an llovido las cuchilladas en un partido en carne viva. La semana comenzó agridulce para Pablo Casado tras la insuficiente victoria del PP en Castilla y León, y termina amarga. Una hemorragia no se detiene a base de cuatro grapas, ni una guerra se cierra solo con una bandera blanca. En este cisma los contendientes se han descerrajado en abierto, lo que ha puesto contra los cuerdas el liderazgo de Casado y a prueba la meteórica carrera de Díaz Ayuso.

Casado llegó en 2018 a la presidencia del Partido Popular con la vitola de revulsivo. Joven, impetuoso y muy conservador, aunque no sobradamente preparado, el palentino, a ojos de los suyos, podía ser el hombre eléctrico que devolviese al PP a la Moncloa, e hiciese olvidar por la vía de la urgencia la salida por la puerta de atrás de Rajoy y su parsimonia hasta en la moción de censura.

No hace ni cuatro años, Casado era lo nuevo frente al sorayismo viejo. Al líder que le iba a cantar las cuarenta a un Sánchez de cartón piedra, hoy le acogota el cartel de caballo perdedor que va asomando en la opinión pública. El año 2019 mostró por dos veces a Casado que le aguardaba mucho trabajo en la oposición. El presidente del PP perdió en las Generales de abril y en las de noviembre. Su irrupción contribuyó a la demolición de Ciudadanos, pero también a la potente entrada de Vox en el Congreso de los Diputados. Un problema existencial para su futuro sobre el que se ha mostrado vacilante. Casado había llegado para recomponer al PP frente a Ciudadanos y neutralizar a Vox. Hoy Ciudadanos está deshecho, pero el PP no ha capitalizado el derrumbe. Vox se ha consolidado como tercera fuerza, y en el PP se ha abierto un cisma con los visos de un gran trauma. Quizás el mayor de todos , más incluso que el cierre de la etapa de Hernández Mancha, que duró dos años en los ochenta.

Contexto previo

Las elecciones en Castilla y León confirmaron que Casado portaba dos piedras en el zapato. La primera es que a la hora de la verdad solo puede sumar con Vox, lo que puede desalentar a muchos votantes, y reforzar aún más a la extrema derecha. La segunda piedra en el zapato le puede haber roto esta semana la suela. Se llama Isabel Díaz Ayuso, que además cuenta con el favor de la mayoría de los medios de derechas.

El proceder vacilante y nervioso de Casado, de esforzado comercial, ha venido contrastando en los últimos meses con el ascenso meteórico de Díaz Ayuso, que en mayo de 2021 se confirmó como la estrella de la derecha madrileña. Su triunfo arrollador en la Comunidad de Madrid, y sus declaraciones cada vez más seguras, calculadas y punzantes empezaron a hacer sombra de Casado. A Díaz Ayuso le ha ido muy bien en su rol de ariete contra Sánchez, y puede que no le vaya mal de víctima frente a Casado. Pero por muy reforzada que la proyecten, tampoco saldrá indemne.

Mientras Casado intenta evitar sacrificar a García Egea, para no quedarse más a la intemperie, Pedro Sánchez además de un manual resistencia tiene la enciclopedia de la fortuna y un pulsador electoral. Su Gobierno de coalición y sus apoyos de investidura provocan inflamaciones en la derecha y extrema derecha. Las fuerzas reaccionarias y conservadoras del Estado han venido trabajando a destajo para evitarlo. No lo consiguieron en 2019, y desde entonces la conjura es que bajo ningún concepto repita. La legislatura sigue corriendo, la pandemia no se ha llevado a Sánchez por delante y los fondos europeos han empezado a irrigar la economía. Así que a Casado se le estaba agotando el tiempo, atrapado en un reloj de arena, mientras Ayuso se venía perfilando como el posible recambio, convencida de la necesidad de entenderse con Vox, en una estrategia con sello de Miguel Ángel Rodríguez. Vox es la probeta de la derecha y sus poderes fácticos, pero los experimentos tienen por definición un componente incierto.

El núcleo

Si la almendra de esta crisis estriba en el posible trato de favor indirecto de Ayuso a su hermano, la presidenta madrileña puede pensar que si la vía judicial no la coloca en una situación insostenible, el puso con Casado, lejos de desgastarle, le ha impulsado como víctima propiciatoria ante buena parte del electorado del PP. Es bien conocido el proverbio gatuno de Deng Xiaoping que un día apadrinó el felipismo: Blanco o negro, lo importante es que cace ratones. Y Ayuso concita votos y popularidad.

¿Congreso ordinario o extraordinario?

Casado alcanzó la presidencia un mes de julio, intenta ahora evitar un Congreso extraordinario en los próximos meses, y llegar al que está previsto para julio con el liderazgo apuntalado. Será clave, además de la evolución del asunto Tomás Ayuso, y de los daños que deja el temporal en Génova, el papel que desempeñe a partir de ahora un reforzado Núñez Feijóo. Tampoco será baladí hacia dónde apunte el dedo de Aznar, que en diciembre dejó claro su admiración por la presidenta de la Comunidad de Madrid. Pero tras el choque de trenes, un chófer capaz de recoger a los heridos y de restablecer la tranquilidad se granjearía reconocimiento. No descarten por lo tanto todavía a Núñez Feijóo, que podría acabar siendo una solución de emergencia.

Lo que no es ninguna hipótesis es que la guerra en el PP ( y en UPN) ha estallado a poco más de un año o año y medio de elecciones autonómicas y Generales, en sendas batallas tan descarnadas que han puesto los liderazgos de Génova y Príncipe de Viana en juego. Por cierto: el factor común de la crisis interna en el PP, en UPN y en el PSOE de 2016 es estar en la oposición. El poder es pegamento.

La derecha española, que protagonizó la voladura de UCD, tardó 14 años en recuperar el poder, desde 1982 a 1996. Su siguiente travesía en el desierto duró siete años, de 2004 a 2011. Ahora las prisas desnudan egos y derivas radicalizadas. Es la inercia, el tono y el estilo de oposición del PP desde 2018, en una competencia con Vox que nos devuelve al viejo marco de ‘los enemigos de España’.

A Díaz Ayuso puede que no le vaya mal en su rol de víctima frente a Casado, pero por muy reforzada que la proyecten no saldrá indemne

Tras el choque de trenes, un chófer capaz de restablecer

la tranquilidad se granjearía reconocimiento, no descarten todavía a Núñez Feijóo