Intuyo que no fueron muchos de los lectores de esta columna quienes vieron entero el que llaman los redichos tradicional discurso del rey antes de Navidad. Por lo visto en los datos de audiencia, un espacio que cae en picado o, si lo prefieren, está en decadencia absoluta. Ha perdido en poco tiempo un millón de espectadores. Entre ellos, todos los de la ETB. También es cierto que fue el 20% de los espectadores los que asistieron a ese espectáculo “del Borbón” -que diría Sánchez-Ostiz-. Cantidad que no es pequeña ya que, según se mire, pone como televidentes de su discurso a uno de cada seis, que se infligen esta nueva forma de vasallaje. Con todo, solo el perfil infantil de los espectadores eligió a Bob Esponja por delante de su graciosa y afónica Majestad. Se dice que los niños dicen la verdad y este fue un ejemplo de que esta frase es más cierta de lo que se podría pensar. No esperen que este año me meta a criticar a el discurso que le escribieron a Felipe. No. Esto va de tele y ya hemos hablado suficientemente a lo largo del año de él. A partir de ahora miraré con otros ojos a Bob Esponja, un dibujo animado que veía con aprensión toda vez que mi peque de 5 años no le quita ojo a cualquier hora del día que pille el mando a distancia y lo lleve hasta el canal de Clan. Siento que son dibujos animados que no han sido pensados para los niños y, como ocurre con Los Simpson, son el principal público por esa manía que tenemos los mayores de pensar que la animación o los cómics, sean como sean, son cosa de niños. Esto lo descubrí hace años, allá por 1983, cuando me recomendaron un ejemplar de Click de Milo Manara al preguntar en un kiosco de Iruña por un libro para regalarle a mi hermana Carol de 9 años. Y acertaron: nos encantó. ¿A que sí, Iñigo?
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