l complejo contexto vital de estos largos meses de pandemia sanitaria y sus duras derivadas en los planos social y económico tiene también su proyección sobre el mundo de la política y de los gestores públicos: sometidos a una presión diaria muy estresante, con margen de maniobra muchas veces escaso, están viviendo momentos difíciles, sin duda. El sentido finalista y funcional de la política nunca ha tenido mucho glamur intelectual pero cobra sin duda hoy día un renovado protagonismo. Necesitamos, más que nunca, que la política recupere su prestigio y su pujanza.

¿Es suficiente con defender hoy día la tesis de Konrad Adenauer, excanciller de Alemania Occidental, bandera de la conocida como economía social de mercado, conforme a la cual era preciso combinar "tanto mercado como sea posible y tanto Estado como sea necesario"?

La dura crisis que se vislumbra unida a la pandemia tendrá su más dramático exponente en la vertiente social, mostrando el empobrecimiento y las dificultades vitales de personas y familias que no alcanzan a vislumbrar un futuro con empleo y modos de vida dignos. Por ello hay que situar en el centro del debate la cuestión relativa al alcance y extensión de nuestro sistema de protección social, clave para frenar la desigualdad y para cohesionar más y mejor nuestra sociedad.

Necesitamos hacer realidad el reto de una visión transformadora de la política y de un proyecto compartido; no han de ser palabras huecas, debemos pasar de la retórica discursiva a la acción: sin ese relato compartido, sin el esfuerzo común de agentes públicos y privados, no será posible acometer la ingente tarea que tenemos por delante.

En este contexto irrumpe con fuerza el novedoso y rompedor discurso de la brillante y comprometida economista italiana Mariana Mazzucato, autora entre otros ensayos de El Estado emprendedor, en el que defiende la necesidad de gobiernos y organizaciones internacionales que sean ambiciosos y vayan más allá de un papel reparador de economías maltrechas: la historia demuestra que aquellas áreas o sectores con mayor riesgo de mercado tienden a ser evitadas por el sector privado, y por ello han necesitado de importantes apoyos en clave de financiación pública.

No se trata de volver a la idea de un Estado omnipresente y protector sino avanzar hacia una dimensión pública (administraciones y gobiernos, en sus diferentes niveles) más fortalecida y reinventada, de forma que no recaiga solo en el sector privado y en los mercados el papel protagonista en el crecimiento económico. Cuando Mazzucato alude a que necesitamos un Estado emprendedor piensa en realidad en un sector público que se implique en la toma de riesgos y en la creación de una nueva visión de la sociedad en lugar de limitarse a corregir los fallos del mercado.

¿Es suficiente con mantener la inercia del llamado estado de bienestar o debemos acometer su reforma? Hay que reforzarlo y adaptar su jerarquía de objetivos a la nueva realidad en cuestiones tan fundamentales como la colaboración público-privada, el papel de la sociedad civil y las estrategias comunitarias o el de poner el énfasis en la redistribución como vía para garantizar su sostenibilidad. Nuestro futuro como sociedad está en juego. Ojalá estemos a la altura de este gran reto intergeneracional.

Como indica Mazzucato, hoy todo el discurso se centra en la redistribución. No existe una narrativa progresista adecuada que explique bien de dónde surge la riqueza: es decir, reflexionar acerca de cómo podemos ser capaces de crear más valor, de un modo diferente, en vez de esperar a recoger los restos.

Necesitamos un nuevo modelo de sector público. Y necesitamos también un modelo diferente de colaboración público-privada. El modelo social basado en la sociedad de consumo y el capitalismo global generará, si no se corrige y modula desde lo social, un efecto de creciente desigualdad. En lo económico y social, el reto tiene una doble componente: consolidar e incrementar en lo posible la riqueza social y a la vez reforzar y mejorar los mecanismos de su distribución.