Un isleño, Daniel Bonello, maltés, estrenó el Mundial contrarreloj en Wollongong, una ciudad que flota sobre el Mar de Tasmania, en Australia, otra ínsula que baña el pacífico. En las Antípodas, Bonello, con el nombre de la memoria a cuestas, no alcanzó la costa. Se ganó los primeros planos de la competición. Después se perdió en el océano del anonimato al que se exponen muchos dorsales en los Mundiales, donde el ascensor social no suele funcionar. Se mezcla, sin tocarse, el exotismo con la aristocracia, pero unos acceden por la puerta de servicio y otros se asoman a las mejores terrazas. Todos se exponían en el mismo circuito pero el significado era distinto, opuesto. 

La anécdota y la categoría. La de Tobias Foss. Ambicioso, el noruego asaltó por sorpresa el oro con valentía y determinación. Foss era un outsider teniendo en cuenta la nómina de opositores al Mundial. Aprovechó la escasez de viento para ser el más veloz. Sopló huracanado el noruego. A su potencia y velocidad, marcó un crono de 40:02 a más de 51 kilómetros por hora, le sumó una precisión de cirujano en cada curva que trazó. Fue el mecanismo más exacto el de Foss, campeón del Tour del Porvenir de 2019. 

El noruego fue una bomba de relojería. Estalló en el momento preciso y dibujó un arcoíris de incredulidad. Derribó a todos los favoritos. Nadie lo esperaba. Stefan Küng se quedó a 3 segundos y Remco Evenepoel, contrariado el gesto, perdió 9. El bicampeón mundial, Filippo Ganna, exuberante al comienzo, cuando pugnaba con el suizo y el belga, fue un alma en pena. 

En el otro barrio, en el de la alegría, se coronó Foss, de 25 años. El mejor logro del noruego, un buen especialista. “Es un sueño para mí. No me lo esperaba”, dijo. El nuevo campeón del Mundo contrarreloj, ojiplático por su gesta, tuvo que pellizcarse los carrillos. Era verdad. Era de oro. Oier Lazkano completó una crono muy discreta. Fue 29º en meta.

CIRCUITO TÉCNICO

En el circuito, de 34,4 kilómetros y una treintena de curvas, el público optó por la playa o por pedalear por el carril bici sin poner demasiado entusiasmo en la competición. En Wollongong reinaba el asueto y las chanclas en un día soleado, estupendo para la contemplación del mar desde la playa. Calma. 

Un contrarrelojista ve un arenal e imagina un reloj gigante, el de los granos de arena escurriéndose, marcando el tiempo. Esa sensación de concentración y estrés recorría los rostros de los favoritos sobre los rodillos. Calentando las piernas y refrescando el pecho para encontrar el equilibrio ideal antes de dispararse hacia el arcoíris.

Tobias Foss (c), junto a Stefan Küng (i) y Remco Evenepoel (d) WILLIAM WEST

Apenas era un viaje de cuarenta minutos, pero la crono del Mundial era un manojo de segundos. Stefan Bissegger, suizo, relojero de nacimiento, estableció el registro que rebajó los 41 minutos. Fue el primero en llegar a los 49 kilómetros por hora de media. Era la referencia en un trazado ondulado, veloz y muy técnico, que cosía los puntos de interés de la ciudad como hacen los autobuses turísticos. 

Visitó la playa de Towradgi y regresó al cogollo de la ciudad, vigilada por el faro de Wollongong, enclavado en Flagstaff Hill. El reloj lo detuvo Bissegger al lado de Marine Drive. Se sentó, con la brisa meciéndole, a la espera sobre la conocida silla caliente, donde el que establece la mejor marca aguarda al resto. 

LUCHA CERRADA 

Al suizo le inquietaban un puñado de nombres: Ganna, dos veces arcoíris, Küng, otro gigante campeón de Europa, y los prodigios Tadej Pogacar, bicampeón del Tour, y Evenepoel, vencedor de la Vuelta, eran las amenazas. Más cuando el viento, juguetón y revoltoso cuando actuó Bissegger, se relajó. Al suizo se lo llevó el viento. Su ausencia. Favorecía a quienes partieron más tarde. No siempre al que madruga le va mejor. 

Pogacar se desactivó en la primera toma de tiempos. Se concentraron Küng, Evenepoel, Foss, Ethan Hater y Ganna en ese tramo, todos ellos en apenas un parpadeo, apretados en una pinza de un par de segundos. Hater volaba hasta que se le salió la odiosa cadena. Perdió el eslabón para el podio. Nadie pensaba en Foss, como si no existiera. Ni la tele se preocupó de él, obnubiladas las cámaras con el brillo de las grandes luminarias. 

FOSS HACIA EL TRIUNFO

Foss, fulgurante, se situó en cabeza. Elevó el listón el noruego. 40:02 a más de 51 kilómetros por hora de media. Las manecillas del reloj deshojaban a los pretendientes al oro. El noruego esperaba. Atravesado el meridiano, en el segundo tiempo intermedio, Küng descartó a Evenepoel, al que le cayeron 15 segundos en ese trecho. Ganna se desplomó. Derrumbado. Atravesado. 

Tobias Foss, durante la prueba DEAN LEWINS

El suizo funcionaba como un reloj hasta que en el tramo definitivo, el más exigente, perdió una pizca de fuelle. Se ahogó el engranaje. A siete kilómetros de meta aventajaba en 11 segundos a Foss, que observaba la impotencia del resto. En meta, el suizo concedió tres. Plata. Evenepoel, que remontaba, maldijo su bronce. No era un salmón. En lo más alto lució Foss, la sonrisa amplia, pintado de todos los colores. Foss luce el reloj de oro del Mundial de crono.