o de menos es lo de los fondos europeos, una minucia de 140.000 millones. Lo de más, el hecho de que el Banco Central Europeo (BCE) nos tiene anotados en su pasivo 816.758 millones de euros, equivalente al 73% de la riqueza generada por la economía española el año pasado, correspondientes a "financiación otorgada al Estado, bancos y compra de activos de empresas". De esa cantidad, 350.000 millones se han aplicado a lo largo de la pandemia. Hoy es el día en el que el BCE es titular del 30% de nuestra deuda pública, y subiendo. Las compras de bonos, tanto públicos como corporativos, ha impedido que aumenten los tipos de interés, pero sobre todo está produciendo en los gobernantes ese fenómeno que los economistas llaman free rider, que coloquialmente se diría "hacer lo que les sale de las narices", y que también es descrito como "el efecto del polizón", consumidores parásitos que bajo ciertas circunstancias gastan bienes y servicios financiados por otros mientras que ellos no pagan nada. La Comisión Europea ha levantado durante la pandemia la exigencia de ajustar gastos e ingresos, lo que tiene plena lógica, y en paralelo el BCE ha acordado comprar toda la deuda que emitan los países, además de mantener sus programas de financiación a la banca y empresas. Gracias a todo ello, el Estado se ha endeudado hasta alcanzar una ratio de deuda sobre PIB del 125%, 30 puntos porcentuales más que antes de la crisis, sin que la prima de riesgo se haya perjudicado. La rentabilidad del bono español a 10 años empezó el año en el 0,2%, fue del 0,7% en marzo, y posteriormente se redujo progresivamente hasta incluso tocar en algún momento tipos negativos. Dinero gratis por doquier, soma del que beber sin pensar más allá.

La traducción política de todo esto es muy evidente. La pandemia ha roto los límites razonables del gasto público, en la necesidad de suplir sus costes sanitarios, que nadie negará, y el impacto que está teniendo en el empleo, que también hay que mitigar de manera contundente. Resultaría muy antipático hablar ahora de controlar el gasto, cuando la sociedad está sufriendo lo indecible y es un momento evidente, también a los ojos más liberales, para que el Estado actúe empleando sus capacidades de cohesión en un momento excepcional de nuestra historia. Pero una cosa es eso, y otra aprovechar unas circunstancias catastróficas para actuar con el ventajismo político en el que cerdean los malos gobernantes. Se recordará aquel caso que ilustraba la crisis financiera del 2008, cuando un paisano iba al banco para contraer un préstamo hipotecario y financiar su necesidad de vivienda, y en la misma operación le metían dinero para comprarse un coche de alta gama perfectamente prescindible. A mayor escala, es lo que ahora está pasando con la política presupuestaria. Que crezca la deuda a una velocidad tan pavorosa no es la consecuencia obligada en medio de una pandemia, sino el reflejo de que quienes ahora gobiernan creen que se puede traer del BCE todo el dinero que se quiera sin aceptar sus consecuencias. Se trata de cantidades que habrá que devolver; que nos dejan a merced de una eventual subida de tipos tarde o temprano; y que además es el mayor desincentivo para trabajar por fortalecer de verdad la economía, hacerla capaz de generar sus propios recursos sin tener que acudir a una fábrica de dinero que, paradójicamente, más nos empobrece cuanto más se produce.

Así que podemos entretenernos con lo de los fondos europeos, un señuelo dentro del mercado político, mientras el rescate de nuestra economía llega todos los días en los que el Tesoro emite deuda, que siempre será comprada sin discusión por la entidad de Frankfurt. La respiración asistida agrada a este Gobierno, incapaz de hacer otra cosa que lo que se refiera a sus propias apariencias. Se preparan ya unos nuevos Presupuestos Generales del Estado en los que la gran discusión no será el límite que tengan, sino cómo los aprovechan el PSOE y UP para meter en ellos alguna medida efectista, tal que la reforma fiscal "para que paguen los ricos". Al margen de que, como es costumbre, son las clases medias las que siempre apoquinan, realmente quienes están pagando todo esto son los que deben devolver la deuda de casi 30.000 euros por cada español que de momento se contabiliza.

Resultaría muy antipático hablar ahora de controlar el gasto, cuando la sociedad está sufriendo lo indecible

Quienes están pagando esto son los que deben devolver la deuda de casi 30.000 euros por cada español