un cargo de esta responsabilidad, yo había cumplido 66 años, de sensación de que ya está, has llegado a la playa. Hay que saber también irse, porque nunca encuentras el momento, siempre te gustaría estar un año más. El editor me dijo que siguiera vinculado y me pareció la mejor de las oportunidades profesionales. Sí que es verdad que hay una parte de duelo cuando dejas un cargo de esta visibilidad, que en mi caso duró un poco menos por una razón muy fácil de entender, yo salí por la puerta y entró la covid por la ventana, y no es que yo me fuera a casa, es que se fue toda la redacción. Eso me ayudó a pasar este tránsito. l