- Maialen Zabalbeaskoa quiere lanzar un grito que se oiga bien fuerte. "No voy a parar de luchar hasta el último aliento por mi hija, para que ella viva lo mejor posible". Maialen, guipuzcoana de Tolosa de 34 años, y su pareja, Mario Amezketa, de 44, son los padres de Lurgi (5 años), Liher (3) y Aiora, una niña de Estella de 6 años que padece daño cerebral severo. Tiene un 75% de discapacidad y es una gran dependiente. Al nacer se le detectó una cardiopatía congénita severa y con solo dos años sufrió una hipoxia (falta de oxigenación en el cerebro) que agravó su estado. Aiora, que acude al aula especial de la ikastola Lizarra de la ciudad del Ega, recibía a la semana en el centro tres sesiones de fisioterapia impartidas por profesionales del Creena (Centro de recursos de educación especial de Navarra). También, tras un largo batallar, acudía a dos sesiones de rehabilitación en el hospital García Orcoyen. Todo eso ha volado por los aires con el coronavirus. Un trabajo en balde que ahora sigue parado y para el que no les ofrecen soluciones. "Al principio del confinamiento no pensaba llevarla a ningún lado. Hacía lo que podía en casa, estiraba sus extremidades como podía para que no sufriera dolor y trataba de apañarme. Pero ha pasado el tiempo y nadie nos llamaba. Así que hace 15 días me empecé a interesar para que Aiora volviera a recibir terapia. Llamé al hospital y escribí a los responsables de Rehabilitación y la única respuesta que he obtenido, a través de mi pediatra, es que no la iban a recibir porque era una persona de alto riesgo. Y no nos han contestado nada más. Nos preocupa muchísimo la situación, porque el confinamiento se va a unir con el verano sin actividad en los colegios y al final vamos a acumular mucho tiempo sin ningún tipo de atención y esas consecuencias pueden ser gravísimas. Por eso hemos tenido una sensación de abandono total".

Maialen está abierta a todo tipo de opciones para reanudar las sesiones cruciales para el bienestar de su hija. "Creo que podrían venir a casa con Equipos de Protección Individual y trabajar aquí, o bien podríamos acudir a la sala de aislamiento del hospital y hacer allí la terapia. Pero lo peor es el silencio y la indiferencia. Y ahora se ha visto nuestra realidad. Lo que no podemos hacer con las personas con discapacidad es mirarlos como una carga. Son niños y niñas que nos hacen ver el mundo de otra manera, son lo más puro que hay", se emociona Maialen.

"Lo peor es el silencio. Solo nos dijeron que Aiora era de alto riesgo y no iba a recibir rehabilitación"

Madre de Aiora