pamplona. Javier Álvarez Caperochipi se quedó a las puertas de la brujería cuando escribió su libro sobre curanderismo y medicina popular en Navarra, y ahora se ha adentrado de lleno en ese fenómeno que tanta fama ha dado al pueblo de Zugarramurdi en una nueva obra que presentó ayer en Pamplona.
El legado de las brujas y los secretos de Zugarramurdi (Editorial Evidencia Médica) es el título de este trabajo, fruto de dos años de investigación y en el que el cirujano y escritor navarro invita al lector a conocer más de cerca "la realidad de esas mujeres maltratadas, y al mismo tiempo temerarias y creativas" sobre las que se han creado muchos mitos que, en palabras de Caperochipi, "no son más que eso, fabulaciones". "Eso de que eran malvadas y hacían pactos con el diablo es un mito creado entre varias fuerzas fácticas que fue creciendo; yo he querido acercarme a la realidad de unas mujeres especiales que practicaban el curanderismo, que hacían un poco de magas, un poco de adivinas... Eran mujeres independientes, campesinas, que no se adaptaban a los nuevos tiempos, y los poderes del Estado y la iglesia antigua las veían como un peligro para sus políticas", explica el autor.
En su obra ha realizado un recorrido, desde el punto de vista médico, por los brebajes, remedios y pócimas que el variopinto colectivo "brujeril" -no solo de Navarra, también de otros lugares del Estado- utilizó con distintos objetivos: mejorar las prestaciones amorosas, cometer venganzas sibilinas, alterar la percepción de los sentidos, etc. "Es sorprendente el manejo que hacían de venenos muy peligrosos, mortales; los utilizaban bien, o sea, en dosis apropiadas y por vía externa. Por ejemplo, hacían un potaje verde que les servía como alucinógeno, y al frotarse con él se creían que iban volando por las nubes...", relata Caperochipi, quien para dar con las singulares recetas de estos brebajes y remedios que, dice "servían para hacer el bien o el mal, según les conviniera a las brujas", ha tenido que "rascar de muchas fuentes y de muchos sitios, porque ninguna bruja escribió ningún tratado, no sabían leer ni escribir".
En su obra da las claves para entender cuestiones como por qué Zugarramurdi se convertiría a principios del siglo XVII en una referencia indispensable para analizar el fenómeno de la brujería, y por qué el Auto de Fe de Logroño, donde se juzgaron a 40 personas de este pueblo, se transformó en un proceso mediático que traspasó todas las fronteras en una época en que no existían radio, televisión, ni periódicos. "Es un asunto muy interesante el de Zugarramurdi, porque era un pequeño pueblo que vivía a la sombra del Monasterio de Urdax, y además la brujería se dio mucho menos en España que en Europa... Pero se juntaron dos cosas: la influencia en el sur de Francia de Pierre Lancre, un juez mucho más perturbado que los demás jueces inquisidores españoles, lo que hizo que mucha gente escapase a Zugarramurdi; y por otro lado, la importancia del Monasterio de Urdax como centro de espionaje, que era muy notable, el abad lo nombraba el rey de España...", cuenta el médico y escritor.
Sobre los famosos akelarres, apunta que "serían lo que es un botellón de ahora, trasladado al siglo XVI". "La palabra akelarre significa el macho cabrío en el prado, es un término muy sencillo en euskera; pero los inquisidores, muy retorcidos, lo convirtieron en una palabra de mal porque creían que ahí se reunían las brujas con el diablo... Realmente el akelarre era una fiesta orgiástica de mujeres, que se volvió más provocadora a medida que empezó a sufrir la persecución".