Luchan en primera línea contra la covid-19 al igual que el personal sanitario y sociosanitario, a pesar de hacerlo desde una posición menos reconocida que las anteriores. Sin embargo, su labor durante toda esta pandemia ha sido esencial para que el virus no traspasase las paredes de las habitaciones de la Clínica San Miguel.

Eva Núñez -50 años, 24 de ellos en su puesto- y Beatriz Torres -de 46, 24 trabajando en el centro- han sido compañeras a través de la subcontrata ISN durante casi la mitad de sus vidas, y sin duda coinciden que este 2020 ha sido su peor temporada de trabajo. A comienzos de marzo el bicho se coló en sus tareas diarias, y volteó todo a su alrededor. Tratadas por la coordinación como personal covid debido a la necesidad de sus tareas, su uniforme habitual se multiplicaba: buzo completo, gafas de protección estancas, mascarillas, calzas, red para el pelo, doble guante... y bolsas rojas para lo utilizado por un infectado. Todo un hábito que dificultaba su comodidad para el trabajo a la vez que elevaba su nivel de cansancio.

“El agotamiento físico era horroroso”, relata Beatriz Torres, que incide en que esos primeros días maniobrar con sus Equipos de Protección Individual (EPI) era “muy incómodo”. “Estábamos todo el turno con él puesto y no nos los podíamos quitar hasta el final por tema de contaminación. Nos marcábamos un objetivo de cinco habitaciones, las hacíamos, y parábamos un poco para beber agua y descansar”, admite.

Pero el “agobio” que suponía trabajar con estas condiciones no era lo peor que tuvieron que vivir en aquella primera ola de la pandemia, de la que se siguen acordando nueve meses después, en unas fechas en las que la cabeza pide echar la vista atrás para recordar lo ocurrido en un 2020 que agota sus últimas horas.

“Fue muy duro. Desde que empezó fue muy duro. Era muy triste, la gente era muy mayor, estaban solicos…” recuerda con cariño Eva. Desde el inicio de la pandemia el virus se ensañó con la población mayor, que sobrepoblaba las plantas y UCI de los hospitales, dejando miles de escenas muy duras para el personal que las vivió de cerca, y que, impotente, veía cómo en esos momentos donde lo más apreciado es el contacto humano solo podía mostrar su apoyo desde la lejanía de los dos metros de seguridad.

“La mayoría eran muy mayores y realmente no tenían ningún contacto contigo, salvo la voz. No nos podían ver a través de las mascarillas y las gafas, no nos reconocían, y era muy duro porque además tenían que estar solos. No podía venir nadie”, rememora Eva.

Tanto ella como su compañera Beatriz tuvieron que ampliar su labor. Ya no eran solo las chicas de la limpieza, sino todo un apoyo para muchos pacientes que, a veces, se encontraban en sus últimas horas de vida en una habitación llena de desconocidos. Pero ellas trataban de ser lo menos anónimas posibles.

“Veíamos a las personas que estaban allí y se estaban muriendo solas. Íbamos con intención de animarles, darles una conversación, nos daban la mano… Al final las de la limpieza a veces estamos más tiempo en la habitación que mucha otra gente ”, expresa Beatriz, que bromeaba con su altura. “Como no nos veían la cara, yo solo les decía que se acordasen de que era la chiquitica”, sonríe, al igual que lo hace cuando se da cuenta que, a través de las imágenes de este reportaje, los pacientes ya pueden conocer su rostro.

Como siempre han hecho, ambas se aprendían los nombres de los enfermos para que viesen que “eran importantes y no un simple número”. “Siempre ha sido así porque nos ha tocado trabajar en la zona geriátrica y hablábamos con los médicos que para ellos era súper importante tratarles así”, narran, admitiendo que alguna vez incluso les han dado la mano porque “no lo podían evitar”. “Y alguna vez incluso he llorado también, porque se estaba muriendo un abuelico que había entrado hace tres días. Y salías muy tocada”, reconoce Beatriz.

Esa “gran carga emocional” de la primera ola, replicada en una segunda que no ha llegado a ese nivel y a la espera de no sufrir en una tercera, se ha ido disipando con el paso del tiempo y ha dado lugar a temporadas más tranquilas donde la situación hospitalaria no es tan grave. “Se ha ido yendo muchísima gente, antes eran 40 habitaciones covid y ahora quedan unos 5, y dos dieron negativo. No tiene nada que ver la situación”, aclaran ambas.

Atrás dejan jornadas interminables tanto física como anímicamente. Ahora la vacuna hace asomar desde lejos un horizonte de esperanza que parece llegará en este 2021, en el que Beatriz y Eva -y el resto de sus compañeras- seguirán teniendo nombre propio en el personal de la Clínica.