A pesar de las prisas y las urgencias, de los relatos que expiran antes de nacer, que se hacen viejos siendo neonatos, conviene dar valor a lo simbólico y a la liturgia. Un rito acompañará la despedida de Alejandro Valverde en Il Lombardia, donde se agotará su leyenda. Dos décadas después de su despertar acude Valverde a su adiós tras florecer en las clásicas italianas. Cerrará su libro en la Clásica de las hojas muertas, un nombre tan poético como revelador. El anuncio de un final. Caducará Valverde en otoño, él que fue siempre primavera, jovial como los violines de Vivaldi. La naturaleza, insobornable, se apodera finalmente del hombre, ciclista eterno, al fin crepuscular en la era de los jóvenes prodigios.

El perenne Valverde, campeón del mundo en 2018, el hombre de las 133 victorias, galopa hacia el ocaso dispuesto a gastar su última bala, la de plata, en Il Lombardia, que se disputa sábado con Valverde entre los candidatos a una victoria que defiende Pogacar y por la que también pujarán Vingegaard, Bardet, Mollema o Fuglsang en una recorrido de 253 kilómetros con las ascensiones a Madonna del Ghisallo (8,6 km al 6,2%), y después, un novedoso bucle final en torno a la meta de Como con dos pasos por San Fermo (2,7 km al 7,2%; último ascenso, coronado a solo 5 km de la llegada) y otro por Civiglio (4 km a casi un 10%).

"EN EL PUNTO IDEAL"

“Dejo el ciclismo en el punto ideal, a mi máximo nivel, que es este. Más nivel del que tengo ahora lo he tenido en pocas ocasiones. Me retiro en el mejor momento”, dice Valverde, estupendo su rendimiento en las clásicas que antecedieron a Il Lombardia, donde también se apagan Mikel Nieve y Vincenzo Nibali. Se extingue una era.

Valverde cierra un arco temporal de dos décadas –debutó en el Kelme en 2002– en las que se ha dedicado, principalmente, a ganar. Ese ha sido su cometido, su empleo. Un especialista magnífico. Un recolector de gloria. Campeón de la Vuelta de 2009, vencedor en Lieja en cuatro ocasiones, el hombre que conquistó el Muro de Huy cinco veces, se adentrará en otra dimensión.

La que pertenece a la mitología, a aquellos que fueron una dinastía en sí mismos desde que brotaron hambrientos, voraces y competitivos. “Y aunque el sábado no haga nada (por Lombardía), el sabor de boca de estas últimas carreras ha sido fantástico. ¿Haber ganado otras carreras? No sabría decir. Hacer podio en el Tour es como si hubiese ganado. Con ganar un Mundial me conformaba”, expone.

LA GRAN OBSESIÓN

A Valverde le bautizaron como el Imbatido por razones obvias cuando era un muchacho y después le colocaron el nombre de El Bala, por veloz y certero. Valverde, un solista, era un hombre a la victoria pegado y cuando no, la merodeaba. Su modus vivendi. “No soy yo quien deba decir esto, pero diría que pierden a un gran corredor que lo ha dado todo por hacer disfrutar al público, por su equipo y por él mismo”, se describe el del Movistar.

Valverde respiraba triunfos. Su oxígeno. Llenó los estantes, vitrinas y peanas, magnífico su palmarés. Un museo brillante. En él descansa el arcoíris de Innsbruck, el Vellocino de Oro que persiguió obsesivamente como el Capitán Ahab. Esa fue su ballena blanca, su Moby Dick.

La capturó tras una persecución implacable durante años en 2018. La otra era el julio francés. El Tour le hipnotizó. Fue tercero en 2015. Una de sus cumbres. Una foto que siempre recuerda por el valor que tuvo para su interior. La victoria en el Mundial le concedió paz. Aquel arcoíris fue ganarse el cielo.

LA MANCHA DEL DOPAJE

También transitó por el infierno helado Valverde. La Operación Puerto encontró su nombre en clave en el arcón de las bolsas de sangre de Eufemiano Fuentes. Se libró del castigo en España, por eso de la desidia y de no molestar a los héroes patrios.

Las autoridades italianas no le perdonaron. Cotejaron el ADN y apareció su nombre. Le sancionaron durante dos años sin competir por dopaje. La UCI confirmó el castigo.

Eso imposibilitó su presencia en el Tour 2009 porque una etapa pasaba por Italia. La Unión Ciclista Internacional (UCI) extendió el castigo en 2010 (compitió hasta abril) a todo el calendario. No regresó hasta 2012. Volvió a la luz en el Tour Down Under, donde se anotó una etapa. “Sentimentalmente, es la victoria más importante de mi carrera”.

GANADOR IMPENITENTE

En el Movistar, su hogar durante 18 campañas, esperaron el regreso del hijo pródigo. Aunque el almanaque seguía arrancándole hojas, Valverde, extraordinario competidor a pesar de las arrugas de la experiencia, resistió el empuje de las nuevas generaciones. Continuó ganando. Nunca se le olvidó.

Alzar los brazos era un acto reflejo para él. El ciclista bien podría ser el padre de los muchachos contra los que compite. Valverde fue despidiendo coetáneos mientras se medía con los mozos. Es el último mohicano. Resiste. Dicen los que le conocen que el secreto de su eternidad radica en su amor por el ciclismo. En Il Lombardia, donde se despide, busca emparejarse con la victoria y besarla. El último baile de Valverde.

MIKEL NIEVE TAMBIÉN SE DESPIDE

En Il Lombardia no solo se despide de la competición Alejandro Valverde. También lo hace el leitzarra Mikel Nieve después de quince campañas en la élite. Se apaga Nieve con el maillot del Caja Rural-Seguros RGA, el equipo que le acunó como aficionado. Después vistió los colores del Orbea, Euskaltel-Euskadi, el Sky, el Mitchelton/BikeExchange y finalmente el de la formación enraizada en Nafarroa.


El de Leitza baja el telón a su andadura a los 38 años brillando como uno de los mejores gregarios del pelotón. Chris Froome siempre sostuvo que Frosty, como le conocían en la formación británica, fue su mejor mayordomo. A pesar de que puso sus piernas al servicio de los otros, Nieve ganó tres etapas del Giro y otra de la Vuelta.