LA primera llegó con el año todavía en pañales, la del primo gallego descontento con su apéndice penal que decidió poner iluso remedio a sus traumas y penares. Quizás desconocía aquello de "mientras haya tontos que den, habrá listos que pidan", incluso en Internet (¡cómo no!), y la última, hace nada, la señora que fue "donde hace fuerza el más cobarde y se va por la pata pa'bajo el más valiente" (pintada verídica) y se quedó con sus posaderas matrimonial e indisolublemente unidas (Loctite super glue, seguro) a lo que, uno cree que con cierto desacierto, se denomina taza.
Este ejercicio horribilis más que ayer pero menos que mañana (es de temer) lo único que no ha sufrido (no ha hecho sufrir) ajuste (lo de subida está ya muy visto) ha sido la risa y su hermana la sonrisa, que siguen ternes y gratuitas al menos hasta que se aplique la gubernamental ley de la patada en la boca del Fernández ministro. En efecto, siguen gratis (tocad madera) y abundante el ingenio y la creatividad de las clases populares, populares pero de izquierdas (rojos, o sea), casi exclusivo remedio para la que nos están haciendo caer. Digo "nos" porque nunca ha sido más evidente la autoría.
Un presidente mexicano que por derecho propio merece formar parte de la historia fue Álvaro Obregón, ingenioso y ocurrente personaje que juró ser el más honesto de México porque "sólo robaría con un brazo" (era manco) y conocedor del asunto de la corrupción que nos aterra regaló otra frase tanto o más celebrada: "Nadie aguanta un cañonazo de 50.000 pesos". Se le trae como se podría hacer con Groucho Marx, pero mire usted a su alrededor y diga si tenía razón.
Las erratas y las inocentadas tienen menos éxito cada vez, quizás abrumado el personal por lo que lee y observa, día sí y al siguiente también, o porque los correctores y la gente de cierre están deseando acabar y salir a casa como alma que lleva el diablo, no se vayan a encontrar un gobernante por el camino, que lo mismo te levanta la cartera y luego pasa lo que pasa. Haberlas haylas, las erratas digo, pero quedan en segundo plano ante titulares que o te meten debajo la cama o te escojonan vivo.
Ahí está, reciente, la irreparable y drástica decisión del pobre chinito que, harto del furor uterinoconsumista de su novia, temiendo más por la salud de su Visa que por su propia vida, optó por saltar por la barandilla y acabóse Lucas, si te he visto no me acuerdo. Y como muestra de los tiempos, cuando las gangas están a sus órdenes mi general, precavido ante la que viene, anuncióse en esta misma casa nuestra uno que compraba to-do hasta "tanque, submarino, sin importar estado ni ITV". A la defensiva, seguro.
Las bromas, para broma la vida misma, tampoco son lo que eran y la generalidad de la prensa impresa tiempo ha que renuncia a vacilarle al gentío, al que le basta y sobra con el aterrador diario titular. Ya no se ven advertencias en las puertas de los comercios como aquella de "la entrada por la salida", en todo caso sustituidas por las de "se buscan clientes" y que sean de los que paguen, claro.
Volviendo a mi amigo y presidente Álvaro Obregón (1880-1927), con el que viví tardes inolvidables con lima, sal y tequilazo twenty years old, hay otra que solía decir: "No cabe duda que la mala suerte existe, sólo que Dios la desparrama entre los pendejos". Le dio matarile (seis plomazos) un cristero (ultracatólico) en el restaurante La Bombilla de la Ciudad de México con los músicos tocando su canción preferida: El limoncito. Aquel día yo no estaba.
Debe ser esa mala suerte (5 para 6 millones de parados) viendo sufrir lo que la verdá pura jamás hubiéramos pesadillado, asombra eso de que un bebé "de 21 años" resulte ileso tras caer de un segundo, lo mismo era un ni-ni defenestrado por sus ancestros, hartos de mantenerlo cuando el mismo gobierno le dice: "¡Púdrete!". Y eso que hoy, según, es día de Inocentes. O sea, todos nosotros. (Pobres).