ELIZONDO. El 6 de agosto de 2010, en Madrid, fallecía Enrique Llovet cuyo nombre, allá por los años 50, nos sonaba como autor del guión de la película Los últimos de Filipinas y de su célebre canción: "Yo te diré, por qué mi canción,…", que desde su origen, en la voz de Nani Fernández, ha sido escuchada en el repertorio de cantantes tan lejanos como Antonio Machín hasta la tan actual como asidua de nuestro Valle de Baztan, Paloma San Basilio. Llovet era licenciado en Ciencias Políticas por Madrid y La Sorbona, en Filosofía y Letras, y en Derecho por Madrid y el Trinity College de Dublín, y miembro del cuerpo diplomático, pero sobre todo es valioso para nosotros los baztandarras por un libro que editó Aldecoa en Burgos el año 1943. Su título: Elizondo.
En una feria de libro antiguo se me presentó un pequeño ejemplar en cuya portada figuraban dos jóvenes caseros ambientados con un fondo de montañas, prados y caserío, cuyo título era el nombre de mi pueblo, Elizondo, y, sorprendentemente, el autor era aquel señor a quien seguía asiduamente en sus charlas televisivas, el malagueño Enrique Llovet. Y era doble la sorpresa por ver que Elizondo y Baztan fueran motivo de inspiración del insigne andaluz cuya carrera se desarrollaba principalmente en Madrid.
¿Habría visitado nuestro rincón en aquellos años de posguerra?. ¿Quizás, por edad, le tocó vivir con su quinta aquellos tiempos de nutrida presencia militar en nuestro valle? ¿Fue consecuencia de una visita fugaz? ¿O simplemente fue seducido por alguna lectura que encomiara nuestra tierra y costumbres? En ningún momento de la obra aflora la circunstancia que le llevó a escribirla, pero sí se plasma, entre realidades y fantasías, el impacto que, de un modo u otro, dejaron en él tanto el paisaje como el carácter y costumbres de nuestro pueblo.
El argumento, sumamente sencillo, se refiere a un joven, ingenio y fuerte mocetón, que se llama, al igual que se pueblo, Elizondo, trabaja en la tala del bosque (frecuente en aquellos años), goza de las atenciones que le proporciona su madre en sus estancias de descanso en el pueblo, disfruta de las fiestas patronales y siente la feliz turbación que le produce el nacimiento de su primer amor. A través de ese hilo conductor, Llovet poetiza en quince cortos capítulos, desde la belleza del paisaje al costumbrismo local de las reuniones en la taberna, competiciones en las fiestas presididas por alcalde y párroco, bailes al son del txistu y tamboril, los cuidados de la anciana hacia su hijo (y acciones de casamentera para que siga atendido cuando ella desaparezca), la zozobra de dos jóvenes enamorados cuya mutua timidez hace costosa la manifestación de sus sentimientos y el gozo de ambos cuando logran declarar su contenido amor.
De principio a fin del relato predomina la intención poética sobre la exactitud de los datos: "…De lejos llega la luz. De Francia, la dulce y verde, viene el viento despertando montes al valle. Contra los montes, Pirineos de luenga historia, está la tierra florida de Baztán. Manzanos, hayas, pinares, agua, remansos, caminos. Nieve en los altos. Allá abajo, de doce a catorce pueblos como todos. Campesinos, leñadores, trajinantes, mozas y contrabandistas, señores de diez cuarteles; al final, flor de caminos…".
Así, regresando del monte el mozo tras su trabajo de tala, para acudir a las fiestas de Elizondo, pasa por Reparacea, sorprendiendo, en el río, a dos inglesitas que nadan desnudas y juguetonas en el profundo pozo, reaccionando ante el espectáculo con una tímida sonrisa: "No saben las inglesitas qué pensar de este hombre rudo y tierno a la vez, de este ser delicado, ingenuo, de primitiva y maravillosa inocencia. ¡Es tan parecida la tierra de la verde Inglaterra!. Pero aquí es España, …Reparacea. No, este hombre no aparece en los campos de la vieja Inglaterra. Ha nacido aquí, en este Valle de Baztán…".
Y así se refiere al pueblo dotando a la iglesia de "puro estilo románico": "No es mal pueblo Elizondo. Claro, alegre, situado en el centro del Valle, por sus calles cruzaban con harta frecuencia poderosos automóviles de líneas modernísimas, e incluso de vez en cuando, deteniáse uno de los coches y saltaba de su interior un grupo de curiosos, entregábanse a un precipitado recorrido de las callecitas pueblerinas hasta detenerse, admirado, frente a la pura fábrica románica de la iglesia…".
En otro párrafo se refiere a Elvetea mencionando aquel entrañable ferrocarril del Bidasoa: "A unos cien metros del puente que separa Elvetea de Elizondo, hállase la casa del mozo. De la taberna situada frente al camino que conduce a la estación del automotor, apenas si tarda Elizondo unos minutos en llegar a su casa. Pasado el río queda a la izquierda la maravillosa iglesuca y se extienden los primeros maizales…".
El detalle con que describe las iglesias (salvando su calificación estilística y el color atribuido a su piedra), parece confirmar que Llovet las contempló directamente en su exterior: "La iglesia de Elizondo es un puro monumento románico. La de Elvetea situada a medio camino de Elizondo, junto al puente, románica también…La bruma se prende en la piedra gris, en la de Elizondo, un apostolado extraño, de brillantes, bizantinos colores, destaca sobre la amplísima puerta. La de Elvetea carece de complicaciones. Se levanta, ingenua, entre el río y la pequeña pradera…".
Pero vuelve la fantasía del escritor destronando seguidamente a nuestro Santiago: "Hállase la iglesia consagrada a la patrona del Valle. Es bonita la imagen del camarín. Bellísima advocación, Virgen del Yugo, que ampara a los habitantes del Baztan…". Y continuando con su imaginativa poética nuevamente descarta a Santiago, poniendo a San Juan como patrón de las fiestas elizondarras presididas por alcalde y párroco, y traspasa a Elizondo la tradición elvetearra cuando dice: "…en el centro (de la plaza), álzase el árbol tradicional, bendecido en la mañana, presto a arder en las horas de la fiesta". Y entre sus licencias onomásticas destaca el nombre de la protagonista, caserita vasca elizondarra a la que pone por nombre ¡Mireya!
Paralelismo con Valle Inclán Pío Baroja, y más detalladamente José María Iribarren, criticaron a Ramón del Valle Inclán, porque, en 1909, antes de personarse en Baztan con sus estancias en Reparacea y Jarola (que alternó en los años 1911, 1912 y, posteriormente, durante la Dictadura de Primo de Rivera, 1923-1930) tuviera la audacia de escenificar el Valle sin conocerlo, en sus novelas El resplandor de la hoguera y Gerifaltes de antaño. Se criticaba en el autor gallego referirse a baztandarras con nombres como Mingo, Tibal, Gaona, Pelay,…inverosímiles para vecinos del Valle y poniendo como cultivos importantes las viñas y el trigo. Se le reprocha una falta de exactitud primando en su preocupación la forma y musicalidad de la palabra recurriendo para ello a expresiones antiguas o por él inventadas.
Y algo similar podríamos achacar a Enrique Llovet. El nombre de Mireya para la joven protagonista no es creíble, como tampoco la preponderancia que da a los pinos sobre los mayoritarios árboles autóctonos, roble, castaño y haya, máxime en un escrito de 1943. Y no digamos el poner como patrona del Valle a la Virgen del Yugo, o patrono de Elizondo a San Juan. Y ello sería extensible a la evidente preocupación por dar forma poética a su narrativa utilizando profusamente el pronombre enclítico: Entregábanse, deteniánse, prepárale, abrázase, detiénese, caliéntase, balancéanse, que dan al escrito un tono arcaico, al estilo de Valle Inclán.
Y no hay que olvidar que en la narración que nos ocupa. Aunque tenga como centro el pueblo de Elizondo, escenifica reiteradamente los dos lugares que el genial Don Ramón frecuentó preferentemente en sus veraneos: El palacio de Jarola en Elvetea y el de Reparacea, en Oyeregui. Enrique Llovet, visitante o no de nuestro pueblo, pudo también recibir el influjo de las loas a nuestro rincón vertidas por Valle Inclán o, también, las cantadas por otros notables literatos que en la posguerra gozaron de la tranquilidad señorial ofrecida por los mencionados palacios de Jarola y Reparacea; Federico García Sanchiz y Josep Pla. Sean estas líneas un tributo a Enrique Llovet que, si no ha figurado en las arbitrarias listas de eximios desaparecidos en 2010, sí debe figurar en la real de valores culturales aportados y, especialmente, en la de Elizondo-Baztan al que dedicó su primera narración poética.
(*) Musicólogo e historiador