La Itzulia no ha abandonado aún el diván del psicólogo. Le pesa en la memoria y le duele en el cuerpo el trauma de Olaeta, demasiado impactante para enterrarlo en el olvido. La curva maldita que dramatizó la carrera el pasado curso tras un accidente durísimo con varios heridos, todavía supura resquemor. Está presente ese recuerdo, reverbera en el arcano de los días irrespirables, asfixiantes.
Esa escena de tragedia, de ambulancias apresuradas y gritos de angustia, está instalada en el disco duro de la Itzulia. Nunca se olvidará. Quienes cayeron, esquivaron asomar por las fértiles carreteras de Euskal Herria, siempre amuralladas por los ánimos de la afición.
El miedo, libre, es un enemigo interior de difícil combate. Por eso, la organización, atendiendo al criterio de seguridad y al cuidado de la integridad física de los ciclistas, decidió borrar de la cartografía de la segunda jornada el descenso del alto de La Oliva porque el piso no ofrecía garantías.
Tras una intensa crono en tierras alavesas, la segunda etapa de la Itzulia transcurría por Navarra en una prueba de casi 200 kilómetros entre Pamplona y Lodosa. Con el pelotón formado en el Parque de la Runa, el grupo partía hacia la Plaza del Ayuntamiento, el punto elegido para iniciar la etapa, donde decenas de curiosos y amantes del ciclismo de agolparon para alentar a sus corredores preferidos en la segunda jornada de la Itzulia.
La caravana de ciclistas llegó hacia las 11.00 horas al Parque de la Runa, donde realizaron la concentración de los equipos y el control de firmas. Allí tendrían algo más de hora y media para prepararse, con especial atención a los sprinters, que podían tener más protagonismo. También trabajaron el aspecto del viento, un factor a tener en cuenta y que podría lastrar a los equipos si no llevaban una estrategia clara.
Con un sol radiante y una temperatura excelente en Pamplona, los cuerpos médicos y técnicos de todos los equipos se daban prisa para tenerlo todo listo para los protagonistas del día, que charlaban junto a sus compañeros de equipo y de otras agrupaciones. Con la hora de salida más cerca, los preparativos de intensificaban para asegurar que todo estuviese listo para los casi 200 kilómetros que les esperaban. Se podía ver a algún técnico corriendo por la explanada del parque con botellines de agua o equipos de sonido para poder comunicarse entre todos.
Hacia las 12.30 horas, los ciclistas acompañados por la caravana de coches y equipos oficiales, remontaron la calle Río Arga, agolpándose el pelotón de bicis justo antes del puente, donde decenas de aficionados aprovechaban para hacerse fotos con los protagonistas del día. Luego, a las 12.40 horas, subieron hasta la Plaza Consistorial, desde donde pondrían rumbo a Noáin, encarrilando la etapa hacia el sur de la Comunidad Foral.
Cambio de recorrido
La carretera no cumplía con los estándares mínimos, un asunto viejo para los que ruedan por la zona. Como el problema no se resolvió a tiempo, la Itzulia se lo quitó de encima con un recorrido alternativo que no influía en la competición. Mejor prevenir que curar y lamentarse.
Como alternativa camino de Lodosa, la Itzulia, que se puso en pie en las entrañas de Iruñea, interpuso el ascenso a San Martín Unx para acomodar el paso de la travesía más larga de la carrera, que se aventuró por el Viejo Reino. Fijado el arnés de seguridad, el descenso fue un asunto rutinario que no contó ningún incidente.
Evitado el peligro de la orografía, el viento, el enemigo silencioso, siempre amenazante, que se temía, no quiso molestar en las interminables rectas que tejieron la merindad de Iruñea con la de Tierra Estella, donde estalló de alegría el cohete Caleb Ewan. Encontró de nuevo una victoria de nivel WorldTour. La última databa de la Tirreno-Adriático de 2023. En su palmarés acumuló su triunfo número 65.
The pocket rocket, un excelente velocista que no tiene el aura de los mejores pero es endemoniadamente veloz, resolvió con una victoria impecable al esprint. Ante la ausencia de viento que pudiera alterarlo todo, el australiano bufó a toda velocidad después de que cayera la resistencia de Xabier Isasa, la última hebra de esperanza de una fuga que acumuló más de 190 kilómetros.
El de Urretxu trató da hacer saltar la banca en Lodosa, pero se impuso la lógica, el peso de los días que no se desvían de su diseño si no acontece nada extraordinario.
Ewan, el cohete de bolsillo, apenas 1,65 metros de estatura pero repleto de fibras musculares rápidas y explosivas, aterrizó en la Itzulia para lograr el triunfo en Lodosa. Misión cumplida. Probablemente abandone la carrera después de saborear la gloria.
Especialista extremo en cuestiones de velocidad, Ewan superó con contundencia a Luca van Boven y Bastien Tronchon, que nada pudieron hacer frente al despliegue del australiano, una bala certera en la diana de Lodosa, donde no se movió la general. Schachmann continúa de amarillo.
Fuga de largo recorrido
El metraje dispuso una fuga en cuanto sonó el despertador en la capital navarra, que lanzó el chupinazo de la Itzulia para arengar la salida. Hombro con hombro, Xabier Isasa (Euskaltel-Euskadi), Diego Uriarte (Kern Pharma), Julen Arriolabengoa (Caja Rural), Sinuhé Fernández (Burgos-BH) y Tobias Bayer (Alpecin) formaron una escapada con más entusiasmo que porvenir.
Se entendieron de maravilla porque todos manejaban el mismo lenguaje, el de la rebeldía y los imposibles. Su esfuerzo resultó conmovedor. Pesaba sobre ellos una de orden de busca y captura. No estaban dispuestos a dimitir ni entregarse a pesar de lo complicado de la empresa.
Era una oportunidad de los modestos para exhibirse en el escaparate, ganarse planos y tener presencia en carrera. Sin viento, un sonrisa sincera, relajada y cómplice brotó de inmediato entre los integrantes de la sociedad del asfalto.
Los molinos de viento eran estacas con tres palos que daban sombra pero no producían energía. No se despeinaban. Los gigantes eran inmóviles. Solo había quijotes que soñaban con una gesta imposible. No había espacio para las utopías.
Ausencia de viento
El viento es traicionero, ese depredador sigiloso que aguarda en la cuneta con el filo de la navaja de azar afilado aunque el sol sugiera una postal relajada. Entre los campos que esperan la cosechas y los viñedos celebrando la primavera en sus tumbonas, gestando el vino que vendrá, discurría plácido el día.
El sedal lo recogían y lo soltaban al gusto desde el espigón los muchachos del pelotón, con la paciencia como manual de estilo. Se trataba de esperar, como lo hizo Josef K. en El proceso de Franz Kafka.
En él, su protagonista es arrestado una mañana por una causa que desconoce, se verá envuelto en un verdadero laberinto judicial, sin posibilidad de defenderse o apelar a la razón y la empatía. El ciclismo funciona así, por inercia. Es el sistema.
Al esprint
Los petates de la fuga tomaron el tiempo que les concedió el Ineos, empeñado en el esprint de Lodosa para enfatizar a Caleb Ewan, the pocket rocket. Años atrás, la Itzulia anidó con una crono. El escenario era otro. Al entusiasmo de los británicos se sumó el Visma y el Soudal, que resguardaba a Schachmann, el líder.
Schmid aceleró el último bocado sobre los fugados que sirvieron de liebre para los galgos. El señuelo perfecto. A golpe de vista. Xabier Isasa se lanzó hacia otra dimensión con el estandarte naranja del orgullo intacto.
Demostró coraje. Solo contra el mundo. Un canto a la vida. Una oda a la esperanza de los descamisados. El pelotón, implacable, le ejecutó. Armado el esprint, el australiano pulsó con determinación el botón de ignición. Ewan entra en órbita.