Semanas con proyección para Arnaldo Otegi (Elgoibar, 1958). El 30 de marzo intervino en Bilbao en la presentación de Euskal eredua, la hoja de ruta de EH Bildu “por un país mejor”, y el 17 de abril celebrará Aberri Eguna en Iruña.

Con muchas entrevistas a sus espaldas, se muestra desenvuelto y distendido, por más que sepa que sus palabras se miden con lupa. Otegi subraya un mensaje social ante el actual panorama en el mundo, expresa “interés” de EH Bildu en “que se mantenga” un Gobierno PSOE-Unidas Podemos en el Estado, y reclama un reconocimiento “conjunto” al dolor causado a las víctimas de violencia.

Hace semana y media presentaron Euskal eredua, hoja de ruta para un mundo que “ha cambiado”, y advertencia sobre el retroceso que viene.

-Nosotros venimos insistiendo durante años en un análisis estructural que desgraciadamente se va confirmando. Hacemos hincapié sobre tres grandes premisas. Una es el empobrecimiento general. Somos conscientes de que los vascos y las vascas vivimos en la parte privilegiada del planeta, pero se está dando un empobrecimiento de las clases populares y trabajadoras. Hay un auge del autoritarismo y grandes retos, uno de lo cuales lo estamos viendo ahora en la frontera entre Ucrania y Rusia, que es el de la paz y el desarme. Y frente a eso vemos un país paralizado, en blanco y negro, que sigue pensando que la inercia le va a conducir a nuevos escenarios. Frente a eso planteamos un análisis realista, no catastrofista, porque hay esperanza y posibilidades de hacer cosas y construir alternativas. Eso exige nuevas soluciones, nuevos liderazgos y nuevas mayorías.

Una conclusión extraíble es que EH Bildu está por ensanchar su base.

-Sí, somos un proyecto soberanista, de izquierda progresista. Tu proyecto va a avanzar en la medida en que seamos más, en que seas capaz de convencer a más gente. Tenemos tres grandes espacios que nosotros entendemos un poco huérfanos: la izquierda que considera que una izquierda ha defraudado. El espacio abertzale, soberanista, en el que creemos que determinadas formaciones políticas no son capaces de liderar eso hasta el final. Y el gran espacio de la abstención, en el que creemos que tenemos que incidir. Para nosotros ser más significa parecernos más al país real y a sus gentes, y abrir el abanico, desde los independentistas hasta los confederalistas, desde los socialdemócratas a los comunistas. Todo el que quiera empujar tiene las puertas abiertas y vamos a hacer un esfuerzo en eso.

Las alternativas se plasman en una aritmética. Y en la CAV y en Navarra necesitan al Partido Socialista.

-En la CAV la opción fue un Gobierno de coalición entre el PNV y el PSOE que ni es una cosa ni la otra, una especie de refundido que para nosotros lleva a la parálisis al país. Se acaba de conocer un informe de algunos economistas que dice que vamos para atrás. Y frente a esa realidad algunos piensan que las viejas inercias y formas de hacer política nos van a situar en otro escenario. No va a suceder, los problemas son graves, estructurales, y hay que ir a su raíz. En Nafarroa Garaia nosotros abrimos la puerta al Gobierno actual fundamentalmente por un ejercicio de responsabilidad, para taponar la vía a la derecha, y eso ha traído como consecuencia, probablemente, entre otras muchas razones, la división en el seno de UPN. Y en segundo lugar, porque creemos que hay que construir una mayoría euskaltzale, progresista, que entienda que Navarra forma parte de un espacio cultural y nacional más amplio, que es Euskal Herria, y que Navarra es sujeto político y decide.

En 2019 apostaba a que no se iba a conformar un Gobierno de coalición en el Estado, y que habría una abstención del PP.

-Igual pecamos de excesivamente rigoristas en el análisis. Pensábamos que con una crisis financiera como la que se había sufrido, y con un debate sobre el modelo territorial abierto en canal con el proceso catalán, las élites en España iban a hacer una apuesta por un Gobierno de pacto entre PSOE y el PP. No entraba en nuestros cálculos un Gobierno de coalición entre Podemos y el Partido Socialista. Pero finalmente se dio esa posibilidad y nos la tomamos muy en serio. Es la primera experiencia de coalición desde la Segunda República con un partido que teóricamente está a la izquierda del PSOE, defiende la plurinacionalidad y el derecho a la autodeterminación y es un Gobierno que tapona el acceso de las posiciones autoritarias de Vox y del PP. Había que darle una oportunidad. Hay gente que piensa que nuestra estrategia pasa por que ese Gobierno continúe. Y nosotros creemos que debe continuar, pero ese Gobierno es el que tiene la pelota sobre su tejado; tiene que hacernos ver, por la vía de los hechos, que es capaz de hacer otras políticas sociales, aplicar una política penitenciaria no excepcional y abordar los problemas nacionales en el Estado de manera democrática. De momento, ha hecho algunas cosas, pero otras las tiene todavía sin hacer. Nosotros queremos que el Gobierno camine, pero en la buena dirección. La reforma laboral, la congelación de la modificación de la ‘Ley Mordaza’ apuntan a ciertas limitaciones.

¿Cómo ven entonces la situación?

-Existe un debate, no solo en el Estado español, sino a escala planetaria entre los modelos autoritarios y los más o menos democráticos de gobernanza. Y en el Estado español nos da la impresión de que hay una tendencia en las élites de tratar de resolver la grave crisis de régimen en dos sentidos: o la vuelta al autoritarismo, Gobierno PP-Vox, o con un intento de vuelta a los pactos de Estado del 78 entre el PP y el PSOE. Pero les vemos dificultades a unos y a otros.

Ha escrito que “un importante dirigente del PSOE” le dijo que la historia está condicionada por la casualidad y las relaciones humanas. Y usted calificaba de reconfortante la veracidad de esta afirmación.

-Sí, yo siempre me he declarado marxista, y lo sigo siendo, pero este dirigente me dijo una vez...

¿Zapatero?

-Sí. Luego he podido comprobar que a veces la relación personal, humana, hace avanzar las cosas mucho más que la formal o institucional. Por ejemplo, el Gobierno de coalición PSOE-Podemos sucede porque hay personas que toman decisiones. La política más convencional, incluso la alternativa, debería entenderlo.

¿Eso se nos escapa a los periodistas?

-Se nos escapa a todos. Para mí elegir las interlocuciones en determinados momentos es muy importante, porque dos personas que se entienden y empatizan seguramente van a buscar desde un punto de vista creativo fórmulas que probablemente desde el corsé de la relación institucional a veces no se dan.

Estuvo en 2018 con Zapatero en Txillarre. ¿Qué pasó en ese encuentro?

-Él tenía mucho interés en conocer Txillarre, porque se había jugado una parte de su carrera política ahí, y llevaba ya algunos años con ese interés. La verdad es que el encuentro fue muy fluido, como si nos conociéramos de toda la vida. Él es una persona muy próxima, muy humilde, desde mi punto de vista. Y conectamos enseguida. Estuvimos seis horas hablando de todo un poco, de lo divino, de lo humano, de Euskal Herria, de la autodeterminación, de los problemas nacionales. Él tenía mucho interés en saber cómo habíamos sido capaces de pergeñar todo aquel proceso allí. Hay que reconocer que él tuvo la capacidad de arriesgar y yo respeto mucho a la gente que arriesga, aunque se equivoque, porque desde nuestro punto de vista en la política convencional hay mucho de espacio de confort, que es fácil, mantienes tus principios, no te mueves, los tuyos están contentos, pero te quedas en el sitio. Nosotros pensamos que esa es una política que hay que romper. Creo que Zapatero lo hizo e incluso he llegado a reconocer que en su día Aznar también lo hizo, con una apuesta clara por negociar con ETA, cosa que a la gente se le olvida.

La palabra condena sigue suponiéndoles un lastre para salir de esa zona de confort, generar confianzas en algunos sectores, conectar con Aiete y neutralizar críticas.

-Hay quien trata de hacer de la convivencia un espacio embarrado, que busca más el desgaste de una determinada opción política y de un determinado relato que la construcción de uno nuevo. La palabra se ha convertido en un fetiche que se utiliza contra una posición política. ¿Realmente existe un debate ético tras ella? No, es un debate político.

Y ético... Si la palabra mitiga el dolor de unas víctimas o se dice que aquello estuvo mal y eso contribuye a aliviar o a considerar el sufrimiento de esas personas, en línea de Aiete.

-Pero a mí pensar que una determinada palabra alivia más o menos el dolor... yo no comparto esa tesis, porque nosotros también hemos hablado con víctimas. Yo estoy dispuesto a hacer un debate sobre ética con todo el mundo cuando se quiera, porque no tenemos ningún problema en eso. Nosotros tenemos la impresión, puede ocurrir que no sea objetiva, de que hemos caminado mucho en esa dirección, y sin embargo vemos que los otros no se mueven. Nadie se mueve. ¿Hay realmente un interés sincero por hacer un debate en estos términos o un interés político por tratar de encasillarnos en determinada posición y decir que no se puede avanzar porque todavía no hemos hecho un recorrido? ¿Y el recorrido del resto dónde está?

En la parte que les toca: ¿qué más pasos se pueden dar para generar confianza? Es un clamor entre partidos llamados a tejer alianzas o complicidades.

-Pero esos partidos, ¿qué han hecho en su recorrido?

Se lo preguntaremos en otra entrevista.

-Tenemos un país con informes oficiales de miles de torturados, con desaparecidos políticos, un país al que se le niega el derecho a decidir, en el que acaban de decir que un ministro del Interior del Partido Socialista mandaba cartas bomba contra militantes de Herri Batasuna en las que murió un cartero. Y no pasa nada, todo el mundo piensa que los que han avalado eso están en una posición ética irreprochable. Algunos se suben a una torre de marfil y dan lecciones. Pongamos todo encima de la mesa, no tenemos inconveniente, estamos dispuestos a hacerlo. Ahora, eso sí, si se plantea en términos constructivos. Si todo el mundo es capaz de decir de qué se siente responsable, porque nosotros ya hemos dicho que nos sentimos responsables del dolor causado. Lo que no hemos oído al resto es decir si ellos se sienten responsables de algo. No lo digo en términos de reproche, sino de si queremos hacer un ejercicio de verdad de convivencia, de reconocimiento, de reparación... Vamos a hacerlo todos, hagámoslo todos. Con una diferencia: nosotros no planteamos ese ejercicio para decir lo malo que era este y lo malo que era aquel. Lo hacemos porque consideramos que eso es una aportación a la convivencia del país. Y una convivencia sólida exigiría que todo el mundo reconociera lo que ha pasado en este país. Y aquí, lo que se está tratando de hacer, desde nuestro punto de vista, es un relato de parte. Y eso no va a funcionar, porque lo que hace falta es un esfuerzo conjunto, de todas las fuerzas políticas y de la sociedad en general para decir esto es lo que pasó. Y aquí cada uno tenemos nuestras responsabilidades. Pero no rehuimos ese esfuerzo. Estamos dispuestos a todo. Ahora, lo que queremos saber es si todo el mundo está dispuesto a hacer el recorrido en todo. Si es así, no hay ningún problema.