- ¿Por qué se animó a escribir el libro? ¿En quién pensó cuando lo hacía?

-No quería que se perdiera la memoria de muchas cosas que ha vivido este campus. Desde el principio pensé en los jardineros: en los que han sido, son y serán. Ellos, con su trabajo día a día, de forma silenciosa y anónima, han hecho posible las maravillas del campus de la Universidad de Navarra. Pensé también en esos miles de estudiantes, profesores, empleados de la Universidad, y paseadores pamploneses y navarros, que han compartido con él sus alegrías y penas, sus inquietudes y tormentas, sus sentimientos y aspiraciones, a lo largo de más de 60 años.

Usted lleva muchos años vinculada a la Universidad de Navarra y ha visto buena parte de su evolución. Comenzó en 1960 siendo campos de cereales y huertas y hoy en día es uno de los pulmones de la ciudad y un lugar en el que conviven a diario miles de personas. ¿Cómo ha sido esa evolución?

- Me incorporé a la Universidad en 1967. No fui, naturalmente, de los primeros sino de los segundos. Todo ha sido como un sueño, un sueño vivido con los ojos abiertos, en el que miles de personas -estudiantes, profesores, empleados, Amigos de la Universidad, colaboradores de múltiples países- han trabajado juntos en sacar adelante, con naturalidad, una apasionante empresa universitaria.

Pamplona fue generosa cediendo terrenos y la Universidad le compensó con un campus. Se podría decir que se hizo un buen trato...

-En las empresas sin ánimo de lucro el camino más viable y en ocasiones el único eficaz es la cooperación entre lo público y lo privado.

Sus impulsores, ¿se inspiraron en algún campus universitario en concreto cuando lo diseñaron?

-Tal vez se inspiraron en los modelos de las nuevas ciudades universitarias europeas que estaban surgiendo y en el estilo paisajístico integrado, de bosque, de jardín y extensas zonas verdes de las universidades anglosajonas, especialmente de los campus norteamericanos. Ángel Ramos, profesor de la Escuela de Montes de la Universidad Politécnica de Madrid, fue el hombre clave, inspirador de los inicios del campus en los primeros años sesenta del siglo pasado.

¿Cuáles son las bondades del campus de la UN y qué le diferencian de otros?

-Por varias razones, académicas y económicas, la Universidad de Navarra se planteó desarrollar el campus poco a poco, paso a paso. Los diferentes edificios fueron apareciendo a lo largo de los años, cada uno de ellos diseñado por arquitectos diferentes, con la estética y las modas arquitectónicas del momento, excepto el Edificio Central: que se quiso así, con un lenguaje arquitectónico clásico, con la expresa intención de enlazar -siendo la de Navarra la última Universidad que en esas fechas había aparecido en España-, de enlazar con los eslabones de la centenaria universidad española. Los edificios se fueron construyendo sueltos, separados unos de otros. La alfombra que recogió a todos y absorbió las diferencias y contradicciones estilísticas entre los edificios fue el césped, las praderas, la jardinería. Este modo de avanzar le ha dado a la Universidad una personalidad peculiar, integrada por un campus vegetal unido a un campus de edificios.

¿Qué extensión ocupa y cuántos árboles hay en el campus? ¿Cuáles son sus favoritos y cuál fue el primero en plantarse?

-El campus tiene 113 hectáreas, con unos 4.200 árboles y 130 especies vegetales diferentes de árboles y arbustos. Los jardineros de la Universidad han seleccionado, con ocasión del libro, sus árboles favoritos, que son también los míos: ginkgo, cedro deodara, secuoya gigante, secuoya roja, magnolio, haya roja de jardín, cedro atlántica, roble, olmo y metasecuoya. Las primeras plantaciones de árboles en el campus se produjeron en torno a 1963 y se encargó de ello la empresa Villa Miranda, de Pamplona. Se plantó un conjunto de coníferas. En esta inicial plantación estaba el árbol que consideramos decano de los árboles, un cedro atlántica ya majestuoso, bien formado, que se encuentra en la campa del Colegio Mayor Belagua, cerca del río Sadar, en la esquina de la calle Fuente del Hierro.

El papel de los jardineros ha sido y es fundamental y usted los reconoce en el libro dedicándoles un capítulo. ¿Cuántas personas se encargan de mantener el campus?

-Se pensó e hizo un campus que fuera de fácil mantenimiento y costo bajo. Como los propios jardineros suelen decir, el campus siempre se ha hecho con el bolsillo apretado. El número de jardineros en todos estos años transcurridos se ha movido entre seis y nueve personas. ¡Y son 113 hectáreas!

Los edificios también ocupan un lugar destacado, algunos con más historia y otros más modernos. ¿Con cuál se queda?

-Tengo una perspectiva unilateral y, por tanto, sesgada. Miro los edificios desde el paisaje del campus, valoro por lo tanto su integración en las zonas verdes, su especial enlace con el paisaje circundante, su armonía con árboles y flores. A partir de estos matices, me quedaría con la ermita, la Escuela de Arquitectura, Comedores, oficinas de Acunsa y el Museo.

El campus también esconde rincones especiales, ¿cuáles son?

-Los rincones especiales los hacemos nosotros al vincularlos con hechos, recuerdos y paisajes del alma. A mi me gustan especialmente el Camino Viejo de Santiago, desde la ermita hasta el puente de los suspiros; la bajada hacia el Edificio Central desde el Colegio Mayor Belagua; el bosque que está detrás de las Torres de Belagua hacia el Museo; la amplísima perspectiva que se capta desde la plaza de la Biblioteca de la Universidad.

¿Cree que a este campus universitario le falta algo?

-Claro que sí, le faltan muchas cosas. Para no aburrir, me refiero solo a dos: eliminar al máximo los coches y las carreteras interiores de coches; y cuidar -mejor, mimar- el río Sadar y su inmediato entorno. Es una auténtica maravilla que el río recorra dos kilómetros del campus, pero se necesita -de nuevo- la cooperación público-privada: tener sus aguas siempre limpias, llenas de vida; regular su cauce para que sea más constante en invierno y en verano; hacer en las dos riberas del río Sadar un maravilloso paseo fluvial. Vuelvo a soñar.