el pasado jueves, la cadena de pago Digital + ofreció en su primer canal la serie norteamericana True Bloods, que en castellano castizo lo han traducido como Sangre fresca, que encaja bien con contenido y formas de esta producción que se asoma por sexta temporada a las pantallas, con lo que los productores demuestran tener ojo de halcón para dar en la diana de las necesidades y apetencias del público, que en el caso presente se regodean con batallas personales y colectivas entre licántropos y vampiros en una sucesión de secuencias capaces de mezclar desnudos cuerpos de hombres y mujeres en alegre confraternización sexual y enloquecidos vampiros que plantan pelea a desatados especimenes de hombres lobo que se desgarran o se poseen con inigualable gracejo ante las cámaras, que en un tono de medida oscuridad relatan argumentos sinsorgos y descafeinados para la pura exhibición de violencia brutal y dispendio carnal. La promoción recuerda que hasta Obama, metido en plena vorágine electoral, es seguidor impenitente de las andanzas de licántropos y vampiros mezclados en argumentos simplones y primarios que son estúpida comida mediática que atrae a casi ocho millones de espectadores que reafirman los elementos narrativos del éxito. Ambientes urbanos degradados, tipos y tipas con coeficiente intelectual casi plano, ropas y peinados en desgreño total conforman una atmósfera peculiar y reconocible que llena el mundo de Sangre Fresca con una inusitada violencia que empequeñecen las orgías de Tarantino. La mezcla de personajes reales e irreales, que asoman en pantalla y desaparecen a golpe de efecto, dota al producto de una atracción singular e irresistible. Sangre y sexo a punta pala en raciones extraordinarias que seducen al público y le sumergen en el disparatado mundo de colmillos asesinos. Un fresco placer.