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Gaudu lo ve claro

El ciclista galo se impone en un esprint en cuesta a Mads Pedersen y a Vingegaard, tercero, que continúa como líder

Gaudu lo ve claroEfe

David Gaudu es miope, ve borroso, pero tuvo más vista que nadie para ajustar el tiro y vencer en Ceres en un final retorcido, de sacacorchos, donde descorchó una victoria estupenda por inesperada y sumamente estética.

Espumoso, burbujeante y alegre como el champán, el galo abrió la puerta de la gloria colándose por la gatera, por el ángulo muerto que descuidó Mads Pedersen, tan pendiente de las maniobras de Jonas Vingegaard a su espalda, que desatendió el interior en el curveo final de Ceres en un final de MotoGP, maravilloso el esprint, repleto de emoción.

Pedersen perdió de vista a Gaudu, eso le negó la victoria ante el francés, un visionario, que apostó por jugársela por el interior.

Avanzó, indetectable, camuflado por los ánimos y silenciado por el griterío en una llegada trepidante que desbarató la lógica.

La inercia de esa ganancia, el reprís, le catapultó ante Pedersen, un armario de dos puertas que encontró el centro pero no pudo cerrar todos los huecos. Al gigantesco danés, un Goliat, le tumbó la pedrada certera de David. Le mandó a la lona.

Inteligente y valiente, comprendió Gaudu que el camino a la felicidad discurría en paralelo a las vallas, pegándose a ellas, como en un baile sin apenas aire por agitado.

Desde ese lugar se impulsó, impecable su esprint en cuesta, con los muelles de la ambición. Pedersen, el gran favorito, al que todos esperaban ondeando su fortaleza, agachó la cabeza ante el francés, que dejó pasmado al danés.

Derrotado después de que su equipo lanzara el esprint a kilómetros de distancia. Los muchachos del Lidl, que agitaron la etapa, que la agarraron por las solapas, despacharon a los rivales naturales, pero olvidaron a Gaudu, que al modo de los pajarillos que se acomodan en la grupa de un rinoceronte, viajó cómodo hasta emprender el vuelo definitivo.

Gaudu bramó, ojiplático e incrédulo, por su logro. Tercero en la víspera, el francés triunfó por delante de Pedersen y Vingegaard.

Vuelta a España


Tercera etapa

1. David Gaudu (Groupama) 2h59:24

2. Mads Pedersen (Lidl) m.t.

3. Jonas Vingegaard (Visma) m.t.

4. Giulio Ciccone (Lidl) m.t.

5. Jordan Labrosse (Decathlon) m.t.

6. Orluis Aular (Movistar) m.t.

7. Santiago Buitrago (Bahrain) m.t.

33. Mikel Landa (Soudal) m.t.

47. Markel Beloki (Education First) m.t.

152. Xabier Mikel Azparren (Q 36.5) a 10:36


General

1. Jonas Vingegaard (Visma) 10h55:36

2. David Gaudu (Groupama) m.t.

3. Giulio Ciccone (Lidl) a 8’’

4. Egan Bernal (Ineos) a 14’’

5. Thomas Pidcock (Q 36.5) a 16’’

6. Jay Hindley (Red Bull) m.t.

7. Santiago Buitrago (Bahrain) m.t.

20. Mikel Landa (Soudal) m.t.

44. Markel Beloki (Education First) a 1:03

179. Xabier Mikel Azparren (Q 36.5) a 30:23

El líder, impecable, atento, ligero de piernas, no perdió el paso en un desenlace estupendo, en una subida que invocaba a las carreras anárquicas donde se corre por puro placer. Alguien dijo que Italia fabrica los mejores bólidos porque el país es un circuito en sí mismo.

En ese contexto Gaudu fue el primero en ver la bandera a cuadros en una Vuelta que realza Vingegaard, de nuevo autoritario, que obtuvo cuatro segundos más para su causa. El francés igualó a tiempos al danés, que es primero por el puestómetro.

San Maurizio Canavese rememoraba las gestas de Giovanni Brunero, el primer ciclista en conquistar en tres ocasiones el Giro de Italia. De eso hace más de un siglo.

Brunero, fue contemporáneo de Alfredo Binda y Costante Girardengo, dos de los mitos de la Italia ciclista. Brunero se impuso en las ediciones de 1921, 1922 y 1926. El pionero.

Brunero también se coronó en dos ediciones del Giro de Lombardía y en una Milán San Remo. Nacido en 1895, falleció aún siendo muy joven, a los 39 años.

Robo de bicis

En su localidad natal se puso en marcha el tercer día de la Vuelta en Italia con una jornada con el tiempo justo para tomarse un espresso y comentar el robo de madrugada de un buen puñado de bicicletas del Visma por una valor cercano a los 300.000 euros.

El Lidl y el Movistar, que compartían hotel con la formación neerlandesa, contribuyeron a armar las bicis de repuesto.

Por fortuna, quedaron suficientes bicis para que Vingegaard, de estreno, feliz de rojo desde el casco hasta el culote, partiera hasta Ceres, una localidad enclavada en los Valles de Lanzo, rodeada por los majestuosos Alpes Graianos, a defender su estatus. No bajó la guardia. Cumplió punto por punto con su responsabilidad.

Aguardaba un trazado de apenas 134 kilómetros, una distancia escueta, más próxima al amateurismo que disparó la carrera.

Cuando Brunero dominó el Giro, la etapas, odiseas de esfuerzo sobrehumano, de relatos épicos, se estiraban habitualmente por encima de los 300 kilómetros. En el ciclismo moderno, el veloz, eso es impensable, una reliquia del pasado, ciclismo para arqueólogos.

Vingegaard, de rojo pasión, le disputó a Ciccone un esprint de entretiempo mientras la fuga resoplaba por vías bamboleantes, asfalto que se anudaba en medio de la foresta, que se encauzaba entre pueblos que aplaudían decorados con globos rojos. Apenas unos tonos separan al rosa del Giro del rosso.

Sean Quinn era el último que resistía con la antorcha de la fuga. El humo que desprendía lo rastreaban los costaleros de Pedersen, que fijaron el objetivo a modo de esos misiles que persiguen el calor antes del impacto por las arterias del Piamonte.

El ritmo elevado, en un crescendo evidente, no era tanto por la amenaza de un lobo solitario como Quinn, como un ejercicio de paso marcial para eliminar el rebufo de velocistas que pudieran molestar a Pedersen más adelante. El Lidl quería desgastar a la oposición, física y mentalmente.

Solo la foresta, exuberante, apaciguaba esa sensación de frenesí en unas carreteras burlonas, con la lengua de lija dispuesta a jugar con el esfuerzo.

En la coctelera se agitaban las subidas y la bajadas que dibujaban un territorio Comanche. Enhebrado con el hilo del asfalto viejo y rugoso y con algunos parches nuevos, el lifting por el paso de la carrera.

Apagado Quinn, se conformó el mosaico hacia un esprint en cuesta, un par de kilómetros al 3,5%, un escaparate estupendo donde se esperaba el exhibicionismo de Pedersen, un apóstol del brutalismo, que derribó la pedrada del pequeño francés. Le perdió de vista y Gaudu lo vio claro.