EL otro día en la revista digital Vertele reconocía Arturo Valls que no repetiría una pregunta a Hugh Grant. Al actor inglés lo cazaron hace catorce años en su coche en Los Angeles con una prostituta. Y Valls, que entonces hacía de reportero de Caiga quien caiga con El Gran Wyoming, pensó que más valiente que él, nadie: le preguntó por el tema. Pasado el tiempo, al ahora presentador del concurso Ahora caigo la pregunta se le quedó enroscada en la conciencia. La experiencia ha hecho que tenga claro que no todo vale en televisión. Quizá esa misma reflexión podamos hacerla todos, incluidos los espectadores. Esa pregunta acertada del periodista de Vertele debería ser recurrente cada vez que se hable con un protagonista destacado de la televisión o de cualquier medio. Ahora que han puesto final a La Noria esa sería obligada para Jordi González que ha manejado un programa que vivía permanentemente en el alambre y que manejaba técnicas periodísticas para hurgar en la vida privada de famosos y gentes rodeadas de problemas. Un doble juego que no impidió su traspié cuando hace unos meses recibió el varapalo de las marcas comerciales por entrevistar a la madre de El Cuco, el menor que participó en la desaparición de la joven sevillana Marta del Castillo, cuyo cuerpo no ha aparecido todavía. El seguimiento mediático sobre Marta choca frontalmente con la realidad. Cuanto mayor es el interés público por conocer la resolución de un asesinato, menor es la capacidad policial y periodística para resolverlo. El periodismo fracasa de la misma manera que lo hace la Policía, creando ambos una espiral de morbo y dolor insoportable para quien lo padece, pero que se asimila sin problemas desde el sofá. ¡Ay, la conciencia también pesa y ababa cayendo!