Según el periodista Esteban Hernández llevamos décadas viviendo una “mentira confortable”. El sartenazo no es el de un provocador, sino el de un analista profundo. Hernández acaba de publicar El nuevo espíritu del mundo. Política y geopolítica en la era Trump (Ediciones Deusto), donde evoca los tiempos en los que teníamos “lo mejor del capitalismo": sofisticación, “bellos ideales” y protección social. Una globalización ganadora para el club de “los valores correctos”, mientras que para los países en desarrollo quedaba “el trabajo sucio” y para Estados Unidos la capitanía vigilante. Aquel reparto en “un mundo lleno de certezas” volvía las preguntas “inconvenientes”. Ahora, “cuando han llegado todas de golpe, tampoco se contestan”, inundados como estamos de urgencias.
Tres capas
“El olor a crepúsculo se junta con las ganas de que surja un nuevo mundo”, ha dicho el director de cine Oliver Laxe en El País. Estamos en crisis. El directorio geopolítico está cambiando. El funeral del Papa Francisco visibilizó cómo triangulan los de arriba. Los espectadores asistimos a estos juegos de poder confusos o ensimismados. El resultado, señala Hernández, es una ruptura social en tres capas: la más politizada, la del de vez en cuando, y la que está fuera de servicio.
Esa quiebra es patente en la política española, con mar de fondo galaico y ventarrones madrileños; Feijóo ha llamado a cónclave como si hubiera un papa muerto. El presidente del PP ha asumido que ser la fuerza más votada no le asegura la Moncloa. A su partido le pierde el frenesí por derribar al Gobierno y la parálisis ante un Mazón hecho lapa; antítesis feroz. Enfrente, el PSOE esgrime economía y Estado, pero se tiende a obnubilar cuando se rinde a su guapura. La derecha nunca ha sido de gran destello estético, salvo con Suárez, y se lo calzaron. El centro izquierda sí, de la estética ha hecho modernidad, arma y escudo. Por eso el PSOE suele entrar por los ojos y el PP por la carótida.
Ayuso ha lanzado su versión del que pueda hacer que haga. Hay un Madrid que se cree España y que se sigue imaginando farero de Occidente
A las claras
Ayuso, que siempre deja rastro, ha lanzado esta semana su versión del quien pueda hacer que haga. Su mensaje tras las filtraciones de los whatsapps privados del presidente del Gobierno lo descifraría hasta un parvulito: lo estáis petando, a seguir así, que necesitamos seguir arreando.
Fenecido el yolandismo, con los purasangres de Podemos correteando en su hipódromo, y con Vox perdiendo reprease por culpa del trumpismo, la derecha de siempre hace de la consigna de Aznar su tronío. Es inevitable recordar a Anson en la revista Tiempo en 1998: “Había que terminar con Felipe González, esa era la cuestión”. Ahora el objetivo es Sánchez, a plena luz del día, sin cortarse un pelo.
La ventolera
Hay un Madrid enajenado de tanto creerse España, descendiente del que se imaginaba farero de Occidente. El desorden persiste y se palpa a bulto, como un cacho de pasado envasado en el inconsciente. Aquí pasamos en dos saltos de la España de faralaes a Barcelona 92, y de ahí al trío de las Azores, al relaxing cup of café con leche y al Madrid es España; furores de capitalismo multiplicado ante una aldea global menos onírica que aquella “mentira confortable” que vivimos al calor de una Europa que hoy es otra, en un mundo que también es otro. El españolismo capitalino y arrojadizo de Ayuso contrasta con el tono templado, casi de diplomático, que exhibió Salvador Illa el viernes en Navarra. El hombre tranquilo, que lleva nueve meses de president, explicó su apuesta (re)constructiva y socialdemócrata. Un contrapunto desde una Catalunya en reseteo.