El infierno ciclista se condensa en una piedra: el adoquín. Nada se teme más que el encuentro con el pavé, pétreo, duro, desafiante e irregular. Los adoquines son gloria para los elegidos, escasos, y miseria para el resto. Tortura para todos. “Es un día de supervivencia”, subraya Imanol Erviti, capitán de ruta del Movistar y el hombre que protegerá a Enric Mas. La piedra que ha tallado la leyenda de la París-Roubaix, El infierno del Norte, apedrea hoy al Tour por los viejos caminos del siglo XIX, cuando los carros tirados por bueyes gobernaban. Cerca de Roubaix, entre la frontera belga y Lille, las antiguas calzadas tejidas con piedras irregulares, algo de vegetación y mucha mala leche recibirán al pelotón como un paredón de fusilamiento en 11 tramos que suman 19 kilómetros. El pavé se antoja uno de los nudos gordianos de la Grande Boucle, la radiografía de las entrañas de la carrera. La memoria recuerda a Chris Froome caído en 2014 entre las piedras. Nibali venció aquel Tour. Los adoquines dictaron sentencia. 

En el pavé se trata de sobrevivir. Salir ileso es un triunfo. Esquivar la derrota se antoja imprescindible. Cruzan los dedos los favoritos, conscientes de que el potenciómetro, el big data, las concentraciones en altura, las series y la preparación exhaustiva quedan desnudas ante un escenario que penaliza más que ningún otro, que exige la mejor versión de uno mismo y a pesar de ello uno queda a merced de los elementos y del azar. “El rendimiento no depende de uno mismo. Dependes de donde estés situado, de la suerte y demás. A más de uno le va a lastrar con pérdida de tiempo en la pelea por la general”, certifica Erviti. La de hoy es la etapa menos controlable de la Grande Boucle. Incluso haciendo las cosas bien, puede ser insuficiente. Demasiadas variables. Se acumulan los miedos. “Es un día en el que el 90% del pelotón está pensando en salvar los muebles. No conceder tiempo ni tener problemas. Lo que pasa es que el 90% no podrá conseguir ese objetivo. Es un día tenso para todos, pero sobre todo, para los líderes”, analiza el ciclista navarro. “En el Tour todos los días pasan cosas y en este, todavía pasan más. Pueden pasar mil cosas. En un segundo puede cambiar todo. Es impredecible”. 

“Es una etapa para sobrevivir, un día en el que el 90% del pelotón piensa en salvar los muebles”

¿Cómo se puede controlar en la medida de lo posible esa huida entre las piedras? El navarro, 17 París-Roubaix en su currículo, establece que es necesario aunar técnica, fuerza y suerte para salir bien parado de ese territorio hostil. “Hay que estar muy enfocado y muy centrado. Colocarse bien y pedalear fuerte”. Atacar el pavés por el centro es más exigente. Muchos buscan un hueco por los márgenes para evitar las piedras. Sin embargo, los márgenes, mucho más estrechos, tampoco son la panacea. Ambos caminos están repletos de riesgos. Se trata de encontrar la mejor trazada posible en el momento exacto. “No hay una sola vía ni un solo camino. Depende de cada tramo. Hay que ver el terreno despejado y maniobrar a un lado o al otro. En el pavé se frena distinto, no se cambia de dirección igual y eso lo complica todo. Por el medio hay menos agujeros, pero es más difícil y más duro circular por el centro. Hay que ser muy poderoso, por eso se suelen aprovechar los márgenes y las campas para avanzar. Eso sí, si vas por la campa y hay un agujero, no te salva nadie de una caída. Y en el pavés si te caes o tienes una avería, no tienes opciones, estás descartado”.

Las caídas y las averías son moneda común. La capacidad de reacción en un escenario donde se huye en estampida para alejarse de los problemas, disminuye sensiblemente. Son muchos los peligros: caídas, enganchones, averías mecánicas… “Se puede perder muchísimo tiempo si no te pueden atender en el momento y te toca perseguir”, explica Erviti. “Lo principal es no tener problemas porque es un terreno difícil. Pone al límite la mecánica, la destreza, la colocación, el manejo de la bicicleta”, enumera el navarro.

Además de atacar el pavé con determinación, sin temor, ayuda la técnica. “Bajo ningún concepto hay que levantarse del sillín, hay que ir siempre sentado”. En cualquier caso también es preciso adecuar la montura al traqueteo incesante al que obligan las piedras. Desde el manillar hasta las ruedas. “No hay que agarrar el manillar muy fuerte, no hay que estrujarlo, tiene que bailar un poco”, dice. Muchos corredores optan por poner una cinta doble en el manillar para amortiguar el redoble de percusión de las piedras. Las ruedas, el punto de contacto con el pavé, son distintas. Tubulares diferentes, otras presiones. “El secreto está en la presión de las ruedas. No van tan hinchadas como cuando se corre sobre asfalto. Eso sí, no hay una medida exacta en la presión.Cada uno las hincha con una presión en la que se siente cómodo”, apunta Erviti. Se espera que la mitad del pelotón cambie el tubular por los tubeless, que llevan una sustancia que sirve para tapar el pinchazo si este es pequeño. Las llantas también se refuerzan. Toda precaución es poca para encarar el infierno de piedra.