pamplona. Al otro lado del hilo telefónico, Juan Margallo y Ricardo Gómez se turnan para hablar de teatro, de la vida, declarar su amistad mutua y, sobre todo, su particular admiración hacia el texto que actualmente sostienen sobre el escenario.

¿Cómo llegaron ambos a encontrarse con "El señor Ibrahim y las flores del Corán"?

Juan: Fue mi hermana la que, tras ver la película interpretada por Omar Sharif, me llamó para decirme que el papel del señor Ibrahim estaba hecho para mí. Fui a verla y, a los quince días, me llamó Ernesto Caballero proponiéndome hacer el papel de Omar Sharif en una versión de teatral de El señor Ibrahim y las flores del Corán. Así que no pudo ser más fácil.

Ricardo: La temporada pasada coincidí con Juan en Cuéntame, porque tenía un papel en la serie que creo que esta temporada también mantiene. Entre secuencias, me comentó que iba a hacer esta obra y que necesitaba al chaval, por si me interesaba. Me envió el guión, me gustó, vimos que las fechas cuadraban... Y al mes estábamos ensayando.

Un niño judío y un hombre musulmán, ¿de qué manera se han integrado en unas religiones que no son las suyas y que tienen que mostrar al público?

Juan: Creo que, en esta obra, lo de la religión es lo de menos, tiene más importancia el hecho de que uno sea mayor y el otro muy joven, por la diferencia de caracteres. Lo de la religión digamos que remacha sobre el clavo.

Ricardo: La obra va de religiones pero, en lo que a nosotros respecta, el guión no nos decía nada. Lo importante es el conflicto que se genera, el hecho de que yo no me lleve bien con él, por la religión o por cualquier otra cosa.

En cierta manera, ¿se aparta la religión para centrarse en las personas?

Juan: No, lo que ocurre es que el señor Ibrahim concibe la religión de una manera tan libre que nunca trata de imponer sus principios al chico. Por ejemplo, él es musulmán pero bebe; de hecho, en un momento de la obra, el joven le espeta: "Usted es muy musulmán pero bebe". A lo que Ibrahim responde: "Yo soy sufí y sé lo que pone en mi Corán". Y es que su manera de interpretar el Corán es muy libre, humana y se fundamenta en no molestar a la gente y en no imponer nada. En todas las religiones hay inquisiciones, pero en este caso yo comparo a Ibrahim con mi madre porque se reía un poquito de ella misma y de la religión católica diciendo: "No hay que rezar mucho porque se pone uno malo". Es una forma de entender la religión muy relajada que Ibrahim traslada a su vida, ya que la afronta con mucha sorna y cierta permisividad.

Suele ser habitual preguntar al discípulo qué ha aprendido del maestro, pero, en este caso, primero, ¿qué ha aprendido Juan al trabajar con un joven de 16 años como Ricardo?

Juan: Sobre todo me ha servido para recordar el entusiasmo... Un entusiasmo que, por otra parte, y a pesar de que voy a cumplir 60 años, a mí no se me ha pasado. Lo que sucede es que Ricardo tiene tan buen carácter, es tan simpático y gracioso, que te hacer pensar en el hecho de por qué cuando nos hacemos mayores tenemos que ponernos serios. Y no sé porqué tiene que ser así, no sé porqué se tiene que poner serio uno para nada o porqué un actor se pone como importante con la edad. Y realmente, si se conoce uno a sí mismo, se da cuenta de que es algo que debe tomarse a broma; algo que la juventud sí sabe hacer. Aunque también tengo que decir que Ricardo se toma muy en serio su trabajo y si ahora estamos ensayando es porque ha sido él quien ha llamado. De hecho, yo creo que Ricardo será el señor Ibrahim cuando sea mayor en la vida normal (risas).

Y Ricardo, el discípulo, ¿qué enseñanzas ha sacado de Juan?

Ricardo: Yo de Juan he aprendido todo y más. Sobre todo la experiencia de teatro, algo que yo había hecho muy poco y de lejos. Para mí ha significado meterme en una obra de teatro de lleno y en un texto, además, muy bueno; de hecho, creo que no podía haber tenido mejor arranque en el teatro. Pero es que Juan me ha enseñado de todo, desde estar enfermo y sacar adelante la función, porque esto no es como la televisión, que se puede grabar otro día. Y también la proyección de la voz, la vocalización... Me lo ha enseñado todo.

Hablamos de la relación entre ambos actores pero la tercera pata de este texto es su director y adaptador, Ernesto Caballero, ¿cuáles han sido sus directrices a la hora de desarrollar la obra y los personajes? ¿Cómo ha sido el trabajo con él?

Juan: Ha coincidido que Ernesto estaba haciendo otros trabajos fuera y no ha podido estar mucho con nosotros; de todas maneras, yo llevo cuatro años representándola y, por lo tanto, tampoco ha sido necesario más.

Por lo tanto, ¿puede decirse que Juan Margallo ha ejercido en parte como director de Ricardo?

Juan: No, en ese papel me ha ayudado Petra, mi mujer, que también es muy buena actriz y tiene una gran mano para los actores Pero, repito, la obra estaba tan clara montada por Ernesto y tenía las claves tan nítidas que ha sido muy fácil desarrollarla.

Precisamente, hablando de claves, una de las más importantes de este texto es la amistad entre los dos personajes, ¿una amistad que también se ha contagiado a la vida real?

Ricardo: Por supuesto.

Juan: Y no solamente eso, sino que ciertos problemas de la vida real también nos los contamos, a pesar de que él haya cumplido 16 años recientemente. De hecho, cada vez que terminamos la función nos quedamos en los camerinos contándonos historietas, anécdotas... Es verdad, ahora mismo tenemos una relación muy parecida a la que mantienen los dos personajes en la obra.

En este sentido, ¿Ricardo ha descubierto a través de Juan una vida que no conocía y, por otra parte, Juan ha visto como funciona la juventud actual?

Juan: La verdad es que Ricardo sabe más de la vida anterior más que yo porque hace Cuéntame (risas).

Ricardo: En ese rato que nos quedamos tras la función, ahí es cuando Juan me cuenta un montón de cosas sobre teatro, de grandes actores y directores que yo no he conocido porque ni siquiera había nacido. Anécdotas que en el mundo del teatro casi todo el mundo sabe pero que yo no conocía.

Ricardo, además de su trabajo en televisión, ya había tenido anteriormente dos pequeñas experiencias teatrales, pero, ¿cuáles han sido las mayores diferencias que ha encontrado y los principales miedos a los que se ha enfrentado?

Ricardo: La principal diferencia es evidente, y es que tienes al público enfrente. Y las dificultades, pues, por ejemplo, tener que representar una función con catarro, lo que me obligó a salir a escena con un pañuelo por que cada cinco minutos estornudaba. Éstas son cosas que en televisión nunca te pasan. Yo, a la vez que trabajo en la serie, estoy estudiando en el instituto y, cuando decidí hacer esta obra, pensaba que me iba a quitar menos tiempo que la televisión, porque sólo eran cuatro días a la semana. Pero ha sido al revés, porque los días que yo utilizo para estudiar son el sábado y el domingo, ya que grabo entre semana, y eran los que tenía función. Pero bueno, lo he llevado bien y ahora estamos de gira por España.

Volviendo a la obra que ahora tienen entre las manos, este texto que muchos consideran una lección de humanidad, ¿les ha hecho mirar las noticias que llegan desde oriente próximo de otra manera?

Juan: Sí, claro que sí. Viendo esta obra te da pena observar qué es lo que está sucediendo con estos dos pueblos, que en lugar de sufrir tanto podían estar viviendo como amigos. Aunque no hay que disimular que la peor parte se la llevan los palestinos, para vivir mejor las dos partes deberían ser más transigentes; pero, sobre todo, la de Israel. Esa es la pena, comprender que sobre el escenario dos personajes, aunque sean de distinta religión o raza, no tienen porqué estar en contra y luego trasladarte a la realidad y ver el sufrimiento que se da en tantos sitios.

Ricardo: La obra precisamente muestra como mi personaje, que empieza con ciertos prejuicios hacia Ibrahim, acaba teniendo una relación de abuelo y nieto. Al final se llegan a querer sin importarles de dónde son cada uno.

También se ha definido esta obra como una especie de viaje de iniciación, ¿ha sido así para ambos?

Juan: Lo que sucede es que la versión de Ernesto Caballero es muy buena, hasta el punto que ha suplido con imaginación cosas que en el cine se pueden hacer pero en el teatro no. Por ejemplo, en la película tiene lugar un viaje al cercano a oriente que nosotros, sobre el escenario, realizamos en un alfombra mágica. Para mí, este viaje corrobora la iniciación del alumno con el maestro, una forma de iniciación que se basa en el placer de descubrir algo por primera vez; ésta es una enseñanza que no se puede transmitir, sólo se puede vivir. Y si uno es capaz de reprimirse para no contar nada al neófito y así provocar que lo descubra él sólo, ese es el mejor maestro, el que no quiere imponer sino que ofrece las herramientas para que el alumno sea el que descubre. Por eso yo digo que no se traspasa la información sino que se enseña a descubrir.

Lección de humanidad, viaje de iniciación... Pero, ¿qué ha significado esta obra tanto para Juan Margallo y Ricardo Gómez?

Ricardo: Para mí, como obra de teatro, me parece necesaria para la gente de hoy en día, no tanto para las personas adultas como para los jóvenes. Cuando venían grupos de jóvenes a verla a mí me encantaba porque son ellos los que van a estar en el futuro. Y, personalmente, me parece un gran inicio en el teatro que espero secundar con otros proyectos.

Manuel: Creo que la principal posibilidad de felicidad para el hombre es el amor, querer a la gente, a los amigos, a la familia. Por lo tanto, el poder revisar delante del público todo esto crea envidia y, precisamente, creo que es por eso por lo que llega a la gente. A gente de todas las edades, porque incluso mi nieta de 8 años ha venido a verla, y de todas las condiciones, incluso ciegos han venido a verla. Por eso, mostrar la capacidad que tiene el ser humano de amar, por encima de las edades y las razas, es una felicidad tan grande... Yo creo que lo que haces en la vida es para que a uno le quieran, y por lo tanto no hay mayor felicidad para mí que hacer esta obra, que es toda una lección para gente aprenda a amar.