Juan Carlos Oroz tira una caña para el único cliente que hay en su local. Desde hace años regenta el bar Chez Belagua, en la calle Estafeta, y la escasa afluencia de clientes y de turistas de estas últimas semanas por el Casco Viejo le recuerda a la situación que se vivía hace unas décadas tras el final de San Fermín: calles vacías y persianas bajadas. Le sirve la cerveza al cliente, le cobra y se leva las manos, algo que se ha acostumbrado a hacer casi instintivamente. El hombre coge el vaso y lo coloca en una de las mesas que están junto a la barra, sobre ella un cartel informativo, junto a un bote de hidroalcohol, recuerda que se debe guardar la distancia de al menos 1,5 metros entre personas. Juan Carlos, al igual que el resto de los trabajadores de Chez Belagua, lleva mascarilla constantemente y procura que todos los clientes la lleven cuando no están consumiendo bebidas o alimentos, lo que ya le ha generado algún rifirrafe. Las medidas son extremas y es por ello que no entiende bien porque se les ha catalogado como uno de los principales culpables de los rebrotes, al menos, así lo sienten.

“Se nos ha culpabilizado aunque igual no de manera directa, pero se está venga hablar de brotes en el ámbito social y de ocio y enseguida se asocia eso con la hostelería, pero igual no es así. Se ha hablado de un rebrote por un almuerzo el día 6 y todo el mundo piensa que fue en un bar, pero perfectamente podría haber sido en una casa, un txoko o en una bajera”, comenta Juan Carlos, que además de responsable de Chez Belagua también es miembro de Anapeh (Asociación Navarra de Pequeña Empresa de Hostelería). Juan Carlos cree que no hay más riesgo de contagio en un bar que en una piscina o en un centro comercial, es más, asegura que tanto en su local como en el resto “las medidas de higiene y de prevención son muy estrictas”. “También estamos atentos para que los clientes cumplan y a veces no es fácil”, señala y explica que para las comidas y cenas dejan un papel explicativo en cada mesa para recordar a los comensales que cuando no estén consumiendo tienen que ponerse la mascarilla. “Si no lo hacen les avisamos y la mayoría suele hacer caso, aunque hay de todo”.

En su bar, en plena calle Estafeta, han tenido una reapertura complicada porque no cuentan con servicio de terraza y reconoce que desde que se decretaron los brotes, especialmente el de Mendillorri, la afluencia de clientes ha ido en descenso. “En julio y agosto los bares del Casco Viejo vivimos, sobre todo, del turismo, porque la gente de aquí se suele ir de vacaciones pero la verdad es que lo estamos pasando mal. Tenemos que ir viendo día a día, pero la situación está siendo muy complicada, no estamos llegando ni al 40% de la facturación del año pasado”, apunta el hostelero.

A unos 500 metros de allí, la calle San Gregorio muestra estos días una tranquilidad que no es habitual en ella. “Desde que comenzaron los rebrotes hemos notado una bajada de la clientela. Al final se nos ha asociado como foco del problema, aunque se algo sin mucho fundamento”, sostiene Agustín Herrera, regente del bar Gorriti. A ellos, que los fines de semana solían abrir hasta las 4 de la mañana, la última restricción tomada por el Gobierno foral -que limita el cierre de los locales de ocio nocturno a las 02.00 horas- les ha obligado a no abrir por las noches. “Esa hora tiene un poco de trampa, porque a las 2 tienes que tener el local cerrado, por lo que para la 1.30 tienes que desalojar a los clientes y para abrir hasta esa hora no merece la pena”, comenta.

Además, las medidas de higiene que tienen son más estrictas “que en cualquier otro sitio”, algo que para los trabajadores es una tarea añadida, pero que entiende que “son fundamentales”. “Estamos tomando todas las medidas que nos obligan y más, pero al final se nos está responsabilizando y estamos un poco decepcionados”, señala Agustín.

Las medidas de prevención e higiene que están tomando los locales de hostelería son tales que en el Katuzarra, situado en la calle San Nicolás, los empleados han recibido formación para realizar bien las tareas de prevención y desinfección del local. “Antes de reabrir todos tuvimos que aprender cómo actuar. Ahora, por ejemplo, todos llevamos dos mascarillas puestas por si acaso y antes teníamos alguien pendiente del baño, para que todos los clientes entrasen con mascarilla. Ahora es obligatoria siempre por lo que nos hemos quitado un peso de encima”, relata Marimar, responsable del bar.

Pese a ello, han notado mucho el impacto de los brotes: “Se nos ha machacado mucho porque se nos ha puesto detrás de los brotes, pero la realidad es que los contagios se dan entre personas”, señala. Todo ello, ha repercutido de manera muy negativa en su negocio, que ni por asomo está siendo como en años anteriores. Además, la plantilla ha pasado de una veintena de trabajadores a la mitad. “La falta de trabajo es terrible”, apunta Marimar, que cree que desde las instituciones deberían intentar hacer ver que la hostelería “es todo lo segura que puede ser”.

A pesar de la retahíla de medidas que los locales están implementando es inevitable que surja algún caso de contagio por covid-19 de algún trabajador o de alguna persona cercana. Es el caso del bar Gaucho, en la calle Espoz y Mina, y del bar Gure Etxea, situado en la plaza del Castillo, que este último el pasado domingo cerró la persiana ante el positivo de una persona muy cercana a los empleados del local. “Decidimos cerrar porque nos parecía lo más responsable, aunque hemos dado todos negativo. Económicamente es un palo y más en la situación actual pero es lo que debíamos hacer”, comenta José Mutilva, regente del Gure Etxea.

La decisión no fue fácil, pero por precaución decidieron cerrar al público y someterse a pruebas PCR. Ahora guardan 14 días de aislamiento y, después, reabrirán. José, que da fe de la mala situación del sector, asegura no haberse visto afectado por la limitación del cierre a las 2 de la mañana, a pesar de que servían copas hasta las 4 de la mañana, ya que tras el confinamiento se decidió cerrar de madrugada. “Tan solo hemos vuelto a abrir la terraza, que es donde mejor se puede guardar la distancia, pero por las noches la situación es más complicada”, comentó José.

En relación a la noche, lo que también han percibido en las últimas semanas es un cierto aumento del botellón. “Se ve mucha gente que compra consumiciones por ahí o se las trae de casa y se sienta en un banco con los amigos y esos podrían ser clientes. La verdad es que eso es algo que afecta más al horario nocturno porque de día no se hace”, sostiene el hostelero.