El éxito de Asier Martínez no se puede explicar sin mencionar a François Beoringyan. El técnico de Chad, afincado en Navarra desde hace ya mucho tiempo, lleva los últimos siete años entrenando al atleta de Zizur Mayor. Enseñándole la mejor técnica, inculcándole sus vastos conocimientos, buscando su progreso a nivel deportivo. Pero, ante todo, acompañándole en su carrera en el plano personal. Escuchándole y convirtiéndose casi en un miembro más de su familia. Ayer no podía ocultar el orgullo de ver a Asier feliz y triunfando. Sin duda, él tiene gran parte de culpa en ese éxito.

¿Cómo fue la noche allí en Múnich?

–La noche ha sido corta. Después de tantos nervios y emociones es muy difícil de encontrar la calma. Además, el protocolo es largo después de la competición. Al final se hace eterno.

¿Cómo vio a Asier y cómo lo vivió usted también?

–Lo vivimos de manera diferente, porque él está dentro de la película y yo estoy fuera o cerca. Realmente, para nosotros pasa todo muy rápido, es todo confuso. Y necesitamos sentarnos y asimilarlo. Cuando estamos dentro, no se disfruta tanto como los de fuera.

Las conversaciones entre un entrenador y un atleta son muy personales. Pero, ¿qué le transmitió Asier después de proclamarse campeón de Europa?

–Repito lo de antes. Primero hay que sentarse a asimilarlo. Los días previos se hacen eternos, se pasa por todos los estados, hay mucho nerviosismo... Casi es horroroso (se ríe). Después, estamos en una nube, pero todavía no nos damos cuenta. Lo que sí puedo decir es que siento orgullo y felicidad.

Ya son muchos años siendo su entrenador y conviviendo día a día con él. ¿Qué siente al ver cómo se cuelga un oro europeo al cuello?

–Me siento realizado. Son ya muchos años, como dices. Llevo 20 años entrenando y siete con Asier, trabajando todos los días. Uno siente que los sueños se cumplen. A lo mejor no habíamos soñado tan grande, pero hemos estado trabajando por ello. Es una alegría inmensa y una prueba de que sí se puede.

Cuando empezó a entrenar con él, ¿era consciente de que podía llegar tan lejos?

–No, porque yo no suelo mirar estas cosas ni proyectar tan lejos el futuro. Veía que era un chico con talento, eso sí. Yo siempre les planteo una serie de preguntas. Cuáles son sus sueños y objetivos, los más grandes que tengan, y si están dispuestos a trabajar por ellos. A partir de ahí, emprendemos el camino. Pero tampoco mirábamos tan lejos. De hecho, cuando era más joven no era el mejor del país. Había cuatro o cinco vallistas por delante de él. Nadie sabía que iba a llegar tan lejos.

Entonces, si no era el mejor, algo de culpa tendrá usted en haberle convertido en campeón de Europa.

–Es una cosa de dos, pero también de más gente alrededor. He emprendido este camino con él. Todo el mundo sabe que él estaba dividido entre la altura y las vallas, y al final se decantó por las últimas. Yo tenía claro que era más vallista que saltador de altura. Bueno, algo habré influido. Es verdad que en el día a día estoy con él, el trabajo técnico me lo voy a atribuir, pero luego hay que pensar que su familia está detrás, los compañeros de entrenamiento, los clubes donde ha estado... Hay una figura que es Asier, pero detrás hay muchísima gente.

Más allá del tema deportivo, se ha convertido casi en un miembro de su familia también.

–Sí, la verdad. Nos vemos seis días a la semana durante muchas horas, le he visto crecer desde los 16 años o así... Al final soy una mezcla de padre, entrenador y amigo. Un poco de todo.

¿Hay algún límite para Asier Martínez?

–Yo no suelo mirar los límites. Nosotros vamos a seguir trabajando. Hay cosas que podemos mejorar, por supuesto. Tiene aún mucha carrera por delante.

¿Cómo lo definiría como atleta y como persona?

–Aquí, sin cualidades físicas no se puede estar, por supuesto. Pero yo siempre digo que Asier es un superdotado. Sabe dónde está en cada momento, sabe qué hay que hacer en cada momento y sabe rectificar. Es muy inquieto y perfeccionista. Quiere saber semanas antes qué va a tocar en cada entrenamiento. Y sobre todo es un gran competidor, capaz de sacar su mejor versión en el instante más importante.